lunes, 15 de julio de 2013

Tierra de oportunidades.

Mi nieto Emilio Alvarado Nikolova es rubio, de ojos claros y piel blanca; él tiene de mexicano lo que yo de ruso; como Emilio, este país está repleto de mezclas raciales y quieran los republicanos o no, la evolución de Estados Unidos hacia una gran sociedad multicultural se producirá con o sin reforma migratoria. En realidad, la reforma solo acelera un destino inevitable. Hispanos, asiáticos, anglosajones, centroeuropeos y afroamericanos, favorecidos por un entorno aperturista y por nuevas tecnologías de comunicación instantánea, están llamados a interrelacionarse en una nación en la que, nombres como, por ejemplo, Juan Johnson-Chan, serán cada vez más comunes. Eso permite vislumbrar un nuevo horizonte en el que las disputas religiosas y nacionalistas cedan ante el conocimiento. No hay mejor antídoto para la intolerancia que la convivencia.

 

Obama tiene que cumplir su promesa: la reforma migratoria; ganar la elección para su segundo mandato obedeció en gran medida al apoyo del voto hispano. Sin embargo, el riesgo de ciudadanos de lealtad compartida o, simplemente, carentes de ella, es innegable. Ayer llovió sin cesar durante todo el día, y por lo tanto, no tuve más remedio que quedarme en casa y ver televisión; vi la repetición del  partido de futbol soccer entre México y Estados Unidos. Lo primero que note fue a dos mexicanos, ambos del mismo origen, la misma lengua y el mismo acento, pelear tras un balón, uno por la camiseta de México, y otro, por el equipo de las barras y estrellas.

 

Es cierto que este no es un problema nuevo para este país. A principio del siglo XX, el porcentaje de extranjeros entre la población norteamericana era más alto que hoy, y de allí surgió, sin embargo, la mayor potencia económica y militar que el mundo ha conocido jamás. Más aún, un modelo de sociedad que hasta China trata de imitar. Hoy, el desafío es mayor porque la diversidad es mayor. Si no debió de ser fácil hacer causa común entre italianos, irlandeses y polacos, por mencionar algunos de los focos migratorios del pasado, más complicado todavía puede ser crear una nación de la que se sientan parte filipinos, salvadoreños y nigerianos, entre otros de los grupos de inmigrantes en la actualidad.

 

No obstante, el móvil que entonces empujó a los inmigrantes hacia EE UU no ha cambiado. La ambición de progreso, de libertad para escoger el estilo de vida que cada uno prefiera, la perspectiva de una vida mejor para las siguientes generaciones, esa condición innata en el ser humano de avanzar en el camino, permanece inmutable. Hoy reconozco que EE UU no es  una tierra de oportunidades al alcance de cualquiera. Es un país en el que el éxito se paga con sudor y, a veces, con injusticia y discriminación. A pesar de todo, esta nación sigue siendo una tierra de oportunidades, para aquel dispuesto a pagar el precio,

 

 

 

 

lunes, 3 de junio de 2013

Palabras y pre-supuestos mentales.

No puedo negar que mi doctorado es en Lingüística; moriré con el lastre de haber perdido la inocencia cada vez que escucho o leo frases y oraciones de mis amigos, colegas, alumnos, o inclusive en los medios impresos o digitales; me gusta leer entre líneas y escuchar con especial interés aquellas expresiones que denotan el sentir interno, los valores y las creencias de quienes las pronuncian. Dos ejemplos de este tipo de expresiones son las oraciones adversativas y las concesivas; Las primeras son aquellas en donde existe una relación de oposición, es decir, lo que dice una parte de la oración, contradice la segunda. Típicamente, en las expresiones adversativas encontramos conjunciones como: aunque, pero, sin embargo, antes bien, no obstante. Las oraciones concesivas son en cambio, oraciones subordinadas que semánticamente expresan un impedimento para cumplir lo expresado en la oración principal; estas oraciones usan locuciones preposicionales tales como: atrás de, a pesar de entre muchas otras. Algunos ejemplos de estas expresiones adversativas y concesivas que personalmente detesto son:

1.      “Maria es una excelente mujer y merece ser feliz, sin embargo, a pesar de su edad, aun no encuentra su media naranja”. La deducción aquí es simple y el prejuicio evidente: implica afirmar que la vida en pareja es la auténtica situación natural de los seres humanos, la única aspiración posible, dado que el ser humano ha nacido “incompleto”. Encontrar la otra media naranja es lograr una condición que nos hará disfrutar la existencia. La alegría y la felicidad se identifican con tener una compañía sentimental.

2.      “Aunque Pedro es divorciado, tiene derecho a rehacer su vida”. Bajo este supuesto, hay que entender que una nueva relación hará vivir con plenitud el tránsito de la vida; la pregunta que me hago es: y que ocurre con aquellos que deciden no volver a intentar, por considerar que su existencia es significativa y enriquecedora y que la felicidad individual es también susceptible de encontrar transitando por un camino distinto y que en la vida puede recorrerse en tramos no necesariamente con relaciones amorosas, sexuales, sino también con amistad, apoyo mutuo, con roces o sin ellos.

3.      “Detrás de un gran hombre hay una gran mujer”. Esta expresión es absolutamente intolerable. Implica un sexismo horrendo en el que el ser protagónico de la historia es el varón y la que ocupa un plano secundario es la mujer, cuando perfectamente sabemos que ambos podrían estar más cómodos codo a codo o bien, los méritos de inteligencia, capacidad, lucidez no distinguen género.

4.      “A pesar de que el niño de Margarita es prietito, está bonito.” A pesar del uso del diminutivo, la implicación del color blanco en la piel como concepto rector de la estética es innegable; inclusive el uso del diminutivo para contrarrestar el adjetivo peyorativo es contradictorio.   

 

 

A veces quisiera ser mas ingenuo y menos incisivo pero detesto los presupuestos mentales que encuentro en esas frases basadas en un modelo ideal y único; estas expresiones transmiten toda una carga de pensamiento y reflejan prejuicios infundados.

 

 

 

lunes, 27 de mayo de 2013

En busca de otro Mexico...

El pasado 3 de Mayo, el Presidente Barak Obama pronunció un elocuente discurso en el Museo de Antropología de la Ciudad de México, dirigido a los jóvenes estudiantes y a empresarios. El discurso, plagado de citas y referencias a Rivera, Kahlo, Juárez, Paz, Nervo y Sor Juana llamó poderosamente mi atención; primero, porque soy un apasionado del arte y la historia de mi país y segundo, porque su mensaje anuncia del advenimiento de un nuevo México, vislumbrado en perspectiva, desde el país vecino. Tal vez la mejor ilustración del discurso sea la cita de Octavio Paz, refiriéndose a la firmeza con la que México ha ingresado a una nueva época: “La modernidad no está afuera sino adentro de nosotros. Es hoy y es la antigüedad más antigua, es mañana y es el comienzo del mundo, tiene mil años y acaba de nacer.” Personalmente he leído y releído el texto completo del discurso del presidente norteamericano y me gustaría anotar algunas reflexiones.

 

Evidentemente, Barak Obama en su mensaje deja de lado temas que ocuparon el foco central de la agenda de su visita: la inmigración, reforma migratoria, la violencia y la inseguridad; su eje principal se centra en la educación, la economía y el surgimiento de un nuevo México, ante una democracia más sólida, el fortalecimiento de la sociedad civil, la reorientación al comercio internacional así como la lucha por lograr la prosperidad a través de las oportunidades que surgen de la innovación, el emprendimiento y el uso de alta tecnología. Indudablemente, el gobierno mexicano que encabeza Enrique Peña Nieto ha entendido esa línea, al crear en enero de este año el Instituto Nacional del Emprendedor, que dirige Enrique Jacob. La encrucijada es muy clara: México debe impulsar la innovación, el emprendimiento de empresas competitivas relacionadas primordialmente con tecnología, al igual que otros países emergentes, o perderá su oportunidad de insertarse dentro de la categoría de países desarrollados.

