lunes, 15 de julio de 2013

Tierra de oportunidades.

Mi nieto Emilio Alvarado Nikolova es rubio, de ojos claros y piel blanca; él tiene de mexicano lo que yo de ruso; como Emilio, este país está repleto de mezclas raciales y quieran los republicanos o no, la evolución de Estados Unidos hacia una gran sociedad multicultural se producirá con o sin reforma migratoria. En realidad, la reforma solo acelera un destino inevitable. Hispanos, asiáticos, anglosajones, centroeuropeos y afroamericanos, favorecidos por un entorno aperturista y por nuevas tecnologías de comunicación instantánea, están llamados a interrelacionarse en una nación en la que, nombres como, por ejemplo, Juan Johnson-Chan, serán cada vez más comunes. Eso permite vislumbrar un nuevo horizonte en el que las disputas religiosas y nacionalistas cedan ante el conocimiento. No hay mejor antídoto para la intolerancia que la convivencia.

 

Obama tiene que cumplir su promesa: la reforma migratoria; ganar la elección para su segundo mandato obedeció en gran medida al apoyo del voto hispano. Sin embargo, el riesgo de ciudadanos de lealtad compartida o, simplemente, carentes de ella, es innegable. Ayer llovió sin cesar durante todo el día, y por lo tanto, no tuve más remedio que quedarme en casa y ver televisión; vi la repetición del  partido de futbol soccer entre México y Estados Unidos. Lo primero que note fue a dos mexicanos, ambos del mismo origen, la misma lengua y el mismo acento, pelear tras un balón, uno por la camiseta de México, y otro, por el equipo de las barras y estrellas.

 

Es cierto que este no es un problema nuevo para este país. A principio del siglo XX, el porcentaje de extranjeros entre la población norteamericana era más alto que hoy, y de allí surgió, sin embargo, la mayor potencia económica y militar que el mundo ha conocido jamás. Más aún, un modelo de sociedad que hasta China trata de imitar. Hoy, el desafío es mayor porque la diversidad es mayor. Si no debió de ser fácil hacer causa común entre italianos, irlandeses y polacos, por mencionar algunos de los focos migratorios del pasado, más complicado todavía puede ser crear una nación de la que se sientan parte filipinos, salvadoreños y nigerianos, entre otros de los grupos de inmigrantes en la actualidad.

 

No obstante, el móvil que entonces empujó a los inmigrantes hacia EE UU no ha cambiado. La ambición de progreso, de libertad para escoger el estilo de vida que cada uno prefiera, la perspectiva de una vida mejor para las siguientes generaciones, esa condición innata en el ser humano de avanzar en el camino, permanece inmutable. Hoy reconozco que EE UU no es  una tierra de oportunidades al alcance de cualquiera. Es un país en el que el éxito se paga con sudor y, a veces, con injusticia y discriminación. A pesar de todo, esta nación sigue siendo una tierra de oportunidades, para aquel dispuesto a pagar el precio,

 

 

 

 

lunes, 3 de junio de 2013

Palabras y pre-supuestos mentales.

No puedo negar que mi doctorado es en Lingüística; moriré con el lastre de haber perdido la inocencia cada vez que escucho o leo frases y oraciones de mis amigos, colegas, alumnos, o inclusive en los medios impresos o digitales; me gusta leer entre líneas y escuchar con especial interés aquellas expresiones que denotan el sentir interno, los valores y las creencias de quienes las pronuncian. Dos ejemplos de este tipo de expresiones son las oraciones adversativas y las concesivas; Las primeras son aquellas en donde existe una relación de oposición, es decir, lo que dice una parte de la oración, contradice la segunda. Típicamente, en las expresiones adversativas encontramos conjunciones como: aunque, pero, sin embargo, antes bien, no obstante. Las oraciones concesivas son en cambio, oraciones subordinadas que semánticamente expresan un impedimento para cumplir lo expresado en la oración principal; estas oraciones usan locuciones preposicionales tales como: atrás de, a pesar de entre muchas otras. Algunos ejemplos de estas expresiones adversativas y concesivas que personalmente detesto son:

