jueves, 12 de febrero de 2009

Fuego y prueba de amor

Fui un adolescente lánguido, con una mirada huidiza y trémula por la cantidad de fantasmas que me rondaban en esos años de incertidumbre. El fuego por escribir me consumía, y por mucho tiempo quise dedicarme de lleno a la escritura, pero al expresar mi más intimo anhelo, unas palabras me estigmatizaron: “escribir es un oficio solitario y clandestino, destinado para aquellos inconformes con la vida… no te dejara nada, excepto  hambre”. Pase la juventud y la adultez huyendo cumplir con aquella vocación, y temiendo aquel destino fatal, resistiéndome y nadando en contra de mi mismo. A los 36 años, no pude mas con aquella ola interna e  impetuosa y decidí estudiar un doctorado en letras, cumpliendo con una cita postergada con la escritura y la lectura, actividades aliadas e inseparables, como serpientes que se muerden la cola.

Leí a muchos, principalmente escritores latinoamericanos, pero Vargas Llosa y el exorcismo de sus fantasmas a través de sus textos, me atrajeron como imán: La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en la catedral, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, entre otras, terminaron por convencerme que en la rebelión y el inconformismo radica la esencia de la literatura, que es válido disentir, que la crítica y la oposición son saludables, y que nadie satisfecho, será capaz  de escribir.

Conversar con Mario Vargas Llosa fue una experiencia catártica y liberadora, sus palabras fueron un remedio indiscutible e innegable: “Nadie que este reconciliado con la realidad, cometería el ambicioso desatino de inventar realidades verbales. La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas destinadas a doblegar su naturaleza airada, díscola, fracasarán. La literatura puede morir pero no será nunca conformista. Su misión es agitar, inquietar, alarmar, mantener a los hombres en una constante insatisfacción de sí mismos: su función es estimular sin tregua la voluntad de cambio. Literatura es fuego y a la vez, prueba de amor”.

 

 

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