 

Estoy convencido que en los próximos cinco años, México estará en busca de otro México; el emprendimiento de nuevos negocios es una ventana de oportunidad magnífica; el ingenio y la creatividad del mexicano son insumos maravillosos para desarrollar nuevas ideas y emprender de la nada. Obviamente hay condiciones indispensables para todo emprendedor: éste deberá llevar su innovación al siguiente nivel, es decir, deberá pensar en grande y exceder los límites del país hasta lograr un interés global. Otro requisito es huir y evitar la imitación; asimismo deberá tener la fortaleza y el valor para resistir estoicamente los obstáculos y complicaciones; tendrá que luchar contra el “no se puede” y tener la paciencia para caminar en la oscuridad, entendiendo que las cosas que valen la pena, no se logran en veinticuatro horas.

 

Personalmente me emocionan los casos de éxito de mexicanos emprendedores; he visto algunos (desafortunadamente no abundan) casos de mexicanos exitosos aquí en Estados Unidos. Si me pidieran un consejo, les diría que se aseguren de instalar al menos, una oficina en México; les diría que emprendan nuevos negocios también allá, para inspirar a otros mexicanos a que los emprendedores no solo se apellidan Jobs o Zuckerber, sino Martinez o González. Asimismo, es indispensable que escuelas y universidades cuenten con profesores que hayan practicado la innovación y no solamente hayan leído textos sobre ésta, para poder inspirar la precocidad del mexicano a emprender; pienso que entre las tres facciones: emprendedores exitosos, escuelas y gobierno,  podemos lograr una eclosión de mexicanos emprendedores, jóvenes capaces de montar su propio negocio, en vez de conformarse con ser empleados.

 

 

 

 

lunes, 20 de mayo de 2013

Ana Karenina...

Llegó de prisa y al acercarse para pedir una mesa, su bolsa Gucci de cabritilla color vino y cuyo precio excedía al sueldo quincenal de todos los meseros de aquel restaurant, resbaló de su hombro; aunque hizo un mohín de disgusto, el relámpago de ira de sus ojos brillantes se vio disimulado por sus gafas de sol Prada adquiridas en su más reciente viaje a Milán. Tenía ojos de pájaro feliz y su piel de melaza aun irradiaba la resolana del caribe, lograda a fuego lento por los ocho días que pasó tendida al sol, en la piscina del crucero Celebrity Line que había tomado en Miami durante las vacaciones de Semana Santa. Esa tibia mañana de Abril al llegar al restaurant pidió una mesa en la esquina de la terraza y la exigió al capitán de meseros, utilizando el tono arrogante de aquella que sabe que su estirpe maneja a su arbitrio el destino de la ciudad. No había mesa disponible en ese momento y debía esperar. Allá afuera, el tráfico era difícil y más en aquella hora en que un camión de legumbres frescas y cisternas de vinos importados intentaba acercarse a la puerta de servicio del restaurant. Andrea aguardaba impacientemente, a veces texteando con su I-Phone 5 y otras, jugando con su anillo Juicy Couture color naranja, que llevaba en su dedo anular, cuando la voz del capitán de meseros interrumpió sus cavilaciones.      

El pasado 26 de abril Andrea Benítez acudió al restaurante Maximo Bistro ubicado en la colonia Roma. Como el establecimiento se encontraba lleno, la hija del entonces titular de la Profeco tuvo que esperar mesa un rato. Al llegar su turno le asignaron una mesa, pero la joven quería una en particular que no estaba disponible en ese momento. Al no atender su petición, Andrea movió sus influencias para que funcionarios de la Profeco cerraran el restaurante. Dos horas más tarde, arribaron los funcionarios y, pese a que el lugar estaba lleno, pusieron sellos de suspensión por irregularidades en el sistema de reservaciones y venta de bebidas alcohólicas. El caso generó un escándalo en las redes sociales. Los usuarios de Twitter bautizaron a Andrea como #LadyProfeco.

Su padre, Humberto Benítez, se disculpó por la “conducta inapropiada” de su hija y ella misma hizo lo propio a través de su cuenta en Twitter, que bloqueó inmediatamente después. “Ella exageró la situación y las autoridades de la Profeco, que dependen de mí, sobrerreaccionaron indebidamente por tratarse de mi hija”, señaló el procurador un día después del escándalo. Sin embargo,  a pesar de ser exonerado por la Secretaría de la Función Pública de cualquier responsabilidad, el Presidente de México, Enrique Peña Nieto ordenó la remoción de Humberto Benítez Treviño como titular de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) tras el escándalo que detonó su hija al ordenar clausurar un restaurante.

La noche del 15 de Mayo, después de las 8 pm Andrea accionó el control de la puerta de la cochera y se echó reversa; traía los ojos hinchados de tanto llorar; su automóvil Mercedes Benz platinado, hacia el interior exhalaba un aliento de bestia viva. Los asientos posteriores iban atiborrados de ropa casi nueva, más de sesenta pares de zapatos, una docena de chamarras de piel,  varios abrigos y cerca de treinta vestidos de cocktail colgados en ganchos y protegidos con bolsas de plástico transparentes. Las tres maletas Coach a fuerza de voluntad habían encontrado sitio en la cajuela de su auto. Andrea había decidido dejar su casa e irse temporalmente a vivir a casa de alguna amiga, pero no sabía a cuál llamar. El tráfico en el Paseo de la Reforma a aquella hora era infernal. La Glorieta del Angel era un nudo de autos y motocicletas, embotellados en ambos sentidos. Esa mañana que el Presidente Enrique Peña Nieto había ordenado la destitución de su padre, Andrea estaba leyendo Ana Karenina de León Tolstoi; la frase inicial de la magistral novela se le quedó grabada para siempre: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz tiene un motivo único para sentirse desgraciada; en la casa de los Oblonsky, -al igual que los Benitez- todo andaba trastocado…”

 

lunes, 13 de mayo de 2013

Homenaje al projimo...

Por un momento me quede impávido: ahí estaba el poeta que yo había estado leyendo por años; pasé saliva y le expliqué el motivo de la llamada y me dijo sin reservas: ”acepto su invitación con mucho gusto; me gusta compartir con los jóvenes. Ellos al igual que yo, experimentamos emociones que, como el mismo lenguaje, son íntimas y son de todos; y fíjese usted: nunca me he propuesto adoctrinar, iluminar o edificar a nadie, sino que mis poemas comparten mis ideas, preocupaciones y, por qué no decirlo? mis obsesiones, sensaciones y mis afectos; me gusta que juntos, los jóvenes y yo podamos vislumbrar la adivinación de realidades entrevistas, que son la faz oculta de nuestro vivir cotidiano.” Maestro -me atreví a interrumpirlo: “cómo logra en sus textos, ser conciso y a la vez, ameno?” “Bueno, mire usted -agregó Paz- yo no soy novelista, y me resigno, diciéndome: ya que no puedo ser torrente ni cascada, debo lograr que mi prosa sea al menos, “agua potable”. Al concluir su respuesta, estalló en carcajadas y yo lo acompañé de buena gana y aprovechando la sencillez de su respuesta, pregunté: “lee usted lo que escribe?”. Paz respondió sin pensarlo mucho: “El autor es el primer lector de sus escritos y eso lo obliga a cierta exigencia íntima; yo divido a los escritores en dos familias: aquellos que saben leerse y los otros que jamás leen lo que acaban de escribir. Desconfío de los segundos, por mas geniales que sean. Nadie puede estar seguro de lo que dice; -y me dijo de pronto, bajando la voz- esta llamada está siendo ya muy larga y debo colgar, me están pidiendo que baje a cenar – déjeme hacerle una pequeña confesión: escribir para mí ha sido cultivar uno de mis placeres favoritos: la conversación. Cuando escribo, converso conmigo mismo; yo soy esa persona que es mi diario interlocutor y a la vez, un desconocido.

 

Después de terminar la llamada, salí de Sanborns y me di cuenta que había dejado de llover; caminé sin prisa hasta llegar al auto que me esperaba; me subí y saqué un cuaderno de mi portafolios para tomar algunas notas de mi conversación con el Maestro Paz y que aún hoy conservo como tesoro; durante el trayecto de regreso a Querétaro, solo una idea rondaba por mi cabeza: volver a llamarle, para confirmar la fecha de su viaje, volver a conectar con él para hacerle algunas otras preguntas, que como mariposas revoloteaban sobre mi cabeza; “cuando escribo, converso conmigo” era la frase de Paz que deambulaba y me obsesionaba. Es verdad, -me dije- nada como una conversación. La noche habia extendido su negro manto sobre la autopista; asomé mi cabeza por la ventanilla del auto; alla arriba, una constelacion de estrellas acampaba en el cielo oscuro; pensé que estaban en una franca conversación y que acá abajo, yo era un pobre mortal que intentaba inutilmente descifrar los mensajes de aquel diálogo entre estrellas.