1.      “Maria es una excelente mujer y merece ser feliz, sin embargo, a pesar de su edad, aun no encuentra su media naranja”. La deducción aquí es simple y el prejuicio evidente: implica afirmar que la vida en pareja es la auténtica situación natural de los seres humanos, la única aspiración posible, dado que el ser humano ha nacido “incompleto”. Encontrar la otra media naranja es lograr una condición que nos hará disfrutar la existencia. La alegría y la felicidad se identifican con tener una compañía sentimental.

2.      “Aunque Pedro es divorciado, tiene derecho a rehacer su vida”. Bajo este supuesto, hay que entender que una nueva relación hará vivir con plenitud el tránsito de la vida; la pregunta que me hago es: y que ocurre con aquellos que deciden no volver a intentar, por considerar que su existencia es significativa y enriquecedora y que la felicidad individual es también susceptible de encontrar transitando por un camino distinto y que en la vida puede recorrerse en tramos no necesariamente con relaciones amorosas, sexuales, sino también con amistad, apoyo mutuo, con roces o sin ellos.

3.      “Detrás de un gran hombre hay una gran mujer”. Esta expresión es absolutamente intolerable. Implica un sexismo horrendo en el que el ser protagónico de la historia es el varón y la que ocupa un plano secundario es la mujer, cuando perfectamente sabemos que ambos podrían estar más cómodos codo a codo o bien, los méritos de inteligencia, capacidad, lucidez no distinguen género.

4.      “A pesar de que el niño de Margarita es prietito, está bonito.” A pesar del uso del diminutivo, la implicación del color blanco en la piel como concepto rector de la estética es innegable; inclusive el uso del diminutivo para contrarrestar el adjetivo peyorativo es contradictorio.   

 

 

A veces quisiera ser mas ingenuo y menos incisivo pero detesto los presupuestos mentales que encuentro en esas frases basadas en un modelo ideal y único; estas expresiones transmiten toda una carga de pensamiento y reflejan prejuicios infundados.

 

 

 

lunes, 27 de mayo de 2013

En busca de otro Mexico...

El pasado 3 de Mayo, el Presidente Barak Obama pronunció un elocuente discurso en el Museo de Antropología de la Ciudad de México, dirigido a los jóvenes estudiantes y a empresarios. El discurso, plagado de citas y referencias a Rivera, Kahlo, Juárez, Paz, Nervo y Sor Juana llamó poderosamente mi atención; primero, porque soy un apasionado del arte y la historia de mi país y segundo, porque su mensaje anuncia del advenimiento de un nuevo México, vislumbrado en perspectiva, desde el país vecino. Tal vez la mejor ilustración del discurso sea la cita de Octavio Paz, refiriéndose a la firmeza con la que México ha ingresado a una nueva época: “La modernidad no está afuera sino adentro de nosotros. Es hoy y es la antigüedad más antigua, es mañana y es el comienzo del mundo, tiene mil años y acaba de nacer.” Personalmente he leído y releído el texto completo del discurso del presidente norteamericano y me gustaría anotar algunas reflexiones.

 

Evidentemente, Barak Obama en su mensaje deja de lado temas que ocuparon el foco central de la agenda de su visita: la inmigración, reforma migratoria, la violencia y la inseguridad; su eje principal se centra en la educación, la economía y el surgimiento de un nuevo México, ante una democracia más sólida, el fortalecimiento de la sociedad civil, la reorientación al comercio internacional así como la lucha por lograr la prosperidad a través de las oportunidades que surgen de la innovación, el emprendimiento y el uso de alta tecnología. Indudablemente, el gobierno mexicano que encabeza Enrique Peña Nieto ha entendido esa línea, al crear en enero de este año el Instituto Nacional del Emprendedor, que dirige Enrique Jacob. La encrucijada es muy clara: México debe impulsar la innovación, el emprendimiento de empresas competitivas relacionadas primordialmente con tecnología, al igual que otros países emergentes, o perderá su oportunidad de insertarse dentro de la categoría de países desarrollados.

