lunes, 26 de julio de 2010

Tú me acostumbraste...

Tú me acostumbraste a todas esas cosas

Y tú me enseñaste que son maravillosas…

 

Mi padre y mi madre fueron siempre “el alma de las fiestas” y de sus voces aprendí a apreciar el bolero y su lirica, como expresión y forma de verbalizar el sentimiento amoroso: “eres mi bien lo que me tiene extasiado, ¿por qué negar que estoy de ti enamorado? ”. Mis tres hermanos desde muy pequeños, al igual que mis padres, tocaban la guitarra y entonaban canciones románticas en  reuniones, despertando el reconocimiento y el aplauso de los amigos. Mis padres y hermanos eran muy solicitados para cantar en fiestas y serenatas; a mí me costó mucho trabajo cantar; de niño me sentía como “el patito feo” pues fui el único de mi casa que jamás aprendió a tocar un instrumento musical y mi calidad vocal dejaba mucho que desear. Recuerdo haberme propuesto cantar, auxiliado con una grabadora de audio; ensayaba canciones una y otra vez, provocando la risa de mis hermanos ante mis esfuerzos inútiles: a veces desafinaba o no alcanzaba las notas altas. 

Mi madre que para todo tenía solución y salida, al ver mi desesperación, me empezó a enseñar hacer la segunda voz y los coros para algunos boleros  que según ella, no ofrecían mayor esfuerzo vocal: así aprendí canciones como “Cenizas”, “La gloria eres tú”, “Miénteme” y “Tú me acostumbraste”, de Olga Guillot. Gracias a los consejos de mi madre, pude participar cantando en grupo, en aquellas tertulias inolvidables.

Hoy, de Olga Guillot, la reina del bolero ya sólo queda el recuerdo; la cantante más internacional de Cuba junto con Celia Cruz, falleció hace unos días en Miami a causa de un infarto, a los 87 años. Su voz aterciopelada, como se la conocía, se apagó para siempre. La máxima leyenda del bolero, como Celia lo fue de la salsa, murió también sin volver a la Cuba que dejó después del triunfo de la Revolución. Olga nació en Santiago en 1925 y comenzó muy pronto su carrera, con 14 años, haciendo un dúo con su hermana. Ya en solitario, su fama fue memorable en los años cincuenta. Su calidad continuó en el destierro de México, donde fijó su primera residencia, que después alternó con Miami.

Olga Guillot traspasó todas las fronteras, donde fue una referencia para varias generaciones. Grabó más de 50 discos; su sueño era cantar de nuevo en Tropicana, el prestigioso cabaré de La Habana. La versión española de Lluvia gris (Stormy Weather) fue su primer gran éxito. Curiosamente, un blues estadounidense. Ella ya cantaba boleros, pero su casa de discos le propuso cantarla porque estaba de moda. Pero pronto llegaron sus maravillosos boleros, canciones míticas, una lista casi interminable que la haría famosa. Contigo en la distancia, Tú me acostumbraste, La noche de anoche, La gloria eres tú... y, Miénteme. "El bolero es mi escuela, mi género, mi estilo", decía siempre. "El bolero es poesía y existirá mientras haya poetas". Su forma de interpretar, sensual, dramática, potente, todo en una mezcla emocionante, la ha permitido pasar a la historia de las grandes divas de la canción. El bolero, con su especial entorno de amores, engaños, mentiras, celos y arrebatos, fue su gran territorio de gloria.

La semana pasada fui con un grupo de visitantes a “Mangos”, un célebre bar con música en vivo, ubicado en la calle Ocean Drive en South Beach Miami. La banda que normalmente interpreta merengue y reggaeton, esa tarde en memoria de Olga, empezó a interpretar en versión salsa la canción Tú me acostumbraste; al escuchar los acordes y sin pensarlo dos veces, salté de mi silla y me coloqué al lado del micrófono con el grupo musical; cerré los ojos y pensé  en aquellas lecciones infantiles de canto que tuve con mi madre,  libre de fantasmas y ataduras, y me sumé al homenaje entonando la parte del coro que dice: “por eso me pregunto, al ver que me olvidaste, por qué no me enseñaste, como se vive sin ti…”

 

 

 

 

 

domingo, 18 de julio de 2010

Pues naci y ya...

