lunes, 26 de noviembre de 2012

Los verdaderos heroes de Mexico.

De pie junto, al quirófano del Hospital General de Ciudad Juárez, el doctor Arturo Valenzuela, de 45 años, se fue dando cuenta de que, hace solo tres años, a su quirófano llegaban dos heridos de bala a la semana, o a lo máximo, tres; eran todos unos tipos duros, herederos de una estirpe acostumbrada a matar y a morir según las reglas de la droga y la frontera. Sin embargo, mes a mes, la fisonomía de los heridos y de los muertos se iba suavizando hasta tener los rasgos de un hombre adolescente o de una mujer joven. Espantado, pensó en huir. "Lo tenía fácil", reconoce, "además de la nacionalidad mexicana, yo tengo la canadiense. Así que pensé que era hora de probar otra vida, de sacar a mi esposa, a mi hija adolescente y a mis padres de aquí, de ponerlos a salvo cruzando la frontera". Una frontera que separa Ciudad Juárez de El Paso. La ciudad más peligrosa del mundo, de la ciudad más pacífica de Estados Unidos.

Al tiempo que valoraba la posibilidad de marcharse, el doctor Valenzuela también iba constatando, horrorizado, que en Ciudad Juárez ya se habían acabado los sicarios de cuarenta y tantos años. Ya no se trataba, pues, de una guerra tradicional entre carteles, sino que trataba ya de una guerra total. Empujados por la pobreza, por la desigualdad, por la falta de afecto en una ciudad acostumbrada a tratar a las mujeres como esclavas –ya fuera en las maquiladoras  o en la casa-, cientos de muchachos crecidos a la intemperie de barrios sin asfalto ni escuelas, sin energía eléctrica ni agua corriente, fueron sumando las filas del único ejército que los aceptaba; sin capacidad de elegir, los jóvenes fueron subiendo rápidamente por la escalera del crimen. De halcón -el que alerta de la llegada de la policía- a camello -el que acarrea la droga. De camello a sicario. De sicario a muerto. El doctor Valenzuela pensó que la única manera de intentar interrumpir ese último salto mortal era quedarse. "Me dije que mi hija, mi esposa  o mis padres no eran los únicos que la estaban pasando mal. Que en mi conciencia no podía escribir con tinta indeleble que cuando mi ciudad me necesitó, yo me fui. Así que me senté con otros médicos a ver qué se podía hacer..." y doctor Valenzuela decidió quedarse.

"La primera marcha que organizamos fue en noviembre de 2008. Unos 200 médicos. Muchos con cubre bocas, por temor a represalias. Ya se habían disparado los secuestros, las extorsiones telefónicas y los homicidios con armas largas. Se estaba empezando a fraguar el Comité Médico Ciudadano y yo me sumé. Lo primero que hicimos fue crear una página de Internet con información práctica para enfrentar los secuestros. ¿Cómo piensa el secuestrador? ¿Cuáles son las víctimas más vulnerables? Incluso pusimos un botón de pánico para que la gente nos llamara en caso de necesidad, porque ya por entonces nadie se fiaba de la policía. Hay que tener en cuenta que en el año 2007, en Ciudad Juárez se denunciaron siete secuestros. En 2008 ya fueron 28. Al año siguiente ya había más de 200 denuncias... La gente no sabía qué hacer. Negociaban mal. Pagaban rescates espantosos. Cometían errores que ponían en peligro a la víctima. Y lo peor de todo: una vez que pagaban, ya jamás los dejaban en paz, seguían extorsionándolos. Mucha gente empezó a marcharse de la ciudad".

Esta es la historia de lo que ha sucedido en México en los últimos cinco años: los mexicanos no fueron a buscar la guerra, sino que la guerra se plantó un día en la puerta de su casa. La verdadera clase de tropa de esta guerra sin cuartel no la forman los miles de militares sacados urgentemente de los cuarteles o los miles de policías federales instruidos a toda prisa, conectados a una máquina de la verdad para certificar la pureza de sus intenciones, armados hasta los dientes después y finalmente puestos a patrullar en ciudades que a muchos de ellos les resultan hostiles y remotas. Los verdaderos soldados a la fuerza de esta guerra son los ciudadanos que deciden apretar los dientes y seguir sirviendo a sus comunidades; esos son los héroes de la guerra que ha llegado para destruir Mexico… (continuara).

 

 

 

 

martes, 20 de noviembre de 2012

El dia de los Veteranos.