 

Estoy convencido que en los próximos cinco años, México estará en busca de otro México; el emprendimiento de nuevos negocios es una ventana de oportunidad magnífica; el ingenio y la creatividad del mexicano son insumos maravillosos para desarrollar nuevas ideas y emprender de la nada. Obviamente hay condiciones indispensables para todo emprendedor: éste deberá llevar su innovación al siguiente nivel, es decir, deberá pensar en grande y exceder los límites del país hasta lograr un interés global. Otro requisito es huir y evitar la imitación; asimismo deberá tener la fortaleza y el valor para resistir estoicamente los obstáculos y complicaciones; tendrá que luchar contra el “no se puede” y tener la paciencia para caminar en la oscuridad, entendiendo que las cosas que valen la pena, no se logran en veinticuatro horas.

 

Personalmente me emocionan los casos de éxito de mexicanos emprendedores; he visto algunos (desafortunadamente no abundan) casos de mexicanos exitosos aquí en Estados Unidos. Si me pidieran un consejo, les diría que se aseguren de instalar al menos, una oficina en México; les diría que emprendan nuevos negocios también allá, para inspirar a otros mexicanos a que los emprendedores no solo se apellidan Jobs o Zuckerber, sino Martinez o González. Asimismo, es indispensable que escuelas y universidades cuenten con profesores que hayan practicado la innovación y no solamente hayan leído textos sobre ésta, para poder inspirar la precocidad del mexicano a emprender; pienso que entre las tres facciones: emprendedores exitosos, escuelas y gobierno,  podemos lograr una eclosión de mexicanos emprendedores, jóvenes capaces de montar su propio negocio, en vez de conformarse con ser empleados.

 

 

 

 

lunes, 20 de mayo de 2013

Ana Karenina...

Llegó de prisa y al acercarse para pedir una mesa, su bolsa Gucci de cabritilla color vino y cuyo precio excedía al sueldo quincenal de todos los meseros de aquel restaurant, resbaló de su hombro; aunque hizo un mohín de disgusto, el relámpago de ira de sus ojos brillantes se vio disimulado por sus gafas de sol Prada adquiridas en su más reciente viaje a Milán. Tenía ojos de pájaro feliz y su piel de melaza aun irradiaba la resolana del caribe, lograda a fuego lento por los ocho días que pasó tendida al sol, en la piscina del crucero Celebrity Line que había tomado en Miami durante las vacaciones de Semana Santa. Esa tibia mañana de Abril al llegar al restaurant pidió una mesa en la esquina de la terraza y la exigió al capitán de meseros, utilizando el tono arrogante de aquella que sabe que su estirpe maneja a su arbitrio el destino de la ciudad. No había mesa disponible en ese momento y debía esperar. Allá afuera, el tráfico era difícil y más en aquella hora en que un camión de legumbres frescas y cisternas de vinos importados intentaba acercarse a la puerta de servicio del restaurant. Andrea aguardaba impacientemente, a veces texteando con su I-Phone 5 y otras, jugando con su anillo Juicy Couture color naranja, que llevaba en su dedo anular, cuando la voz del capitán de meseros interrumpió sus cavilaciones.      

El pasado 26 de abril Andrea Benítez acudió al restaurante Maximo Bistro ubicado en la colonia Roma. Como el establecimiento se encontraba lleno, la hija del entonces titular de la Profeco tuvo que esperar mesa un rato. Al llegar su turno le asignaron una mesa, pero la joven quería una en particular que no estaba disponible en ese momento. Al no atender su petición, Andrea movió sus influencias para que funcionarios de la Profeco cerraran el restaurante. Dos horas más tarde, arribaron los funcionarios y, pese a que el lugar estaba lleno, pusieron sellos de suspensión por irregularidades en el sistema de reservaciones y venta de bebidas alcohólicas. El caso generó un escándalo en las redes sociales. Los usuarios de Twitter bautizaron a Andrea como #LadyProfeco.