Francisco Toledo es uno de los pintores mexicanos contemporáneos de mayor prestigio internacional. Su fama es merecida. Un humor acre y delirante recorre cada pincelada de sus lienzos dejando el rastro de un juicioso estudio social disfrazado de fábula, de alegorías que señalan a la crítica situación del hombre y del mundo de nuestros días.

Es como si el viento de la desgracia asolara esas imágenes y con crudeza nos señalaran los males precisos que padece el mundo. Esqueletos, osarios, conejos, perros o serpientes apuntan y le echan más sal a la herida. Toledo no ofrece pinturas tibias. Es la realidad, es otra manera de contemplar la realidad, es la suya. Propia, única e irrepetible. Toledo no vuelve nunca sobre sus pasos. Indaga las posibilidades expresivas de un tema y lo agota para recomenzar la tarea de ver, de ahondar, de hurgar con cada vez mayor profundidad en el obscuro misterio de las cosas.

Lo conocí personalmente en Febrero de 2004, en una exposición del Museo Marco de Monterrey; flaco, con una arrugada camisa de manta, mirada huidiza y manos huesudas, llegó nervioso a una rueda de prensa que se efectuaba en un saloncito anexo a las salas de exposiciones, poco después de concluir la ceremonia de inauguración de su muestra, enfrentando a una nube de periodistas y fotógrafos que le hacían una lluvia de preguntas: “Maestro Toledo, cuando empieza usted a pintar?” inquirió casi a gritos una reportera: “Pues como todos los niños, ¿no? Todos los niños dibujan, todos, pues ya”, dijo Toledo en un tono bajito y ensimismado, mientras su dedo pulgar buscaba nerviosamente conectar con su dedo chiquito. “¿Y luego?” insistió la mujer buscando la frase clave o tal vez la cabeza de la noticia. “Pues dibujaba yo, y ya”, contestó lacónico el maestro. “Y luego?” volvió a insistir la mujer casi exasperada “Pues, ya”, respondió enfadado Toledo y se levantó de la mesa, sin mayores explicaciones, sin voltear la cara, huyendo del asedio de la prensa. Enemigo de las poses falsas y la vida glamorosa de las celebridades, el maestro Francisco Toledo ha rechazado este 17 de Julio los festejos, los homenajes y las celebraciones de su aniversario numero setenta. Personalmente sonrío y me lo imagino diciendo para sí mismo, encogiéndose de hombros: pues nací, y ya…

 

 

 

 

 

lunes, 12 de julio de 2010

Io sono l'amore.

Io sono l’amore” (Yo soy el amor) es una película sublime, desafiante de principio a fin y perteneciente al linaje más glorioso del cine italiano. Una inesperada y temeraria joya de autoría doble: del director Luca Guadagnino y de la actriz Tilda Swinton, co-productora de la cinta. La cinta presenta el desmoronamiento de una familia de la clase alta milanesa, al estilo Visconti y por supuesto es evidente la influencia de Antonioni.  Se dice que Guadagnino y Swinton tardaron siete años en concluirla, producto de un trabajo perfeccionista y que pasaron incontables horas de trabajo, discutiendo en la sala de edición. "Io sono l´amore" es cine de planificación milimétrica, de cuidadísimos encuadres, de imponente sensualidad visual. Cada secuencia está planteada con una delicadeza casi pictórica. Ocasionalmente, la cinta acusa cierta tendencia al exceso de coreografía. Toda esa cuidadísima armonía visual responde, quizá, a una sobreprotección del drama, en el sentido de que Guadagnino trabaja con niveles de intensidad en ocasiones demasiado barrocos, y en otras, demasiado pautados.

