lunes, 27 de junio de 2011

The place where dreams come true...

Jose Antonio Vargas ha salido dos veces del closet; la primera vez fue cuando confiesa valientemente que es gay durante una discusión en clase, frente al grupo de sus compañeros y el profesor. En ese tiempo, estudiaba la preparatoria y tenía apenas 18 años. Esta segunda vez, Jose Antonio ha ido más lejos: a los 30 años, e inmediatamente después de obtener el premio Pullitzer, reveló su situación ilegal y ahora enfrenta el peligro de ser deportado del país donde creció. “Estoy harto de huir, de andar corriendo, me siento cansado y exhausto” confesó Vargas; “ya no quiero seguir viviendo en estas condiciones”.

Su artículo “My Life as an Undocumented Immigrant” publicado el 22 de Junio de este año en el New York Times y sus declaraciones posteriores han dividido opiniones. Para algunos legalistas, habría que denunciarlo y deportarlo a su país natal, Filipinas, punto. Para otros, Vargas es considerado héroe y una voz influyente  que puede ser un punto estratégico que influencie la reforma migratoria. Tal vez antes de adoptar posiciones, sea conveniente tener la foto completa de esta historia.

Cuando Vargas tenía 12 años,  sus familiares pagaron a un “coyote” para que lo ingresara a EEUU y lo trasladara hasta California, entregándolo en la casa de sus abuelos. Vargas tuvo conciencia de su estatus ilegal algunos años después, cuando fue a solicitar su permiso de conducir y un empleado de la oficina de transito al revisar su tarjeta verde, la rechazó por ser una copia falsificada. Decepcionado, Jose Antonio confrontó a sus abuelos por su estatus ilegal en este país.  Inteligente y ambicioso, el joven destacó por grandes logros académicos en la preparatoria y se convirtió rápidamente en editor del periódico estudiantil; sus altas calificaciones llamaron la atención de directivos de la escuela preparatoria quienes al saber de su estatus ilegal, le ayudaron a obtener en Oregon su licencia de conducir y a través de una falsa tarjeta de seguridad social, consiguió oportunidades para realizar prácticas profesionales.

Con el apoyo de sus benefactores de la preparatoria, consiguió una beca que le permitió ingresar a la escuela de periodismo de la Universidad Estatal de San Francisco y finalmente con papeles falsos obtuvo empleo en La Crónica de San Francisco y en el Washington Post donde iniciaría una brillante carrera como reportero.  Su cobertura de los acontecimientos violentos en el Tecnológico de Virginia por parte de Vargas y su equipo noticioso, les hacen acreedores al Premio Pullitzer.

Es importante mencionar que el articulo de Vargas fue originalmente preparado para ser publicado en El Washington Post; sin embargo, al enterarse que no habían autorizado la publicación, Vargas contactó al New York Times, cuyos editores se dieron cuenta desde el principio que aquel reportaje constituía un importante material noticioso. El articulo muestra las contradicciones e ilustra al público estadounidense sobre la injusticia y la crueldad de las actuales leyes migratorias.

El debate que ha despertado este artículo es feroz porque muestra que los inmigrantes ilegales en este país ya no se dedican a lavar platos, ni a recoger zanahorias y tampoco a cuidar niños, sino que una mayoría creciente, ostenta títulos universitarios. Vargas forma parte de los millones de inmigrantes que -siguiendo una vieja tradición estadounidense- están transformando el país y contribuyendo a su progreso. La población hispana, por ejemplo, se va a triplicar en los próximos 50 años. Su poder adquisitivo se incrementa a una tasa tres veces mayor que el promedio nacional, al igual que su ritmo de creación de nuevas empresas. La clase media hispana de Estados Unidos es hoy una de las de mayor crecimiento del mundo: en 20 años aumentó un 80%.

El futuro de Vargas es incierto, como también incierto para legales e ilegales, la construcción del famoso sueño americano; este país hace mucho dejó de ser The place where dreams come true…leyenda que solo es creíble en los parques de Disney.

