lunes, 30 de noviembre de 2009

Para gente grande...

Aspiró el aroma de una humeante taza de café negro, tomó un sorbo y sonrió; había llegado con el aire inconfundible del que sabe el terreno que pisa: llevaba un saco azul marino y botones dorados, una camisa blanca sin cuello, un pantalón gris Oxford, y los zapatos negros relucientes. Llevábamos más de una hora conversando en la cafetería del Hotel Ambassador y era ya la tercer taza de café que nos traía el mesero. “Recuerdo haber visto uno de tus primeros trabajos periodísticos en televisión cubriendo la Revolución Sandinista en Nicaragua” le dije a Ricardo; “te vi después como conductor de la serie Nuestras Realidades, uno de los primeros programas de debate entre partidos políticos; y personalmente creo que tus reportajes sobre las matanzas de Aguas Blancas y Acteal fueron un parte aguas dentro del periodismo mexicano. Hay algo que me ha quedado siempre muy claro de ti: tú no eres un periodista objetivo”. “¿Cómo?” pregunto Ricardo Rocha y pasaron unos segundos, mientras sentía sus oscuros ojos abiertos, encima; “si”, afirmé, “dije que no eres un periodista objetivo, porque no eres objeto, sino sujeto y por lo tanto tu trabajo es subjetivo. Haces un periodismo subjetivo, que da voz a los que no la tienen y fue la firmeza de tus convicciones lo que te llevó justamente a dejar Televisa ”.

“Varios acontecimientos fueron complicando mi estancia y empujaron mi salida en Televisa”, me dijo Ricardo.”En junio de 1995 se dio la matanza de campesinos en Aguas Blancas, en Guerrero. Como no creímos la versión oficial, porque resultaba inverosímil, investigamos el caso durante varios meses, hasta que un día alguien me envió en forma anónima un video. Era el video de la matanza de los campesinos, y este material probaba no solamente que el gobierno los había matado, sino que además había engañado a la opinión pública, poniéndoles pistolas a los muertos. Le pedí a Emilio Azcárraga Milmo que viéramos el video. Azcárraga me dijo por teléfono, que si la pregunta era que si pasaba el video al aire o no, la respuesta era sí. Y pasó al aire. La transmisión provocó la renuncia del Gobernador Rubén Figueroa, compadre de Ernesto Zedillo, Presidente de México.  Al poco tiempo murió Emilio y empecé a tener señales de que algo estaba deteriorándose en Televisa. En marzo de 1999, se me ocurrió hacer el reportaje "Aguas Blancas: segunda parte", que era el seguimiento del caso pocos años después. Para entonces, muchos de los culpables gozaban ya de libertad. Los pocos culpables que quedaban en la cárcel, vivían en un cuarto cómodamente acondicionado dentro de la prisión de Acapulco. Podían salir todas las noches, o les llevaban tríos y mariachis para que la pasaran bien. Logré que los sobrevivientes de la matanza fueran conmigo a Aguas Blancas para hacer una reconstrucción de los hechos. Estaba listo el reportaje para pasar al aire, y diez minutos antes de las once de la noche, me avisó mi productor que llegó alguien “de arriba” y sacó video con el reportaje de la cabina de producción. Ese día no hubo programa; le dije a Emilio Azcárraga Jean: "Si por alguna razón la nueva visión corporativa no concuerda con la mía, prefiero irme ". Se convenció de que era lo mejor y me dio una liquidación justa”.