Su padre, Humberto Benítez, se disculpó por la “conducta inapropiada” de su hija y ella misma hizo lo propio a través de su cuenta en Twitter, que bloqueó inmediatamente después. “Ella exageró la situación y las autoridades de la Profeco, que dependen de mí, sobrerreaccionaron indebidamente por tratarse de mi hija”, señaló el procurador un día después del escándalo. Sin embargo,  a pesar de ser exonerado por la Secretaría de la Función Pública de cualquier responsabilidad, el Presidente de México, Enrique Peña Nieto ordenó la remoción de Humberto Benítez Treviño como titular de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) tras el escándalo que detonó su hija al ordenar clausurar un restaurante.

La noche del 15 de Mayo, después de las 8 pm Andrea accionó el control de la puerta de la cochera y se echó reversa; traía los ojos hinchados de tanto llorar; su automóvil Mercedes Benz platinado, hacia el interior exhalaba un aliento de bestia viva. Los asientos posteriores iban atiborrados de ropa casi nueva, más de sesenta pares de zapatos, una docena de chamarras de piel,  varios abrigos y cerca de treinta vestidos de cocktail colgados en ganchos y protegidos con bolsas de plástico transparentes. Las tres maletas Coach a fuerza de voluntad habían encontrado sitio en la cajuela de su auto. Andrea había decidido dejar su casa e irse temporalmente a vivir a casa de alguna amiga, pero no sabía a cuál llamar. El tráfico en el Paseo de la Reforma a aquella hora era infernal. La Glorieta del Angel era un nudo de autos y motocicletas, embotellados en ambos sentidos. Esa mañana que el Presidente Enrique Peña Nieto había ordenado la destitución de su padre, Andrea estaba leyendo Ana Karenina de León Tolstoi; la frase inicial de la magistral novela se le quedó grabada para siempre: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz tiene un motivo único para sentirse desgraciada; en la casa de los Oblonsky, -al igual que los Benitez- todo andaba trastocado…”

 

lunes, 13 de mayo de 2013

Homenaje al projimo...

Por un momento me quede impávido: ahí estaba el poeta que yo había estado leyendo por años; pasé saliva y le expliqué el motivo de la llamada y me dijo sin reservas: ”acepto su invitación con mucho gusto; me gusta compartir con los jóvenes. Ellos al igual que yo, experimentamos emociones que, como el mismo lenguaje, son íntimas y son de todos; y fíjese usted: nunca me he propuesto adoctrinar, iluminar o edificar a nadie, sino que mis poemas comparten mis ideas, preocupaciones y, por qué no decirlo? mis obsesiones, sensaciones y mis afectos; me gusta que juntos, los jóvenes y yo podamos vislumbrar la adivinación de realidades entrevistas, que son la faz oculta de nuestro vivir cotidiano.” Maestro -me atreví a interrumpirlo: “cómo logra en sus textos, ser conciso y a la vez, ameno?” “Bueno, mire usted -agregó Paz- yo no soy novelista, y me resigno, diciéndome: ya que no puedo ser torrente ni cascada, debo lograr que mi prosa sea al menos, “agua potable”. Al concluir su respuesta, estalló en carcajadas y yo lo acompañé de buena gana y aprovechando la sencillez de su respuesta, pregunté: “lee usted lo que escribe?”. Paz respondió sin pensarlo mucho: “El autor es el primer lector de sus escritos y eso lo obliga a cierta exigencia íntima; yo divido a los escritores en dos familias: aquellos que saben leerse y los otros que jamás leen lo que acaban de escribir. Desconfío de los segundos, por mas geniales que sean. Nadie puede estar seguro de lo que dice; -y me dijo de pronto, bajando la voz- esta llamada está siendo ya muy larga y debo colgar, me están pidiendo que baje a cenar – déjeme hacerle una pequeña confesión: escribir para mí ha sido cultivar uno de mis placeres favoritos: la conversación. Cuando escribo, converso conmigo mismo; yo soy esa persona que es mi diario interlocutor y a la vez, un desconocido.