 

Tres semanas más tarde, lo llamé nuevamente para confirmarle el día y la fecha del estreno del recital poético; marqué su número y al contestar noté de inmediato que esta vez su voz sonaba opaca; “Maestro? Habla Luis Alvarado del Tec de Monterrey nuevamente; llamo para confirmar la fecha y hora del recital; desea que enviemos un auto y chofer a México, ese día, para recogerlo y trasladarlo a Querétaro?” –inquirí. “Profesor, que bueno que me llama –dijo. Lamentablemente no podré acudir. La no invitada, la enfermedad ha tocado a mi puerta; abrí y ella sin decirme nada, me miró con una mirada que me traspasó y que no puedo definir. Los médicos están buscando descifrar esa mirada pero yo me siento herido de muerte; el sufrimiento no es una palabra sino una realidad tangible que se aleja en momentos, para regresar en otros, con más saña; el daño, las punzadas y los clavos son materiales e incorpóreos. Los siente el cuerpo pero no puede tocarlos. El mal no viene de fuera, sino de adentro de mí mismo. Soy yo mismo el que sufre y el que me hace sufrir. El dolor me ha devuelto a mí mismo y me ha entregado a mi propio enemigo.” Se hizo un silencio y en esa pausa, entendí que una puerta de comprensión se había abierto entre nosotros; desde ese día, pienso que la prueba máxima de amor o amistad es la participación del sufrimiento de otro. El Maestro Paz sobrevivió a una seria operación del corazón y murió doce años más tarde; su poesía jamás me será indiferente;  estos diálogos con él y mi lectura devocional y ferviente de su obra completa, han fincado en mí, la idea de querer vivir conmigo cada día más, de internarme de una vez y para siempre en un laberinto de soledad que es entre otras cosas, mi mejor homenaje al prójimo…   

 

 

 

miércoles, 8 de mayo de 2013

Soy yo...

La vi sentada en la mesa y me fijé que me vio entrar: era una cuarentona vivaz, de cabello oscuro azabache, como crin de caballo, de ojos amarillos y encarnizados que denotaban que hacía mucho tiempo habían perdido la compasión por los hombres. La había citado por teléfono hacía dos semanas, habíamos quedamos de vernos en el Sanborns de los azulejos en la ciudad de Mexico, aquel día ultimo de Septiembre de aquel Otoño incierto de 1986;  esa tarde se había desatado una  lluvia inmisericorde. El chofer me había dejado muy cerca de la puerta principal mientras él buscaba un espacio para estacionar el auto y esperarme, pero aun así me empapé. Yo tenía que volver a Querétaro esa noche, después de mi encuentro con Laura. “Perdóname esta facha de murciélago remojado” le dije al saludarla con un beso en su mejilla, refiriéndome a mi traje negro y agregué “allá afuera llueve como si no fuera a escampar nunca”. “Ay no te preocupes Luis, entiendo perfectamente; yo llegué hace diez minutos fíjate, y  más mojada que tú” respondió la mujer, con un tono que dejaba entrever la música inconfundible del acento “chilango”. Deslumbrado aun por la claridad de la calle no hice mayor comentario y me senté a su lado.

 

Una mesera baja, morena, regordeta y sonriente nos trajo el menú; caminaba con dificultad, embutida en aquella larga falda almidonada  de tablones, con franjas horizontales de colores blanco, verde, rojo, lila y café; llevaba una blusa blanca que dejaba adivinar sus amplios y generosos cántaros de barro; sus brazos que parecían hechos de piloncillo oscuro se asomaban debajo de un trozo de tela romboide, color verde bandera de lino crudo, que semejaba un huipil oaxaqueño en versión contemporánea, llevaba el pelo recogido en una cebolla y cubierta con una cofia nayarita del mismo color. Miré mi reloj: eran las seis de la tarde con treinta y cinco minutos. “Es muy temprano para cenar, Luis; yo comí hace una hora y media” me dijo Laura, mientras tocaba con su mano izquierda aquel jarroncito de vidrio retorcido, color azul marino con dos claveles, uno rojo y otro blanco, colocado en el centro de la mesa. “Entonces pediremos solo café y pan dulce, para merendar.” Laura ni asintió ni negó; en sus ojos amarillos vi una mezcla de interrogación y curiosidad; no sabía el motivo de nuestra reunión, pero por la relación profesional que yo llevaba con la casa editora y especialmente por mi amistad con el director, Sealtiel Alatriste, del cual Laura era su asistente, había aceptado aquella cita, sin preguntar el motivo.

 

La mesera frondosa y diligente llegó casi de inmediato con una charola en la que traía los cafés y un canasto copeteado de pan; colocó con esmero dos tazas y dos platitos de talavera azul con grabados chinos.“Sabes por qué te cité, Laura?” le pregunté después de una pausa incomoda, mientras esperábamos que la mesera se alejara para poder hablar; “Ni idea” respondió la mujer, acostumbrada a lidiar toros. “Estoy organizando un recital poético-le dije, mirándole a los ojos amarillos, como de gata en celo-  con un grupo de alumnos y profesores del Tec de Monterrey, Campus Querétaro; es un espectáculo en el que voy a incluir música en vivo, lectura de poesía, proyecciones de video y fotografía fija, y algunos otros efectos visuales; con mucho esfuerzo he conseguido que nos presten un espacio histórico importante, el Patio Barroco del Museo de Arte de Querétaro, para presentar este recital y quisiera invitar al autor de los poemas, el día del estreno; sé perfectamente que él es una persona difícil de tratar, pero quiero intentarlo; podrías darme su teléfono y yo le llamaré para hacerle la invitación; en caso de que me diga que no, pediré a Sealtiel que intervenga, después de todo, es un autor que publica con ustedes, ahí en la casa editora; pero confío en que yo solo podré lograr que acepte venir a Querétaro”. “De quién hablas, Luis?” me preguntó Laura. “Hablo de Octavio Paz; podrías darme su  teléfono”?  Se hizo un silencio y vi en sus ojos ámbar pasar por un momento de duda; después de unos segundos me dijo: “Te lo daré con una condición: jamás le digas a nadie que yo te lo di, ni siquiera a Sealtiel quien me tiene prohibido hacer esto, pero sé lo necio que eres; si ya se te metió la idea de invitar a Octavio Paz al recital, no descansarás hasta obtener su número, así que te ahorraré el trabajo de seguir buscando: aquí lo tienes”; en seguida, vi sus uñas pintadas de rojo oscuro, y entre sus dedos índice y pulgar asió con firmeza un bolígrafo que sacó de su fina cartera de piel de charol negra y en una tarjeta de ella, al reverso, anotó el teléfono de la casa del gran poeta mexicano.

 

“Te lo agradezco infinitamente” le dije con una amplia sonrisa; Laura no era una gran conversadora, así que durante el resto de la merienda me dediqué a observar a la gente de nuestro alrededor y a disfrutar de mi café con pan; Laura se resistió a probar una de las esponjosas conchas de chocolate; tampoco quiso la campechana crujiente, ni mostró interés por los bísquets que había traído la mesera; al terminar su café negro, Laura  se despidió rápidamente; tenía que regresar a la oficina, Sealtiel se iba a España al día siguiente y tenía que reconfirmar sus reservas y revisar la agenda de reuniones; íntimamente, ansiaba que Laura se fuera; yo quería levantarme de la mesa y hacer aquella llamada; una vez que vi a Laura desaparecer en la puerta de salida, tomé la tarjeta y me dirigí a la caseta telefónica ubicada cerca de los baños del restaurant, y agarré con firmeza el auricular; escuché el tono de marcar y deposité una moneda no sin antes asegurarme de que estuviera marcando los números correctos; oí el inconfundible sonido de la llamada telefónica y alguien respondió: “Bueno”, era una voz masculina. “Buenas noches, -dije- soy Luis Alvarado del Tec de Monterrey y quisiera hablar con el Maestro Octavio Paz” respondí decidido. “Soy yo” respondió el poeta…

 

CONTINUARA.                                   