La tarde transcurría sin prisas; allá afuera el sol empezaba a dar una larga torera, despidiéndose en el redondel; Ricardo y yo nos habíamos reunido a las seis de la tarde y era poco mas de las siete y media; la conversación no disminuía su ritmo y ninguno de los dos daba muestras de querer concluirla; Ricardo me contó que estaba dirigiendo una agencia de  noticias que había emprendido a raíz de su salida de Televisa, integrada por 75 personas y que producía dos noticieros radiofónicos; había recibido en esos días una oferta de TV Azteca para conducir un programa que conjuntaba noticias y entretenimiento, muy parecida a la formula de su programa En Vivo y que se llamaría Animal Nocturno; en eso estábamos cuando llegó el mesero nuevamente con una cafetera en la mano.”Mas café, señores?” preguntó. “Déjanos la jarra mejor”, le dije y continué mi conversación con Ricardo. “Voltaire dijo: el café es un veneno lento; hace cuarenta años que lo bebo” exclamé entre risas, tratando de justificar la enorme jarra de café en la mesa; “Ojalá que llueva café en el campo” respondió Ricardo, asumiendo que habíamos empezado un duelo de frases celebres sobre el café. “Courteline dijo que se cambia más fácilmente de religión que de café, ¿tú qué opinas?” agregué rápidamente y Ricardo prosiguió: “Ernesto Che Guevara dijo: si no hay café para todos, no habrá para nadie; ¿cómo ves?”. Yo había pensado en mi siguiente cita y estaba listo para lanzarla, pero Ricardo no me dio oportunidad  y agregó: “Ah, a propósito de café, recuerdo que una de las cosas que dije el día de mi renuncia fue: “Mira Emilio, esto es definitivo y acuérdate que “ni amigo reconciliado, ni café recalentado”.“Ah”  respondí. “le hubieras aclarado que el café es solo “Para gente grande” aludiendo al título de su más importante serie en Televisa, que desveló de buena gana más de una generación en México, durante años. Ricardo sonrió con amargura, pero de buena gana…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 23 de noviembre de 2009

Cuatro copas...

“Necesitamos comprar un pavo de 16 libras, toma en cuenta que cada persona se va a comer por lo menos una libra de pavo y es mejor que sobre y no que falte; además, al día siguiente comeremos tortas de pavo y así no me apuro por hacer comida por varios días; hay que comprar además elotes tiernos, papas, mantequilla, crema, leche evaporada, leche condensada, manzanas, calabazas, carne molida, pasas, almendras, aceitunas, alcaparras, nueces, vino blanco, vino tinto, malvaviscos, arándanos, helado de vainilla y de chocolate, un pastel, un pie de manzana, un pie de limón” decía mi esposa con una lista de ingredientes en la mano, mientras yo empujaba el carrito repleto  de comestibles, entre los pasillos del supermercado, compitiendo por espacio para pasar entre las filas de gente, en esos días en que todos andamos de compras, entre prisas y carreras.  

Cuatro días antes del Jueves, Día de Gracias, empezábamos con los preparativos para la cena y usualmente iniciábamos con lo más fácil: los platillos de guarnición, colocando en grandes recipientes puré de papas, soufflé de elote, ejotes frescos con mantequilla con hojuelas de almendras, soufflé de camotes y malvaviscos, jalea de arándanos; al terminar cada platillo, lo cubríamos con papel aluminio y lo sellábamos con bolsas de plástico para que su aroma no contaminara al resto de los alimentos; posteriormente horneábamos panecitos, pays y galletas, colocándolos con esmero en bolsas de celofán y en contenedores de plástico con tapa. Faltando tres días, iniciábamos el ritual de preparar el pavo, “dado que el proceso de descongelación tenía que ocurrir en el refrigerador y no a la intemperie” afirmaba mi esposa sin transigir. Colocábamos en un recipiente grande y profundo, un galón de vino blanco y lo mezclábamos con otro tanto de consomé de pollo, añadiéndole sal, ajo, cebolla, tomillo y mejorana, revolviendo muy bien aquella poción para marinar; posteriormente había que retirar del interior del pavo las menudencias, “pues al final, sirven para preparar el gravy”; colocábamos el pavo con las alas volteadas hacia atrás y lo sumergíamos completamente, para que se marinara por veinticuatro horas, dentro del refrigerador.

El Jueves de Acción de Gracias, muy temprano había que remover el pavo del recipiente, secarlo muy bien por dentro y por fuera, para después inyectarlo con jeringas desechables en diversas partes del cuerpo del ave, utilizando el liquido que previamente habíamos usado para marinar; inmediatamente después era necesario precalentar el horno a 350 grados y empezaba el proceso de rellenar el pavo con mantequilla, romero y tomillo, agregando un poco de sal y pimienta; había que colocarlo después en una pavera, taparlo muy bien y dejarlo en el horno por una hora. Posteriormente, venia lo más complicado y laborioso:  remover el liquido grasoso que había salido del pavo y untarlo  cuidadosamente por la superficie exterior del animal. Era indispensable repetir esta operación cada 30 minutos y después de 4 o 5 horas en el horno, había que revisar que estuviera bien cocinado,  haciendo un corte entre la pierna y la pechuga, para asegurarnos que no hubiera sangre. Una vez cocinado a la perfección, lo dejábamos reposar por veinte minutos para que los jugos se distribuyeran, para después servirlo en un platón adornado con racimos de uvas, con algunas rodajas de naranja, y ramas de laurel y tomillo.