 

Después de terminar la llamada, salí de Sanborns y me di cuenta que había dejado de llover; caminé sin prisa hasta llegar al auto que me esperaba; me subí y saqué un cuaderno de mi portafolios para tomar algunas notas de mi conversación con el Maestro Paz y que aún hoy conservo como tesoro; durante el trayecto de regreso a Querétaro, solo una idea rondaba por mi cabeza: volver a llamarle, para confirmar la fecha de su viaje, volver a conectar con él para hacerle algunas otras preguntas, que como mariposas revoloteaban sobre mi cabeza; “cuando escribo, converso conmigo” era la frase de Paz que deambulaba y me obsesionaba. Es verdad, -me dije- nada como una conversación. La noche habia extendido su negro manto sobre la autopista; asomé mi cabeza por la ventanilla del auto; alla arriba, una constelacion de estrellas acampaba en el cielo oscuro; pensé que estaban en una franca conversación y que acá abajo, yo era un pobre mortal que intentaba inutilmente descifrar los mensajes de aquel diálogo entre estrellas.

 

Tres semanas más tarde, lo llamé nuevamente para confirmarle el día y la fecha del estreno del recital poético; marqué su número y al contestar noté de inmediato que esta vez su voz sonaba opaca; “Maestro? Habla Luis Alvarado del Tec de Monterrey nuevamente; llamo para confirmar la fecha y hora del recital; desea que enviemos un auto y chofer a México, ese día, para recogerlo y trasladarlo a Querétaro?” –inquirí. “Profesor, que bueno que me llama –dijo. Lamentablemente no podré acudir. La no invitada, la enfermedad ha tocado a mi puerta; abrí y ella sin decirme nada, me miró con una mirada que me traspasó y que no puedo definir. Los médicos están buscando descifrar esa mirada pero yo me siento herido de muerte; el sufrimiento no es una palabra sino una realidad tangible que se aleja en momentos, para regresar en otros, con más saña; el daño, las punzadas y los clavos son materiales e incorpóreos. Los siente el cuerpo pero no puede tocarlos. El mal no viene de fuera, sino de adentro de mí mismo. Soy yo mismo el que sufre y el que me hace sufrir. El dolor me ha devuelto a mí mismo y me ha entregado a mi propio enemigo.” Se hizo un silencio y en esa pausa, entendí que una puerta de comprensión se había abierto entre nosotros; desde ese día, pienso que la prueba máxima de amor o amistad es la participación del sufrimiento de otro. El Maestro Paz sobrevivió a una seria operación del corazón y murió doce años más tarde; su poesía jamás me será indiferente;  estos diálogos con él y mi lectura devocional y ferviente de su obra completa, han fincado en mí, la idea de querer vivir conmigo cada día más, de internarme de una vez y para siempre en un laberinto de soledad que es entre otras cosas, mi mejor homenaje al prójimo…   

 

 

 

miércoles, 8 de mayo de 2013

Soy yo...

La vi sentada en la mesa y me fijé que me vio entrar: era una cuarentona vivaz, de cabello oscuro azabache, como crin de caballo, de ojos amarillos y encarnizados que denotaban que hacía mucho tiempo habían perdido la compasión por los hombres. La había citado por teléfono hacía dos semanas, habíamos quedamos de vernos en el Sanborns de los azulejos en la ciudad de Mexico, aquel día ultimo de Septiembre de aquel Otoño incierto de 1986;  esa tarde se había desatado una  lluvia inmisericorde. El chofer me había dejado muy cerca de la puerta principal mientras él buscaba un espacio para estacionar el auto y esperarme, pero aun así me empapé. Yo tenía que volver a Querétaro esa noche, después de mi encuentro con Laura. “Perdóname esta facha de murciélago remojado” le dije al saludarla con un beso en su mejilla, refiriéndome a mi traje negro y agregué “allá afuera llueve como si no fuera a escampar nunca”. “Ay no te preocupes Luis, entiendo perfectamente; yo llegué hace diez minutos fíjate, y  más mojada que tú” respondió la mujer, con un tono que dejaba entrever la música inconfundible del acento “chilango”. Deslumbrado aun por la claridad de la calle no hice mayor comentario y me senté a su lado.