 

 

 

 

 

 

Soy yo...

La vi sentada en la mesa y me fijé que me vio entrar: era una cuarentona vivaz, de cabello oscuro azabache, como crin de caballo, de ojos amarillos y encarnizados que denotaban que hacía mucho tiempo habían perdido la compasión por los hombres. La había citado por teléfono hacía dos semanas, habíamos quedamos de vernos en el Sanborns de los azulejos en la ciudad de Mexico, aquel día ultimo de Septiembre de aquel Otoño incierto de 1986;  esa tarde se había desatado una  lluvia inmisericorde. El chofer me había dejado muy cerca de la puerta principal mientras él buscaba un espacio para estacionar el auto y esperarme, pero aun así me empapé. Yo tenía que volver a Querétaro esa noche, después de mi encuentro con Laura. “Perdóname esta facha de murciélago remojado” le dije al saludarla con un beso en su mejilla, refiriéndome a mi traje negro y agregué “allá afuera llueve como si no fuera a escampar nunca”. “Ay no te preocupes Luis, entiendo perfectamente; yo llegué hace diez minutos fíjate, y  más mojada que tú” respondió la mujer, con un tono que dejaba entrever la música inconfundible del acento “chilango”. Deslumbrado aun por la claridad de la calle no hice mayor comentario y me senté a su lado.

 

Una mesera baja, morena, regordeta y sonriente nos trajo el menú; caminaba con dificultad, embutida en aquella larga falda almidonada  de tablones, con franjas horizontales de colores blanco, verde, rojo, lila y café; llevaba una blusa blanca que dejaba adivinar sus amplios y generosos cántaros de barro; sus brazos que parecían hechos de piloncillo oscuro se asomaban debajo de un trozo de tela romboide, color verde bandera de lino crudo, que semejaba un huipil oaxaqueño en versión contemporánea, llevaba el pelo recogido en una cebolla y cubierta con una cofia nayarita del mismo color. Miré mi reloj: eran las seis de la tarde con treinta y cinco minutos. “Es muy temprano para cenar, Luis; yo comí hace una hora y media” me dijo Laura, mientras tocaba con su mano izquierda aquel jarroncito de vidrio retorcido, color azul marino con dos claveles, uno rojo y otro blanco, colocado en el centro de la mesa. “Entonces pediremos solo café y pan dulce, para merendar.” Laura ni asintió ni negó; en sus ojos amarillos vi una mezcla de interrogación y curiosidad; no sabía el motivo de nuestra reunión, pero por la relación profesional que yo llevaba con la casa editora y especialmente por mi amistad con el director, Sealtiel Alatriste, del cual Laura era su asistente, había aceptado aquella cita, sin preguntar el motivo.

 

La mesera frondosa y diligente llegó casi de inmediato con una charola en la que traía los cafés y un canasto copeteado de pan; colocó con esmero dos tazas y dos platitos de talavera azul con grabados chinos.“Sabes por qué te cité, Laura?” le pregunté después de una pausa incomoda, mientras esperábamos que la mesera se alejara para poder hablar; “Ni idea” respondió la mujer, acostumbrada a lidiar toros. “Estoy organizando un recital poético-le dije, mirándole a los ojos amarillos, como de gata en celo-  con un grupo de alumnos y profesores del Tec de Monterrey, Campus Querétaro; es un espectáculo en el que voy a incluir música en vivo, lectura de poesía, proyecciones de video y fotografía fija, y algunos otros efectos visuales; con mucho esfuerzo he conseguido que nos presten un espacio histórico importante, el Patio Barroco del Museo de Arte de Querétaro, para presentar este recital y quisiera invitar al autor de los poemas, el día del estreno; sé perfectamente que él es una persona difícil de tratar, pero quiero intentarlo; podrías darme su teléfono y yo le llamaré para hacerle la invitación; en caso de que me diga que no, pediré a Sealtiel que intervenga, después de todo, es un autor que publica con ustedes, ahí en la casa editora; pero confío en que yo solo podré lograr que acepte venir a Querétaro”. “De quién hablas, Luis?” me preguntó Laura. “Hablo de Octavio Paz; podrías darme su  teléfono”?  Se hizo un silencio y vi en sus ojos ámbar pasar por un momento de duda; después de unos segundos me dijo: “Te lo daré con una condición: jamás le digas a nadie que yo te lo di, ni siquiera a Sealtiel quien me tiene prohibido hacer esto, pero sé lo necio que eres; si ya se te metió la idea de invitar a Octavio Paz al recital, no descansarás hasta obtener su número, así que te ahorraré el trabajo de seguir buscando: aquí lo tienes”; en seguida, vi sus uñas pintadas de rojo oscuro, y entre sus dedos índice y pulgar asió con firmeza un bolígrafo que sacó de su fina cartera de piel de charol negra y en una tarjeta de ella, al reverso, anotó el teléfono de la casa del gran poeta mexicano.

 

“Te lo agradezco infinitamente” le dije con una amplia sonrisa; Laura no era una gran conversadora, así que durante el resto de la merienda me dediqué a observar a la gente de nuestro alrededor y a disfrutar de mi café con pan; Laura se resistió a probar una de las esponjosas conchas de chocolate; tampoco quiso la campechana crujiente, ni mostró interés por los bísquets que había traído la mesera; al terminar su café negro, Laura  se despidió rápidamente; tenía que regresar a la oficina, Sealtiel se iba a España al día siguiente y tenía que reconfirmar sus reservas y revisar la agenda de reuniones; íntimamente, ansiaba que Laura se fuera; yo quería levantarme de la mesa y hacer aquella llamada; una vez que vi a Laura desaparecer en la puerta de salida, tomé la tarjeta y me dirigí a la caseta telefónica ubicada cerca de los baños del restaurant, y agarré con firmeza el auricular; escuché el tono de marcar y deposité una moneda no sin antes asegurarme de que estuviera marcando los números correctos; oí el inconfundible sonido de la llamada telefónica y alguien respondió: “Bueno”, era una voz masculina. “Buenas noches, -dije- soy Luis Alvarado del Tec de Monterrey y quisiera hablar con el Maestro Octavio Paz” respondí decidido. “Soy yo” respondió el poeta…

 

CONTINUARA.                                   

 

 

 

 

 

 

lunes, 22 de abril de 2013

De pashminas y transiciones...

La vi de reojo: era bella y plástica, con la piel tersa de un durazno cultivado a fuerza de pesticidas; tenía el cabello largo, rubio teñido y aceitunas verdes en los ojos. Estaba vestida con un gusto deliberado: un topless de seda natural color buganvilia naranja, unos oscuros pantalones holgados y unos zapatos bicolor, naranja y negros; un collar de gruesas perlas de Bali cubría su delgado cuello, remataba su ajuar con unos aretes de brillantes y perlas. Lo más llamativo de ella era su aura de antigüedad; podría andar por los tempranos sesenta o quizás más, dependiendo de la destreza del cirujano. La imaginé de nacionalidad italiana por sus pómulos anchos, la protuberante nariz y la boca sensual de Angelina, de rojo carmesí, como si estuviera engullendo una cereza de Abril. Muy probablemente su marido no habría acudido al evento por estar postrado con aquel dolor de la ciática que lo afectaba por varios días. El y su mujer vivirían su retiro con desdén, buscando en qué  entretener su ocio, como ilustres desconocidos en esta tierra de desconocidos ilustres. La vi y me vio: fueron instantes furtivos, suficientes para que ella hurgara entre su bolsa Gucci y sacara su pashmina color perla, para cubrirse los hombros desnudos,  en un gesto de rubor falso. Y se aferró a aquella prenda, como fetiche, durante el resto de la noche.