Tomó un sorbo de café y me clavó sus intensos ojos azules, interrogándome: “hoy celebramos el Día de los Veteranos, ¿tienen alguna celebración similar, allá en tu país”. Esa mañana llegué  temprano a la oficina y antes de conectar mi lap top, me dirigí como de costumbre, a la cocineta, lugar en donde usualmente me encuentro con otros inquilinos quienes compartimos oficina en el mismo piso y que silenciosos, como yo, buscamos  un café que nos ayude a enfrentar los retos y las ocupaciones del día; ahí me encontré con George Cohen, mi vecino, un neoyorkino espigado y flaco, narigón, de escaso pelo entrecano y piel traslúcida; mi oficina es la 111 y de George es la 112 y aunque lo veo a diario, nuestra interacción en tres años jamás había pasado del saludo. Dado que las paredes oyen, yo escucho a diario sus conversaciones con sus clientes y me doy cuenta por su timbre de voz firme y enérgica, que tiene una personalidad directa y autoritaria. Su pregunta me sorprendió, era la primera vez que interactuaba conmigo en todo este tiempo y no dudé en responderle “No tenemos”, le dije, “aquí en Estados Unidos ustedes festejan a los veteranos que eligieron ir a la guerra; los festejan y los honran por su servicio a favor de la seguridad del país; En Mexico, nosotros no hemos tenido que decidir ir a la guerra, sino que la guerra vino a buscarnos; y ahora que lo pienso, nosotros deberíamos implantar un dia para honrar la memoria de nuestros héroes anónimos”.

Efectivamente, mis paisanos mexicanos que viven allá, del otro lado del río, no tuvieron que irse a la guerra, sino que la guerra misma vino a buscarlos. Desde 2007 hasta ahora, más de 40.000 mexicanos han muerto víctimas de la guerra que sostienen calle a calle las organizaciones criminales y el Gobierno de Felipe Calderón. Día tras día, los periódicos cuentan historias espeluznantes de matanzas, decapitaciones, policías y políticos corrompidos por el narcotráfico. El mal, se ha infiltrado en la vida cotidiana de México. El resto del paisaje lo conforman unas autoridades sin prestigio ni credibilidad y una sociedad asustada y desvertebrada, como ausente, sin capacidad de alzar la voz sobre el tableteo constante de las armas de alto poder. Sin embargo, de un tiempo a esta parte van saliendo a la luz historias de gente corriente que, lejos de claudicar o brincar la frontera hacia Estados Unidos, decidió anteponer la dignidad al miedo y enfrentarse al terror, muchas veces con la única protección de su pecho descubierto.

¿Cuáles y cuántos son nuestros “veteranos” o héroes de guerra? Debe haber muchos, yo citaré solo a  algunos: Arturo Valenzuela, es un médico cirujano de Ciudad Juárez que fue percatándose de que los sicarios a los que trataba de salvar la vida cada vez se parecían menos a él -un hombre de 40 años- y más a su hija adolescente, y en vez de emigrar a Canada, aprovechando que tiene doble nacionalidad, sigue trabajando en Mexico y salvando vidas; Martha Rivera Alanis, una maestra de Monterrey que mantuvo a su grupo de niños de kínder cantando una canción, acostados en el suelo, sin levantar la cabeza mientras una ráfaga de tiros irrumpía la tranquilidad de la zona en que se ubicaba el plantel escolar; Maria Santos Gorrostieta, una alcaldesa de Tiquicheo Michoacán, que un día -después de que unos criminales mataran a su marido- se levantó la blusa y mostró su cuerpo roto a tiros y su decisión de no claudicar; desafortunadamente, hace unos días, fue finalmente fue asesinada. Jaime Rodriguez, el alcalde de Garcia, Nuevo León al que los criminales ya han emboscado tres veces, llevándose por delante a varios de sus escoltas. Javier Sicilia, un poeta que perdió a su hijo y ahora recorre el país intentando a duras penas resucitar la conciencia cívica, el orgullo de ser mexicano. Son los nuevos héroes. El México heroico que lucha contra el México salvaje.

Me despedí esa mañana de George dudando que hubiera entendido mis argumentaciones, pero realmente me importa poco lo que pueda pensar; jamás olvido que en esta guerra infame que vivimos en Mexico  nosotros ponemos los muertos y nuestros vecinos las armas, apuré mi sorbo de café, dispuesto a iniciar mi trabajo aquella mañana y por alguna razón, me supo más amarga que de costumbre, pensando: “qué lástima que no tengamos en México un día definido para honrar la memoria de tantos héroes de esta guerra indeseable y me comprometi conmigo mismo en buscar información y contar sus historias y a eso me dedicaré, en las siguientes semanas….

Continuará.