 

 

 

 

 

lunes, 13 de junio de 2011

Sin tener que pedir disculpas...

Estoy francamente harto de oír los calificativos y alegorías que normalmente usamos para referirnos al éxito y a la fortaleza de una mujer; expresiones como “Es una mujer con muchos pantalones” o peor aún, “Es una mujer pero tiene los huevos mas grandes que cualquier hombre” La pregunta es ¿Por qué debemos usar epítetos masculinos para evidenciar que una mujer triunfa y logra metas?  Tal vez porque vivimos en un mundo regido y diseñado por y para hombres, y todo lo que se separa, se aleja o se diferencia de éste,  o no tiene cabida, o no existe, o tal vez si existiera, es porque ha decidido jugar las reglas masculinas del juego.  Me desesperan también afirmaciones como “Ella es la primer mujer en ocupar tal o cual puesto” porque esta afirmación resta méritos a la persona designada y el género se traduce como una cualidad destacada y como una justificación de apertura. La expresión común que escuchamos para elogiar el papel de una mujer que dice  “atrás de un gran hombre hay una gran mujer” me parece totalmente fuera de lugar.

Mi abuela hizo sus estudios universitarios en 1927 en Francia; a su regreso a México, pago el precio de haberse anticipado históricamente; al recibirla, mi bisabuelo, un hacendado porfirista que había perdido su hacienda y la mayoría de sus bienes durante la revolución,  le dio dos opciones: “o te casas o te vas al convento”. Mi abuela eligió el matrimonio y tuvo a mi madre a quien educó con gran fortaleza; fue ella quien la impulso a estudiar en la universidad y a ocupar puestos políticos en 1945. Ambas detestaban oír que mi madre al escalar peldaños  era “la primera mujer en ocupar tal o cual puesto”; yo crecí escuchando que en la vida, el espacio no debe ser exclusivo ni único del hombre. En 1974, cuando iba a la mitad de mi carrera de ingeniero industrial, di un giro y me cambie de carrera; ingrese a estudiar Comunicación, en donde la mayoría del alumnado eran mujeres; fue ahí donde las enseñanzas de mi madre y mi abuela surtieron efecto. Ambas me prepararon a apreciar y a respetar las diferencias de género; posteriormente, al concluir mis estudios de posgrado en Estados Unidos y regresar a México, trabajé en una universidad regida por un pensamiento que privilegiaba la lógica lineal; siendo humanista, pude vivir en carne propia la prevalencia de una institución diseñada por y para ingenieros; fue muy complicado obtener la aprobación y lograr el éxito; tuve que aprender las reglas de ese juego. Aprecio la vida con una visión distinta, porque fui sustentado en otros hombros, y no en las figuras tradicionales y me siento dichoso de haber llegado este momento en donde hablo y escribo sin remordimientos y sin tener que pedir disculpas.

 

 

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lunes, 6 de junio de 2011

Saber, para contarla...

“Vuelvo hacia todos lados y miro el llano. Tanta y tamaña tierra para nada. No, el llano no es cosa que sirva. No hay ni conejos ni pájaros. No hay nada. A no ser unos cuantos huizaches trespeleques y una que otra manchita de zacate con las hojas enroscadas; a no ser eso, no hay nada.” Juan Rulfo.

 

Discutí inútilmente con la empleada del mostrador de American Airlines; todo fue inútil. Me dio el asiento 25 A, pegado a la ventanilla en vez del pasillo; abordé el avión resignado a no poder estirar las piernas en aquel minúsculo asiento; afortunadamente el avión despegó de la Ciudad de México a tiempo. No tenia sueño, así que poco tiempo después, cuando habíamos cobrado altura, abrí la ventanilla y miré hacia abajo: vi con tristeza aquella tierra árida, estéril y gris; esa tierra desértica de México sirve ahora solamente de refugio a los maleantes; es lamentable que la principal función de las zonas desérticas consista en ofrecer opciones de circulación al narcotráfico.