 

Lu y yo alcanzamos a llegar a nuestros asientos caminando con dificultad entre la gente que abarrotaba el lugar. Alejandro, el novio de Lu nos alcanzaría más tarde, aunque nunca llegó a sentarse con nosotros; minutos más tarde le envió un texto a su novia diciéndole que se había sentado en otra sección, ante el sobrecupo de aquel evento; ambos me invitaron a asistir con ellos al Shore Couture, Fashion Show de Palm Beach. Lu se veía espléndida como siempre: con un maquillaje mínimo, pelo rizado natural que le caía sobre los hombros, una blusa azul que destacaba su piel nívea, evidencia de su juventud plena, uñas blancas, indicio de la buena salud  y una sonrisa perfecta. Además de su belleza innegable, lo más notorio de Lu son siempre sus ideas diáfanas;  nada hay en la vida más natural, que escuchar las ideas expresadas directa y llanamente, por una mujer hermosa;  hablamos brevemente sobre la importancia de completar ciclos; sobre la transitoriedad y arbitrariedad del fugaz paso del tiempo, y de los sueños por venir;  disfruté  de su conversación profundamente y a la vez,  me di cuenta que faltaban unos minutos para que diera inicio la pasarela, tiempo que aproveché para leer el programa, echar un vistazo a la concurrencia y hacer los análisis sociológicos correspondientes . Fue entonces que vi de reojo, a aquella mujer bella que terminó por aferrarse a su pashmina.

 

La pashimina es un chal de lana de cachemir, muy de moda en los años noventa; por su suavidad, la prenda aporta calidez y bienestar y es muy demandada por la mujer, especialmente por aquella que ingresa a una etapa de transiciones, porque provee tibieza sin asfixiar ni provocar bochornos. No por coincidencia, la lana de la cabra cachemira es precisamente el producto de una muda de pelaje: durante la primavera, el animal suelta su lana para disfrutar de los albores primaverales y esas fibras tradicionalmente quedaban atrapadas en los arbustos; los artesanos y comerciantes de la región del Himalaya, la utilizaron para confeccionar y posicionar esta prenda primero en Francia, y después en el resto del mundo; no dudo que actualmente por la demanda, estos animales sean víctimas de un esquilme brutal. Esta pieza ha sido utilizada principalmente por las mujeres de ascendencia mediterránea: Carolina de Mónaco la acaba de usar durante su visita a Londres a conocer a su nieto; Isabel Pantoja se cubrió con ella en cada audiencia, hasta aquel día en que finalmente recibió una sentencia condenatoria por lavar dinero ajeno y la Infanta Cristina que acaba de ser acusada y absuelta antes de ser juzgada, no la suelta tampoco.  Las mujeres sajonas en cambio son más rigurosas y flemáticas y cubren sus friolencias con rígidos sacos de lana virgen: no creo que la recientemente fallecida Dama de hierro haya utilizando alguna; tampoco creo que Hilary Clinton tenga en su closet una pashmina. Un aplauso estruendoso interrumpió mis cavilaciones: el desfile de modas había concluido y de reojo, con mi cara de disimulo, vi a la bella sesentona aferrada a su pashmina levantarse de su asiento sin decirme adiós…

 

 

 

 

lunes, 15 de abril de 2013

Y el apapacho, que?

La sensación de aparecido sobrenatural que tuve al verlo repentinamente frente a mí, se desvaneció cuando el escritor extendió su mano y me dijo sonriente: “Luisito el cumbiambero, no sé que le diste a  Margarita, que te menciona tanto”. Se sentó con nosotros y yo miré mi reloj: eran las 7:45 de la mañana; a través de la ventana  vi que el tráfico empezaba a ser denso en aquella zona. “Tráigame un café” le dijo Gabo al mesero escuálido; se lo tomó de un sorbo y exclamó: “así que te dedicas a la educación”. “Sí maestro, me dedico a la educación a distancia, apoyada en tecnología. Contamos con un sistema en  quince países del continente donde nuestros alumnos reciben nuestros programas educativos, via satélite;  los alumnos ven al profesor en la pantalla del televisor y pueden hacerle preguntas a través de una red de comunicación, de una intranet.”  “Explícame un poco más, me dijo,  quieres decir que los muchachos pueden ver al profesor, pero éste no puede verlos cuando dicta su clase?” . Así es, afirmé; sin embargo, los muchachos pueden contactarlo a través de su computadora. “Hum –exclamó Gabo ¿y el apapacho, qué?”

 

Por dentro, sentí que debía darle un giro en esa conversación que no me conducía a ningún destino, sin embargo, decidí continuar y explicarle la propuesta: “maestro, la idea que tenemos en el Tec de Monterrey es utilizar nuestra experiencia en el uso de tecnología y la red instalada de sitios de recepción que tenemos en Latinoamérica, asimismo, buscar el apoyo y los recursos financieros del Instituto del Banco Mundial y con ustedes, aprovechar los excelentes profesores de su Fundación; la idea es establecer un acuerdo entre las tres instituciones con el fin de ofrecer capacitación a los periodistas de este continente en dos áreas fundamentales: usar la tecnología para apoyar su labor periodística, y fomentar la ética.  Estoy enterado que su Fundación capacita semestralmente a treinta periodistas que viajan desde sus países hasta Cartagena; a través de nuestra alianza podríamos desarrollar una serie de seminarios, ofrecerlos via satélite y capacitar semestralmente a unos mil periodistas en los quince países del continente en donde tenemos presencia; serian los profesores de la Fundación, en vez de los alumnos, los que tendrían que viajar a Monterrey y desde aquí transmitiríamos las clases. Podemos también entrenar a periodistas experimentados en cada sitio de recepción, para que sean facilitadores, para que apoyen y como usted dice “apapachen” a los alumnos.  Detuve un momento mi discurso y me enterré en la mirada de Gabo: veía claramente en sus ojos la duda; podía notar que la propuesta no le convencía del todo.

 

Asumiendo mi  condición de náufrago, busqué auxilio en los ojos de mi aliada, la princesa de las entrañas tiernas; no lo dije, pero lo pensé, “dime por dónde debo navegar para convencer a Gabo “ ; ella recibió el mensaje y con su sonrisa cautivadora me dio nuevos ánimos para seguir entre los intrincados laberintos del cabildeo. El silencio hosco de Gabo pesaba en mí, como una nube de agua. Mi reloj marcaba las 8 de la mañana cuando oímos repentinamente aquel ruido, como una explosión de dinamita que sobresaltó a todos los que tomábamos café aquella mañana en el Hotel Intercontinental; allá afuera, un auto embistió a otro y lo golpeó con tal fuerza  lo hizo incrustar  en un flanco del hotel. “Quién iba a decirlo” exclamó Margarita, siempre optimista: este es el presagio de la buena fortuna; dos autos que se estampan, es el símbolo de amigos que se topan, que se encuentran: y aquí estamos, Luis el negrito cumbiambero y nosotros!  Gabo y los Jaimes rieron de buena gana ante la ocurrencia de la mulata, quien hábilmente aprovechó el momento para exclamar: “los sedimentos del café ya tomaron su tiempo, negro, asi que déjame leer tu suerte y tu destino”.

 

“Con tu sonrisa eres capaz de desarmar a tu enemigo más fiero y en esta vida has preferido sonreír, aunque tu realidad algunas veces sea más siniestra que una pesadilla. Naciste Tauro, y te trastornan los primordiales deleites de la vida: la cama, la mesa y la buena conversación; estas hecho para mandar y un suspiro tuyo por imperceptible que sea, es muy respetado por tu gente. Eres poeta, porque la poesía para ti, es sinónimo de clarividencia. Te gusta soñar, y hasta te sueñas soñando; con tu sonrisa lograrás cosas que no han sido, porque además tienes un ángel de alas grandes y ese ángel te acompaña a donde vas.  Hoy viajas con viento a favor, y a ese viento se le llama, el vuelo de la gracia”. Y zafándose un anillo en forma de serpiente egipcia que llevaba en su dedo anular, Margarita concluyó su lectura diciendo: toma este anillo, negrito, y me lo devuelves en tu primer viaje a Cartagena.  Jaime, su esposo me miró a los ojos con complicidad y simpatía; sonriendo me dijo: ”Ya  oíste, Luisito? Margarita te comprometió a venir a Colombia” y antes de que terminara la frase, Gabo que había permanecido en silencio pero muy atento a la lectura de café de Margarita, me dijo “me parece una idea magnifica; ¿por qué no vienes a Cartagena la próxima semana?  Allá en la ciudad vieja hablaremos del plan ese, que traes entre manos; ya me di cuenta que eres un perro que no suelta su hueso y no va a ser fácil deshacerme de ti; “Jaime, ¿cómo haremos para que Luisito ya no piense tanto? Jaime se encogió de hombros y sonrió, moviendo la cabeza de un lado a otro, como respuesta . Gabo puntualizó: “bueno, allá nos vemos y Jaimito mi hermano, que es ingeniero contratista, que se haga cargo del asunto”.