Esa misma mañana del Día de Gracias, utilizando girasoles y hojas secas de otoño, calabazas, guirnaldas y velas, decorábamos la mesa y  colocábamos con gran esmero doce lugares; poníamos servilletas de tela,  cuchillería recién lavada y pulida, seleccionábamos las copas simples para el agua, las copas de cristal cortado para el vino, los platos grandes de la vajilla blanca, los platos medianos para ensaladas, los platos pequeños para postre, y sacábamos las tazas de filo dorado de la vitrina, para el café o el té. En la barra de la cocina colocábamos en riguroso orden, el pavo,  la variedad de platillos de guarnición y tres o cuatro postres; en un rincón habíamos puesto previamente las botellas de vino tinto, rosado y blanco, los refrescos, un ponche preparado con gingerell, jugo de arándano y helado de limón, agua gaseosa, agua natural, la hielera con hielo picado y unas pinzas.

Aunque éramos cinco en la familia, los hijos acarreaban para esta celebración a algunos de sus amigos y esos amigos, traían mas amigos; con el paso del tiempo, mis hijos acarrearon novias y un día, las novias se convirtieron en esposas y de pronto, imperceptiblemente, se fueron… Este año para la cena del Día de Gracias tendremos un pavo de 5 libras, habrá solo tres sitios puestos en la mesa  y nueve sillas vacías; sin embargo, hay muchas razones para agradecer:  ese día levantaré mi primer copa por las dos princesas que han llegado a mi familia, inundándola de una alegría inusitada; con mi segunda copa en la mano  brindaré feliz porque aunque mis hijos estén lejos, ellos han formado ya su propio ritual de celebración con sus familias, así como lo inicié yo con ellos hace mucho tiempo, siguiendo el curso natural de la vida. El brindis de mi tercer copa será porque  a pesar de que vivimos una época de recesión, tenemos salud, empleo y mucha energía para enfrentar los retos;  levantare la cuarta y última copa por ustedes, mis amigos que me leen cada lunes y que se han convertido en mis virtuales aliados y cómplices que me salvan semanalmente… Salud y felices fiestas!

 

Dr. Luis F. Alvarado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 14 de noviembre de 2009

Ave Fenix

Vi las hábiles manos de aquella mujer enrollando unas hojas amarillas que seguramente habían sido fermentadas y desecadas durante más de cuarenta días y al darse cuenta de que la observaba me dijo “pásele”. Yo estaba en la acera y ella detrás de aquel escaparate de cristal de la tabaquería que tenía un letrero exterior que decía: “Fuente Cigars”. Entré al establecimiento y me preguntó: “¿fuma usted?” Al aspirar aquel dulce e inconfundible aroma del tabaco fresco, solo alcancé a musitar débilmente: “Hmm no”. “Hmm” dijo imitándome, divertida “aquí, hasta el que no fuma, fuma…” De pronto, una voz amable, con acento cubano surgió a mis espaldas: “De donde nos visita, señor?”. Era la propietaria del establecimiento; “soy de México” respondí de inmediato, “ y usted?” devolví la pregunta. “Soy cubana-tampeña” dijo, “y mis padres me enseñaron este oficio, mi familia ha estado aquí siempre, llevamos más de setenta años haciendo puros.”

La tabaquería Fuente, establecida en el corazón de Ybor City, es uno de los pocos negocios dedicados a elaborar puros, que sobreviven en aquel distrito histórico ubicado al noreste del centro de Tampa, Florida; Ybor City fue fundada en 1880 y poblada por inmigrantes de España, Cuba e Italia, quienes por muchos años vivieron del oficio de enrollar hojas de tabaco, manufacturando puros. El fundador de esta legendario sector, Vicente Martinez Ybor, era un español fabricante de puros quien trasladó de Cuba su empresa tabacalera y ante la ausencia de mano de obra calificada en aquella región, Martinez Ybor decidió inmigrar obreros y construir viviendas para proporcionarles un sitio donde vivir y lograr que se establecieran en forma permanente. Los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial atestiguaron el éxodo de sus habitantes, el decaimiento de los negocios y el abandono de esta comunidad; para 1950, Ybor City era ya un pueblo fantasma.