 

Una mesera baja, morena, regordeta y sonriente nos trajo el menú; caminaba con dificultad, embutida en aquella larga falda almidonada  de tablones, con franjas horizontales de colores blanco, verde, rojo, lila y café; llevaba una blusa blanca que dejaba adivinar sus amplios y generosos cántaros de barro; sus brazos que parecían hechos de piloncillo oscuro se asomaban debajo de un trozo de tela romboide, color verde bandera de lino crudo, que semejaba un huipil oaxaqueño en versión contemporánea, llevaba el pelo recogido en una cebolla y cubierta con una cofia nayarita del mismo color. Miré mi reloj: eran las seis de la tarde con treinta y cinco minutos. “Es muy temprano para cenar, Luis; yo comí hace una hora y media” me dijo Laura, mientras tocaba con su mano izquierda aquel jarroncito de vidrio retorcido, color azul marino con dos claveles, uno rojo y otro blanco, colocado en el centro de la mesa. “Entonces pediremos solo café y pan dulce, para merendar.” Laura ni asintió ni negó; en sus ojos amarillos vi una mezcla de interrogación y curiosidad; no sabía el motivo de nuestra reunión, pero por la relación profesional que yo llevaba con la casa editora y especialmente por mi amistad con el director, Sealtiel Alatriste, del cual Laura era su asistente, había aceptado aquella cita, sin preguntar el motivo.

 

La mesera frondosa y diligente llegó casi de inmediato con una charola en la que traía los cafés y un canasto copeteado de pan; colocó con esmero dos tazas y dos platitos de talavera azul con grabados chinos.“Sabes por qué te cité, Laura?” le pregunté después de una pausa incomoda, mientras esperábamos que la mesera se alejara para poder hablar; “Ni idea” respondió la mujer, acostumbrada a lidiar toros. “Estoy organizando un recital poético-le dije, mirándole a los ojos amarillos, como de gata en celo-  con un grupo de alumnos y profesores del Tec de Monterrey, Campus Querétaro; es un espectáculo en el que voy a incluir música en vivo, lectura de poesía, proyecciones de video y fotografía fija, y algunos otros efectos visuales; con mucho esfuerzo he conseguido que nos presten un espacio histórico importante, el Patio Barroco del Museo de Arte de Querétaro, para presentar este recital y quisiera invitar al autor de los poemas, el día del estreno; sé perfectamente que él es una persona difícil de tratar, pero quiero intentarlo; podrías darme su teléfono y yo le llamaré para hacerle la invitación; en caso de que me diga que no, pediré a Sealtiel que intervenga, después de todo, es un autor que publica con ustedes, ahí en la casa editora; pero confío en que yo solo podré lograr que acepte venir a Querétaro”. “De quién hablas, Luis?” me preguntó Laura. “Hablo de Octavio Paz; podrías darme su  teléfono”?  Se hizo un silencio y vi en sus ojos ámbar pasar por un momento de duda; después de unos segundos me dijo: “Te lo daré con una condición: jamás le digas a nadie que yo te lo di, ni siquiera a Sealtiel quien me tiene prohibido hacer esto, pero sé lo necio que eres; si ya se te metió la idea de invitar a Octavio Paz al recital, no descansarás hasta obtener su número, así que te ahorraré el trabajo de seguir buscando: aquí lo tienes”; en seguida, vi sus uñas pintadas de rojo oscuro, y entre sus dedos índice y pulgar asió con firmeza un bolígrafo que sacó de su fina cartera de piel de charol negra y en una tarjeta de ella, al reverso, anotó el teléfono de la casa del gran poeta mexicano.