 

No hubo más comentarios; nos levantamos de la mesa y nos encaminamos hacia el lobby del hotel. Por dentro yo quería estallar de júbilo, pero me controlé; a partir de la lectura del café, Gabo, bajó la guardia conmigo y empezó a tratarme con una familiaridad que me sorprendía agradablemente; empezamos a caminar muy despacio, conversando animadamente, mientras los Jaimes y Margarita caminaban atrás de nosotros.  Al llegar a la recepción, y para sellar nuestro encuentro, nos tomamos una foto, yo me coloqué en medio de los hermanos Garcia Marquez; Margarita tomó la foto y dijo; al que está  enmedio lo invitaremos a rumbear, para que viva como Dios manda una noche cartaginera, lo montaremos en una chiva a tomar aguardiente y tragos de ron. Avanzamos hasta llegar al lobby y de repente vimos que se abrieron las puertas del ascensor y de ahí salió una mujer de piel muy blanca, con el pelo enrojecido por un tinte inmisericorde y abombado por un crepe generoso; esbelta y vivaz, a pesar de andar por la tardía cincuentena, nos lanzó una mirada felina y en una mezcla de estupor y asombro, dijo casi gritando: “Ay Dios mío, es Gabriel Garcia Marquez, maestro lo he estado buscando en los últimos veinte años”. Al oírla, Gabo respondió:  “Huy, señora, yo he hecho lo mismo en los últimos setenta y dos, y no lo he logrado”. Sin decir mas, Gabo y yo nos dimos un abrazo y sentí su corazón de macho palpitar junto al mío; sentí la tibieza de su aura y el fluir de su sangre; “nos vemos en Cartagena, negro” me dijo quedito, en el oído e inmediatamente después, entró en el ascensor y las puertas se cerraron. En el lobby continuaban conversando animadamente los Jaimes; me despedi sabiendo que nos reuniríamos en unos días y que ése era solo el inicio de una serie de viajes, que me llevarían a conocer a fondo el mundo Macondiano.  Al ver a Margarita, utilicé la misma frase de Gabo: “y el apapacho, qué?” y nos fundimos en un abrazo de cómplices sabiendo que eso seriamos, por el resto de nuestros días.

 

 

 

 

lunes, 8 de abril de 2013

Margarita, la princesa de las entrañas tiernas...

Margarita, la mujer de Jaime Garcia Marquez venia atrás de él, caminando con dificultad, empujada por la multitud que quería saludar al escritor colombiano; entre la algarabía de la gente, me la presentó: “Mira negra, este es Luis, el memorioso y tiene toda la pinta de cumbiambero” le dijo Jaime sonriendo; era una mulata fina, nacida en Santa Marta, cerca de la Playa del Rodadero; diminuta y maciza, vestía un traje de muselina negro con lunares blancos que hacía juego con su piel de caramelo tostado, sus ojos azabache y las oscuras pecas de la nariz que arrugaba cada vez que sonreía, mostrando una hilera de dientes inmaculados. Fue Margarita precisamente  la que convenció a Jaime de conseguirme una cita con Gabito. La costeña y yo, congeniamos de inmediato: era inteligente, bella y de entrañas tiernas. Nacida como yo, bajo el signo de Tauro, fácilmente encontramos esquinas comunes; no hubo poder que venciera aquel caudal de simpatía que se desató entre nosotros. Antes de despedirnos, porque el olor de las viandas del banquete nublaba nuestro entendimiento, y ante la férrea intercesión de Margarita, los Jaimes y yo teníamos una cita a las 7:30 de la mañana del día siguiente, en la cafetería del Hotel Intercontinental; “Tranquilo, de acarrear a Gabo, me encargo yo, negrito” me dijo la diosa del Magdalena, con una sonrisa capaz de conquistar a cualquiera.

 

Al día siguiente, en punto de las seis de la mañana me despertó el vivaquear de los grillos anunciando el verano; me incorporé de mi cama de un salto felino, me bañé con agua natural y elegí un traje de paño negro, una camisa blanca y una corbata de seda color gris mate. Me vi al espejo y a pesar de mi alborozo interno, me pareció que iba vestido para asistir a un entierro. Encendí mi auto y me desplacé por las calles desiertas de Monterrey hasta estacionarme en la entrada de aquel hotel suntuoso ubicado en Valle Oriente.  A la entrada del  Intercontinental, un botones parado como estatua de cera,  bajo de estatura, moreno y regordete, con un apretado uniforme color burgandi y quepí del mismo tono, me dio los buenos días e hizo un gesto que me pareció más una genuflexión, que un saludo de cortesía.  Eran las 7:30 de la mañana en punto y al fondo de la cafetería, vi que ya estaban sentados, tomando café, el bullicioso grupo de colombianos. Saludé a la mulata con un beso en cada mejilla y estreché la mano de los dos Jaimes con una interrogante en mi mente: ¿Dónde estaba Gabo? Margarita que tenia dones naturales de adivinadora me auscultó con su mirada experta y remató, desarmándome, sin que pudiera defenderme: “no te preocupes, Gabito llegara en un momento más; siéntate y pide un café, que al final, te voy a leer los asientos y a contarte la buena fortuna”.

 

“Tráigale un café al señor” dijo Margarita al mesero escuálido que vestido con una nívea chaqueta, pantalón negro lustroso y unos zapatos de goma que conocieron mejores tiempos. Armado con dos jarras humeantes en cada mano, el mesero se acercó a nuestra mesa. “Con cafeína o descafeinado?” me pregunto tímidamente; “déselo como para levantar a un muerto” apuntó Margarita. Le di el primer sorbo y me lo acabé de prisa, diciendo: “debo advertirles que yo, después del primer café, me convierto en ser humano”.  “Negro, no me adviertas ni me amenaces y pon la taza boca abajo, sobre el plato” me dijo Margarita, “para que el sedimento del café tenga tiempo de escribir tu destino”. El sabor del café y la promesa augurera de Margarita me redimió por un instante de mis malos pensamientos. Segundos después, como parte del mismo sortilegio sentí que alguien me miraba, y en un gesto casual, miré por encima de mis lentes: ahí frente a mí, de apariencia frágil, mirada inocente y envuelto en un traje beige pálido de algodón fresco, con una camisa blanca, una ancha corbata de cuernos color café sobre fondo blanco y zapatos marrón oscuro, de piel de cocodrilo en celo, estaba el escritor más famoso del mundo.

Continuara…

 

 

 

 

lunes, 1 de abril de 2013

Siempre de parte del muerto...

Estaba sentado en el presídium bajo la luz amarillenta; apoyaba en sus manos sobre la mesa, para mantenerse erguido y  tenía el semblante adusto; se le veía extremadamente delgado,  tenía la palidez de un fantasma de esos que se asoman en las esquinas de la vieja ciudad de Cartagena. Llevaba un traje color crema de lino crudo, una camisa celeste de ceremonia y una ancha corbata de franjas diagonales en colores vino y azul que le daban la apariencia de un marinero lánguido; su bigote era abundante y blanco, como de mosquetero altivo y sus lentes brillantes se le incrustaban como crustáceos en su nariz aguileña; lo único que delataba su estado de salud, era su piel cansada y reseca. Yo me pasé las tres horas que duró aquella ceremonia interminable contemplándolo y recordando palabra por palabra, el comienzo magistral de su novela: “muchos años más tarde, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su abuelo lo llevó a conocer el hielo”. No he leído hasta ahora, el inicio de un relato que maneje con la arbitrariedad maestra, los juegos del tiempo en la narrativa.