En 1910 el 80% de los habitantes de México vivía en el campo; esa proporción se ha invertido. Salvo en las zonas fértiles, el campo es una desolación donde apenas se produce. La propiedad colectiva de la tierra, el ejido, impide la inversión privada. El reparto agrario posterior a la Revolución Mexicana, fue en buena medida una operación demagógica que aniquiló las antiguas unidades productivas. La tierra se subdividió en predios inservibles: de peones sometidos, los campesinos pasaron a propietarios inermes. Rulfo lo evidencia en su cuento “Nos han dado la Tierra”:

“El delegado no venía a conversar con nosotros. Nos puso los papeles en la mano y nos dijo:
        —No se vayan a asustar por tener tanto terreno para ustedes solos.
        —Es que el llano, señor delegado...
        —Son miles y miles de yuntas.
        —Pero no hay agua. Ni siquiera para hacer un buche hay agua.
        ¿Y el temporal? Nadie les dijo que se les iba a dotar con tierras de riego. En cuanto allí llueva, se levantará el maíz como si lo     estiraran.
        —Pero, señor delegado, la tierra está deslavada, dura. No creemos que el arado se entierre en esa como cantera que es la tierra del llano. Habría que hacer agujeros con el azadón para sembrar la semilla y ni aun así es positivo que nazca nada; ni maíz ni nada nacerá.
        —Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que tienen que atacar, no al Gobierno que les da la tierra.
        —Espérenos usted, señor delegado. Nosotros no hemos dicho nada contra el Centro. Todo es contra el llano... No se puede contra lo que no se puede. Eso es lo que hemos dicho... Espérenos usted para explicarle. Mire, vamos a comenzar por donde íbamos...
        Pero él no nos quiso oír.
        Así nos han dado esta tierra. Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo, para ver si algo retoña y se levanta. Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes. Uno los ve allá cada y cuando, muy arriba, volando a la carrera; tratando de salir lo más pronto posible de este blanco terrenal endurecido, donde nada se mueve y por donde uno camina como reculando”.

En 2011, el narcotráfico dispone de un país vacío: tierra de nadie. Al mundo no le faltan mexicanos, pero sí al campo. En tiempos de tecnología y pobreza, los terrenos sin nadie ofrecen refugio local a la ilegalidad globalizada que se planea en computadora. Hace cuatro años el presidente Felipe Calderón inició la guerra contra el narcotráfico. Dependiendo de los conteos, ha habido entre 23.000 y 32.000 muertos. Estábamos sentados en dinamita y Calderón encendió un cerillo para comprobarlo. En la escalada de la violencia ha surgido el narcoterrorismo que ataca a la población civil: lanzamiento de granadas hacia edificios públicos, miles de inocentes acribillados por estar en el lugar incorrecto a la hora incorrecta, bloqueo de todas las vías de acceso en algunas ciudades de México, entre otras atrocidades. El economista David Konzevik señaló: "El principal problema económico de México es la ocupación. Lo grave no es que se pierdan empleos formales, sino que los desempleados tienen otras opciones y todas son ilegales". El tráfico de drogas, las armas, y la delincuencia son las opciones de las que habla Konzevic.

La edad predominante en México es de 16 años. ¿Qué horizonte aguarda a los jóvenes? No hay opciones laborales, educativas, religiosas o deportivas que brinden un sentido de pertenencia tan fuerte como el crimen organizado. Incapaz de incluir a los jóvenes, el Estado tiende a criminalizarlos de antemano como "delincuentes juveniles". Esto ha operado como una profecía que se cumple a sí misma: los carteles les han ofrecido identidad y códigos compartidos. El saldo más extraño de la batalla contra el narco es que desconocemos a protagonistas decisivos. Es poco lo que sabemos del Ejército y las distintas perspectivas que ahí se tienen. Pero sobre todo, es nulo lo que sabemos de Estados Unidos. La DEA ha brindado celebridad a los capos mexicanos. Esta política exterior no tiene un correlato interno. El vecino del norte, principal consumidor de drogas y exportador de armas opera en la sombra. México aporta los muertos, es decir, las historias. ¿Dónde está la otra parte de la narrativa? Lo ignoro; quisiera saber, para contarla…