 

“Te lo agradezco infinitamente” le dije con una amplia sonrisa; Laura no era una gran conversadora, así que durante el resto de la merienda me dediqué a observar a la gente de nuestro alrededor y a disfrutar de mi café con pan; Laura se resistió a probar una de las esponjosas conchas de chocolate; tampoco quiso la campechana crujiente, ni mostró interés por los bísquets que había traído la mesera; al terminar su café negro, Laura  se despidió rápidamente; tenía que regresar a la oficina, Sealtiel se iba a España al día siguiente y tenía que reconfirmar sus reservas y revisar la agenda de reuniones; íntimamente, ansiaba que Laura se fuera; yo quería levantarme de la mesa y hacer aquella llamada; una vez que vi a Laura desaparecer en la puerta de salida, tomé la tarjeta y me dirigí a la caseta telefónica ubicada cerca de los baños del restaurant, y agarré con firmeza el auricular; escuché el tono de marcar y deposité una moneda no sin antes asegurarme de que estuviera marcando los números correctos; oí el inconfundible sonido de la llamada telefónica y alguien respondió: “Bueno”, era una voz masculina. “Buenas noches, -dije- soy Luis Alvarado del Tec de Monterrey y quisiera hablar con el Maestro Octavio Paz” respondí decidido. “Soy yo” respondió el poeta…

 

CONTINUARA.                                   

 

 

 

 

 

 

Soy yo...

La vi sentada en la mesa y me fijé que me vio entrar: era una cuarentona vivaz, de cabello oscuro azabache, como crin de caballo, de ojos amarillos y encarnizados que denotaban que hacía mucho tiempo habían perdido la compasión por los hombres. La había citado por teléfono hacía dos semanas, habíamos quedamos de vernos en el Sanborns de los azulejos en la ciudad de Mexico, aquel día ultimo de Septiembre de aquel Otoño incierto de 1986;  esa tarde se había desatado una  lluvia inmisericorde. El chofer me había dejado muy cerca de la puerta principal mientras él buscaba un espacio para estacionar el auto y esperarme, pero aun así me empapé. Yo tenía que volver a Querétaro esa noche, después de mi encuentro con Laura. “Perdóname esta facha de murciélago remojado” le dije al saludarla con un beso en su mejilla, refiriéndome a mi traje negro y agregué “allá afuera llueve como si no fuera a escampar nunca”. “Ay no te preocupes Luis, entiendo perfectamente; yo llegué hace diez minutos fíjate, y  más mojada que tú” respondió la mujer, con un tono que dejaba entrever la música inconfundible del acento “chilango”. Deslumbrado aun por la claridad de la calle no hice mayor comentario y me senté a su lado.

 

Una mesera baja, morena, regordeta y sonriente nos trajo el menú; caminaba con dificultad, embutida en aquella larga falda almidonada  de tablones, con franjas horizontales de colores blanco, verde, rojo, lila y café; llevaba una blusa blanca que dejaba adivinar sus amplios y generosos cántaros de barro; sus brazos que parecían hechos de piloncillo oscuro se asomaban debajo de un trozo de tela romboide, color verde bandera de lino crudo, que semejaba un huipil oaxaqueño en versión contemporánea, llevaba el pelo recogido en una cebolla y cubierta con una cofia nayarita del mismo color. Miré mi reloj: eran las seis de la tarde con treinta y cinco minutos. “Es muy temprano para cenar, Luis; yo comí hace una hora y media” me dijo Laura, mientras tocaba con su mano izquierda aquel jarroncito de vidrio retorcido, color azul marino con dos claveles, uno rojo y otro blanco, colocado en el centro de la mesa. “Entonces pediremos solo café y pan dulce, para merendar.” Laura ni asintió ni negó; en sus ojos amarillos vi una mezcla de interrogación y curiosidad; no sabía el motivo de nuestra reunión, pero por la relación profesional que yo llevaba con la casa editora y especialmente por mi amistad con el director, Sealtiel Alatriste, del cual Laura era su asistente, había aceptado aquella cita, sin preguntar el motivo.