 

Acudí a la ceremonia de la entrega del Premio para un Nuevo Periodismo patrocinado por CEMEX con una sola intención: estrechar la mano de Gabriel Garcia Marquez y buscar a como diera lugar, la forma de llegar a un acuerdo para formar una alianza entre su Fundación, el Tec de Monterrey y el Banco Mundial.  Mi idea era dar capacitación a los periodistas latinoamericanos, utilizando el renombre y la capacidad para lograr que los colegas del escritor colombiano más famoso del mundo, estuvieran dispuestos a dar capacitación; el Tec aportaría la experiencia en el uso de las tecnologías y en Banco Mundial, los recursos para otorgar becas a los participantes. Había escrito yo  previamente un proyecto escueto de tres páginas y no me llevaría más de cinco minutos exponerlo al escritor, si es que encontraba la oportunidad;  sin embargo, por dentro me decía a mi mismo que ése, no era el lugar ni el momento. Interrumpí mis cavilaciones al oír de pronto un aplauso estruendoso. Un periodista uruguayo se había llevado el máximo galardón otorgado por la Fundación Garcia Marquez en una de las varias categorías del premio. Inmediatamente después de la entrega de reconocimientos, habría un banquete en honor del escritor y los premiados, al cual yo no estaba invitado.

 

Al terminar la ceremonia, Nina Zambrano, Directora del Museo MARCO, sitio que albergaba aquella ceremonia, me presentó gentil y generosamente con el escritor. Estreché su mano y la sentí delgada, cordial y tibia. Enfundado en aquel traje caribeño, Gabo era la elegancia personificada. Afable pero parco, me saludó y se volteó inmediatamente después a preguntarle algo a su mujer, Mercedes Barcha, quien caminaba a su lado; y ahí terminó mi interacción con el ganador del Nobel de Literatura. Sin embargo, atrás de la pareja, caminaban Jaime Garcia Marquez, hermano menor del escritor y Jaime Abello, Director Ejecutivo de la Fundación. Me retrase a propósito, para acercarme a saludarlos y sin mayor preámbulo y les dije:” soy Luis Alvarado del Tec de Monterrey; leí los artículos de todos los concursantes y hay uno de un periodista colombiano que no ganó, pero que me pareció superior, por la oralidad y la frescura de su lenguaje, que recrea el habla de los niños bogotanos a  pesar de manejar un tema tan serio, como es el asesinato de jóvenes y niños, perpetrados por los grupos paramilitares” .

 

Jaime Abello replicó de inmediato: “no ganó pero estuvo a punto.” “De haber ganado, hubiera sido un premio póstumo, porque el periodista acaba de fallecer” afirmó Jaime Garcia Marquez. “Ah, pues con mayor razón –apunté; como dice  tu mamá, Jaime: hay que estar siempre de parte del muerto”. Jaime Garcia Marquez soltó una carcajada sonora; “es cierto, eso dice mamá; pero como lo sabes?” me preguntó Jaime clavándome inquisitivamente sus ojos; “lo sé porque así lo afirma Gabo en su novela Crónica de una muerte anunciada; incluso en una episodio de ésta, apareces tú, de niño, agarrado de la mano de tu mama, una mañana en que se dirigían a comprar carimañolas”. Efectivamente, dijo Jaime…vaya con tu memoria prodigiosa; yo ya había olvidado ese incidente”. Y ese comentario mío  fue suficiente motivo para que surgiera una chispa de simpatía entre nosotros, sentimiento que me llevó al día siguiente a reunirme con Gabriel Garcia Marquez a tomar un café, en el hotel Intercontinental de Monterrey, sitio en donde se hospedaba el escritor y su hermano Jaime.

                                                                                                       Continuará….

 

 

 

 

 

lunes, 18 de marzo de 2013

Mas temprano que tarde...

Harry clavó sus intensos ojos azules, y los entrecerró para poder distinguir aquel rostro, pero aun así le fue difícil reconocerla; hacia sesenta y cinco años, cuatro meses y doce días que no la veía. Shirley fue una adolescente bella, de piel blanca y trémula, dueña  de unos brillantes ojos que reflejaban el color azul turquesa del Atlántico a mediodía, su pelo rizado e intensamente rubio le caía alocadamente sobre sus hombros; su boca era roja, pequeña y carnosa; al sonreír, se le saltaban sus pómulos redondos, ligeramente enrojecidos y unos coquetos hoyuelos se le formaban en sus mejillas, dandole un aire de niña traviesa. Esbelta y diminuta, Shirley había aceptado ruborizada la propuesta de Harry ser novios a finales de Verano de 1943, iniciando sus estudios secundarios y aquella relación duró exactamente cuatro años, tres meses y seis días. Ingresar a diferentes universidades fue una prueba que la pareja no pudo superar; muy temprano, el cinco de Agosto de 1947 Shirley le envió una carta en donde le informaba al novio que daba por concluida la relación.  Al abrir y leer la misiva cruel, Harry sintió que un filoso puñal se le había atravesado en el pecho.

 

El viento que borra las huellas de la hojarasca de Otoño sopló con fuerza; varias ventiscas y cuatro tormentas de nieve cubrieron los aleros y tejados de aquella región pegada a la Costa Este y los granos pardos del reloj de arena cayeron uno a uno. Al terminar la carrera de enfermera, Shirley se caso con Todd, un eminente ingeniero civil y la joven pareja fijó su residencia en una isla cercana a Rhode Island; Harry, por su parte, concluyó la carrera de Física  e hizo lo mismo con Alice, a quien conoció el primer dia de clases en el curso de Algebra; ellos se establecieron al Este del condado de Palm Beach en la Florida.  A pesar de haber elegido diferentes destinos, durante sesenta y cuatro años ininterrumpidamente, Shirley y Harry intercambiaron tarjetas de Navidad, y a través de lacónicos mensajes que solo ellos entendían, evidenciaban que la llama del fuego de aquel verano de 1943, seguía encendida. Alice murió de cáncer en la matriz a principios de 2002 y Todd falleció de cáncer en la próstata a inicios del invierno del mismo año. Las tarjetas de Navidad de ambos, comunicaron la infausta nueva y ambos se dieron cuenta de la realidad: habían enviudado.

 

Yo conocí a Shirley personalmente a principios de 2004; era una anciana de pelo blanco, enjuta pero ágil y delgada, que caminaba con una energía inusitada, protegiendo su delicada piel con anchos sombreros de paja. Las huellas del tiempo se habían alojado en sus ojos y en las comisuras de su boca, sin embargo aquellos hoyuelos de las mejillas le habían conservado la travesura de su rostro; Shirley dejó  la isla que Todd le había heredado, para residir en Palm Beach, al lado de su flamante esposo Harry, al que trasladaba de un sitio a otro, empujando con vehemencia su silla de ruedas. Harry me dijo un dia, que en aquella única cita que tuvieron Shirley y él, aquel domingo de resurrección en 2003 fue suficiente ocasión, para que, antes de despedirse, le pidiera matrimonio a su amada. Se casaron bajo el régimen de bienes separados; Shirley disfrutaba una cuantiosa fortuna heredada de su primer marido y la utilizaba para apoyar la obra de desarrollo social que a mí me habían encomendado, durante mi trabajo en una Fundación para proteger a los niños de la calle, durante los años de 2003 a 2007. De ahí mi trato continuo con Shirley, quien me cautivó desde un principio por su conversación locuaz, su amabilidad y por su gran corazón. Sus generosos donativos llegaban a mi escritorio, sin falta, mes a mes.

 

Una tarde de Abril, en que Shirley y yo disfrutamos de un aromatico café colombiano, me confesó no era fácil acostumbrarse a su nueva vida al lado de Harry. La vejez le había sentado mal a su esposo; se había convertido en un hombre amargo y necio. Sin embargo, ella había decidido que seguiría a su lado, “para evitar tener que enviarle una tarjeta de Navidad cada diciembre. Después de todo, Harry no durará mucho-me dijo; pienso que viviremos unos seis años más”, dijo Shirley y así fue; dos años, ocho meses y diez dias más tarde, Harry fue diagnosticado con cáncer en el hígado y murió tres años, cuatro meses y catorce días después. El día de su fallecimiento, Shirley no se inmutó ni soltó lagrima alguna. Con gran naturalidad y despego, depositó su cuerpo en una casa funeraria y  sus restos fueron enviados en una carroza hasta Boston en donde, de acuerdo a su última voluntad, seria sepultado solo, dado que no tuvo hijos, ni habia familiar sobreviviente; Shirley pagó a los empleados de la casa funeraria para que lo sepultaran sin testigos, como él lo deseaba. Hombre previsor, había comprado una propiedad al lado de una frondosa acacia, en el lujoso Cementerio Oak Creek, de aquella ciudad. Shirley se quedó en Florida; justo ese día en que Harry fue sepultado, ella cumplía ochenta y cinco años. Enfundada en un brillante vestido azul turquesa, sombrero y guantes del mismo color, salió a cenar esa noche al GrandLuxe Café, con un grupo de amigas octogenarias, como ella, para celebrar su cumpleaños.