Sin embargo, como el ave fénix, Ybor City resurgió de sus cenizas y actualmente constituye uno de los grandes atractivos para visitar Tampa. En 2008, su calle principal, La Sétima, (The Seven Street) fue designada como una de las “10 Calles más importantes en los Estados Unidos” por la Asociación Americana de Planeación Urbana. A finales de los años ochenta, un grupo de artistas latinos que llegaron a Tampa, músicos y pintores específicamente, se interesaron en adquirir espacios a precios razonables para establecer sus estudios y adquirieron apartamentos y casas que fueron remodelando poco a poco. Algunos empresarios tuvieron la visión de proporcionar servicios primero a este grupo de artistas y posteriormente a los turistas que eventualmente empezaron a llegar interesados en adquirir piezas de arte y disfrutar de la historia arquitectónica del sitio, estableciendo restaurantes, clubes nocturnos, tiendas, edificios de apartamentos y hoteles. Ybor City alberga en sus calles los más diversos y multiétnicos negocios; ecléctica e incluyente, Ybor City funde estilos, sabores y colores; sus calles empedradas ofrecen al transeúnte cómodas bancas para el descanso, multitud de pianos antiguos han sido colocados a la entrada de varios negocios, listos para ser disfrutados por los visitantes con habilidades musicales; hay multitud de bares temáticos; peluquerías especializadas, spas, tiendas de disfraces, de ultramarinos, galerías de pintura y escultura, museos, teatros, restaurantes que ofrecen auténticos platillos griegos, italianos, mexicanos, cubanos, judíos y por supuesto, aun quedan algunas tabaquerías que dieron origen al sector.

Después de tomar algunas fotos con la autorización de la dueña, me despedí de la mujer que seguía atareada envolviendo con suavidad y destreza aquellas hojas de tabaco, armada de una cinta métrica, seleccionando con gran cuidado cada hoja recolectada. Salí de la Fuente Cigars, feliz de haber vencido la tentación de probar la frescura y el sabor del tabaco caribeño, y a la vez convencido de la fuerza y la contribución de los hispanos en este país que con ingratitud olvida las raíces de su propia historia, y cuya fortaleza radica en la diversidad y el arduo trabajo de sus inmigrantes que día tras día construyen o incluso, hacen resurgir el desarrollo…    

 

 

domingo, 8 de noviembre de 2009

Duda de Otoño...

 

Entre irse o quedarse, dudaba el sol embelesado por los rojizos colores de aquella tarde de Otoño. El viento soplaba la hojarasca y arrancaba de los arboles suspiros; como hojuelas de maíz caían las hojas en cascada interminable. Mis pasos hacían crujir aquellas hojas envejecidas y después quedaba solo aquel polvo dorado, como trigo molido. Las calles de Omaha, Nebraska olían a manzana y canela; en los quicios de las puertas las calabazas amarillas cobraban vida y resplandecían ante los últimos rayos de aquel sol en agonía.

Entré en aquel restaurant que parecía haber sido construido a mediados del Siglo XIX; dos viejos barriles de madera resguardaban la entrada; a sus lados, manojos de mazorcas y espantapájaros le daban ese ambiente otoñal que invita a los clientes a buscar guarida; me senté en una mesa y una mesera rubia, de grandes ojos azules,  mejillas sonrosadas y pecosas me dejó un menú sobre la tosca mesa de madera de pino; era joven y regordeta, llevaba con alegría un inmaculado delantal de encaje blanco sobre un amplio vestido de cuadros verdes, rojos y blancos.  Era aun temprano para cenar, y aunque no tenia hambre, necesitaba energía para recuperarme de la fatiga del viaje de Fort Lauderdale a Omaha, así que pedí una una taza de té caliente y un trozo de pastel de limón. Las mesas aledañas seguían vacías, esperando a los comensales que pronto empezarían a llegar.

Reanimado por aquel aromático te de manzana verde, y después de saborear el agridulce sabor del pastel cítrico, pague rápidamente la cuenta y me encaminé a disfrutar de aquella fiesta de Otoño; una brisa fría me atacó en la cara, en las manos, en mis pies y sentí el estertor de un invierno amenazante e inevitable. Al cruzar aquella calle de rojas baldosas, el viento arrebató con furia mi sombrero negro de lana; al recogerlo, vi las sombras de los arboles encendidos en la calle, difuminadas entre la luz de los faros de algunos autos escasos que deambulaban en aquel domingo de Octubre. Ya no había dudas, el sol se había marchado y una noche helada había ganado la partida.