 

La mesera frondosa y diligente llegó casi de inmediato con una charola en la que traía los cafés y un canasto copeteado de pan; colocó con esmero dos tazas y dos platitos de talavera azul con grabados chinos.“Sabes por qué te cité, Laura?” le pregunté después de una pausa incomoda, mientras esperábamos que la mesera se alejara para poder hablar; “Ni idea” respondió la mujer, acostumbrada a lidiar toros. “Estoy organizando un recital poético-le dije, mirándole a los ojos amarillos, como de gata en celo-  con un grupo de alumnos y profesores del Tec de Monterrey, Campus Querétaro; es un espectáculo en el que voy a incluir música en vivo, lectura de poesía, proyecciones de video y fotografía fija, y algunos otros efectos visuales; con mucho esfuerzo he conseguido que nos presten un espacio histórico importante, el Patio Barroco del Museo de Arte de Querétaro, para presentar este recital y quisiera invitar al autor de los poemas, el día del estreno; sé perfectamente que él es una persona difícil de tratar, pero quiero intentarlo; podrías darme su teléfono y yo le llamaré para hacerle la invitación; en caso de que me diga que no, pediré a Sealtiel que intervenga, después de todo, es un autor que publica con ustedes, ahí en la casa editora; pero confío en que yo solo podré lograr que acepte venir a Querétaro”. “De quién hablas, Luis?” me preguntó Laura. “Hablo de Octavio Paz; podrías darme su  teléfono”?  Se hizo un silencio y vi en sus ojos ámbar pasar por un momento de duda; después de unos segundos me dijo: “Te lo daré con una condición: jamás le digas a nadie que yo te lo di, ni siquiera a Sealtiel quien me tiene prohibido hacer esto, pero sé lo necio que eres; si ya se te metió la idea de invitar a Octavio Paz al recital, no descansarás hasta obtener su número, así que te ahorraré el trabajo de seguir buscando: aquí lo tienes”; en seguida, vi sus uñas pintadas de rojo oscuro, y entre sus dedos índice y pulgar asió con firmeza un bolígrafo que sacó de su fina cartera de piel de charol negra y en una tarjeta de ella, al reverso, anotó el teléfono de la casa del gran poeta mexicano.

 

“Te lo agradezco infinitamente” le dije con una amplia sonrisa; Laura no era una gran conversadora, así que durante el resto de la merienda me dediqué a observar a la gente de nuestro alrededor y a disfrutar de mi café con pan; Laura se resistió a probar una de las esponjosas conchas de chocolate; tampoco quiso la campechana crujiente, ni mostró interés por los bísquets que había traído la mesera; al terminar su café negro, Laura  se despidió rápidamente; tenía que regresar a la oficina, Sealtiel se iba a España al día siguiente y tenía que reconfirmar sus reservas y revisar la agenda de reuniones; íntimamente, ansiaba que Laura se fuera; yo quería levantarme de la mesa y hacer aquella llamada; una vez que vi a Laura desaparecer en la puerta de salida, tomé la tarjeta y me dirigí a la caseta telefónica ubicada cerca de los baños del restaurant, y agarré con firmeza el auricular; escuché el tono de marcar y deposité una moneda no sin antes asegurarme de que estuviera marcando los números correctos; oí el inconfundible sonido de la llamada telefónica y alguien respondió: “Bueno”, era una voz masculina. “Buenas noches, -dije- soy Luis Alvarado del Tec de Monterrey y quisiera hablar con el Maestro Octavio Paz” respondí decidido. “Soy yo” respondió el poeta…

 

CONTINUARA.