La película plantea la enfática disfuncionalidad del clan Recchi, una familia perteneciente a la “creme de la creme” de la aristocracia industrial del norte de Italia que domina las pasiones enlatándolas para templar y “dirigir” manteniendo la distancia, pero siempre infalible y adecuadamente el carácter de todos sus miembros. Guadagnino crea una atmósfera turbia, de emociones al límite que nunca se desbordan más allá de la discreción y la sugerencia. He ahí donde radica el mejor argumento de "Io sono l´amore". La película inmortaliza el retrato coral de una dinastía oligárquica cohesionada en torno a modelos solidaridad y lealtad arcaicos. La voluntad del clan devora la humanidad individual de sus miembros aplastados por el espejismo frívolo del poder y la apariencia. Es una película inolvidable, para verse más de una vez…

 

sábado, 3 de julio de 2010

La Tregua

Aunque no nací en Monterrey, me unen tantos lazos personales y profesionales con esa ciudad, que lo que ocurra ahí me impacta, me desvela y me preocupa; a diario leo noticias y busco información a través de diversas fuentes para mantenerme enterado de lo que ahí ocurre; esta semana, en forma brutal y salvaje, el agua buscó y reclamó sus antiguos cauces en los ríos secos que rodean la capital de Nuevo León. El Huracán Alex, convertido en tormenta tropical, cobró la vida de personas, dejó cuantiosos damnificados y millonarias pérdidas. Desde el miércoles por la noche se empezó a sentir en la ciudad el embate de las intensas lluvias. En sólo unas horas, el río Santa Catarina que circunda Monterrey creció como no lo hacía desde hace 22 años durante el huracán Gilberto.

Jamás he logrado entender por qué el lecho del Rio Santa Catarina tuvo que ser transformado para ser utilizado con fines comerciales. ¿Sería solamente por ambición gubernamental? Siempre me he preguntado: ¿por qué albergar una infraestructura urbana inverosímil justo ahí, en el lecho del rio? A lo largo de los años, he visto canchas de futbol y campos de golf; albercas, chapoteaderos, pistas de go-karts y bicicletas, mercados de pulgas, juegos mecánicos, espacios para aprender a conducir, circos, patinaderos y todo negocio que prometa dejar utilidades y jugosos impuestos. El estado olvidó que no hay nada más traicionero que un río seco; durante la mañana del jueves, el agua del río, revuelta y de color tierra, empezó a rugir anticipando a los ciudadanos lo que estaba por llegar: las inundaciones, y con ellas, decenas de pasos a desnivel quedaron anegados, carriles de autopistas y carreteras desaparecieron en los deslaves, y amplios sectores urbanos han permanecido en penumbra y sin servicio de agua potable. Durante estos días, las calles y avenidas de Monterrey se convirtieron en auténticos ríos. Los coches fueron arrastrados, sin que sus conductores pudieran hacer nada más que saltar y nadar hasta la orilla para salvar sus vidas. Las corrientes de los apaciguados ríos y arroyos de Monterrey arrastraron lo que había a su paso: coches, camiones, tráileres, muebles, pedazos de casas, pedazos de pavimento, y hasta personas.

Hoy la lluvia ha cesado pero la incomunicación predomina: hay derrumbes, deslaves, escurrimientos y muchas de las arterias de comunicación están inservibles;  el caos se ha apoderado de la ciudad y me pregunto ¿cómo volverán sus habitantes a la rutina normal de actividades esta próxima semana?. Los principales accesos están bloqueados. Las contradicciones urbanísticas del lecho del Rio Santa Catarina han quedaron al descubierto. El agua turbulenta buscó su camino y lo encontró a pesar de los muros de contención, edificios y casas habitación. Los aludes se llevaron carriles de la avenida Constitución y de Morones Prieto, así como muchas de las calles alrededor de la ciudad. Tal vez lo único positivo es la tregua que el narcotráfico tuvo que hacer en estos días de huracán; paradójicamente Monterrey durante su encierro ha gozado de una paz que hace años no sentía…aunque por supuesto, el precio es demasiado alto.