 

Hace unos meses decidí llamar a Shirley para saludarla y preguntarle por su salud. “Luis, que bueno que me llamas” dijo con alborozo al descolgar el teléfono: “estoy saliendo en este momento para internarme en una clínica de enfermos terminales acá en Hartford, Connecticut; a principios de año me diagnosticaron cáncer en el colon y decidi venir a pasar mis últimos meses con mi hija y mis nietos; sé muy bien que moriré en unos días;  gracias por tu llamada; me da gusto hablar contigo porque realmente disfruté siempre de nuestras conversaciones”. Yo me quedé mudo ante su naturalidad con que manifestaba la seriedad de su condición de salud y antes de balbucear una respuesta de consuelo, añadió: “gracias por llamarme; de hecho, esta será la última vez que hablamos; en fin, de cualquier forma, nos veremos más temprano que tarde, en la siguiente vida”. Colgué el teléfono y pensé en las sabias palabras de Shirley…sí, así es, todos cumplimos con esa cita, más temprano que tarde…

 

 

 

 

lunes, 4 de marzo de 2013

A Michelle le gusta andar de pelo suelto...

Indudablemente cuando alguien se cambia el pelo… hay algo detrás; la primera dama de los Estados Unidos cambió su imagen tres días antes de la toma de posesión de su esposo, para festejar su cumpleaños número 49: “Esto es mi declaración de una crisis de edad –dijo. Y como no puedo comprar un auto deportivo y no me dejan saltar del bungee, decidí cortarme el pelo” declaro en el programa The Rachael Ray Show. Lo cierto es que Michelle Obama está definitivamente, tras algo. Con cuatro años mas por venir como habitante de la Casa Blanca, Michelle Robinson Obama parece vivir una reingeniería de imagen estos días. ¿En qué se transformará cuando salga del capullo? está por verse.

La semana pasada fue entrevistada por la conductora de Univisión, Barbara Bermudo quien la puso a bailar al ritmo de la canción de  Pitbull  “Echa pa’ alla”. Por supuesto, ella estuvo casual, accesible y bastante rítmica; el vídeo se difunde por Internet en estos días, ganando “views”. El domingo anterior, Michelle cerró con broche de oro la noche de los Oscares. Un alumno mío que seguía la transmisión de los premios de la academia de Hollywood, me preguntó a través de inbox en Facebook: ¿Doc, cuál es tu gallo para ganar el premio de la mejor película? Yo respondí en forma inmediata: “Lincoln” y a la hora de ver que era la primera dama quien anunciaría el gran premio, dije para mis adentros: “por supuesto, ya acerté”. ¿Quién mejor que ella para gritar a los cuatro vientos que la mejor película sería Lincoln, el libertador de esclavos? pero para mi sorpresa,  no fue así. Las intenciones políticas de invitar a la Sra. Obama a anunciar a Argo como la mejor película son indiscutibles. Hay quienes piensan que Michelle Obama ha añadido más a lo que ya era demasiado. Otros la adoran y no se cansan de la sobre dosis de primera dama, con brazos tapados o los hombros al descubierto, con el pelo suelto y su nuevo flequillo o con su antiguo afro natural, con pantalones acampanados que vuelven a estar de moda, o luciendo algún vestido “vintage” diseñado por modistos inmigrantes como Isabel Toledo,Jason Wu o Narciso Rodriguez, o tal vez adquiridos (a diferencia de Elba Esther) en establecimientos accesibles a la clase media americana, tales como GAP o J.Crew.

El primer grupo de pesimistas asegura que la vida le va a pasar factura por sobre exposición a los medios. El segundo quiere ver más y más a Michelle, con o sin el pelo suelto. Con un porcentaje de aprobación del 73% —su marido tiene un 52% y la secretaria de Estado Hillary Clinton llegó a un 66%—, Michelle Obama ha encabezado hasta el momento, dos causas: su campaña llamada Let’s Move, contra la obesidad infantil, y Joining Forces, que se centra en ayudar a las familias de militares. Personalmente, pienso que la esposa de Obama busca una nueva causa. Mientras que la agenda del presidente para este segundo mandato está definida por el control de armas y la reforma migratoria, Michelle  desea marcarse un objetivo que cumplir en los próximos cuatro años. Después de observarla haciendo campaña electoral a favor de su esposo, (y este mensaje va dirigido especialmente para mis alumnos interns que trabajan en las empresas de Miami: recuerden que Michelle LaVaughn Robinson fue la mentora de un intern, llamado Barak Obama en la firma de Abogados Sdidley Austin de Chicago, en 1989; lo que ocurrió después de esta relación, es historia; así que jamás desdeñen ni el puesto de practicante, ni a sus mentores; uno nunca sabe…) concluyo que tiene ella utilizara el tiempo para posicionarse como una fuerte candidata; tiene un tremendo potencial para suceder a su marido. ¿Por qué no? A mi parece que ella vale la pena por sí sola.  Aplaudo que Michelle siga apareciendo y rompiendo esquemas en los shows de televisión; previamente ha bailado sin ningún prejuicio y con gran entusiasmo con Ellen DeGeneres; ojala que siga intentando nuevos looks, que siga abriendo espacios y que recorra el mundo con el pelo suelto…

 

 

 

 

 

 

sábado, 2 de marzo de 2013

Pico de desolacion...

Me interné en sus profundos ojos negros; una pañoleta beige, con discretos rombos color marrón, anudada al cuello, le daba un aire de dignidad y suficiencia. Agitaba sus manos al hablar luciendo el esmalte brillante y “nude” de sus uñas, y en sus dedos índice y anular de su mano derecha, luciia dos sortijas de oro macizo: uno coronado por un diamante y el otro, minimalista, delgado y reluciente.  Sentado en aquel mullido sofá de piel, en la tibieza de su sala, abrigado por toscas paredes y gruesos muros; ese espacio intimo estaba decorado con jarrones de talavera de gusto exquisito, por algunos portarretratos de madera labrada, y por algunas espigadas esculturas de plata de Taxco; en los rincones, colocadas con desdén aparente, había varias canastas de mimbre de San Juan del Rio de distintos tamaños; echando el torso hacia adelante, la mire fijamente y me aventuré a lanzar mi última pregunta, con la que finalizaba una hora de conversación con Angeles Mastretta.

“Angeles, hace poco le pregunté a la escritora Rosa Montero, ¿cuál es el papel de la verdad y la mentira en sus obras de ficción? Rosa me respondió que en sus novelas, la verdad se salvaba por las mentiras que cuenta; ¿cuales verdades se salvan en tu novela, Arráncame la vida?” Angeles sonrió enigmáticamente y respondió:”si la ficción surge de dudas que yo tengo, y mis respuestas son mentiras, entonces los libros que escribo son eso, viles mentiras; sin embargo, yo creo que la ficción es real, porque creo que al crear un mundo ficticio en una novela y hacerlo bien y fiel a mi misma, ese universo se vuelve real. Por lo tanto, lo que fue mentira, se vuelve verdad”. Reaccionando de inmediato, le dije: “Pues yo como lector y tu cómplice, creo y recreo tus mentiras y las vuelvo verdades y te quiero pedir que sigas dudando y sigas escribiendo. Al escucharme tan decidido, Angeles bajó la cabeza y dijo en voz baja:” Muchas gracias por tu deseo, porque estoy pasando por un pico de desolación para escribir; seguramente voy a salir, pero ignoro cuándo…”

Hace ya trece años que ocurrió esta conversación con la autora y veintiocho años de la publicación de su novela Arráncame la vida, cuya lectura cambio para siempre la percepción que yo tenía de la forma como escriben las mujeres en Mexico. La vida no es muy seria en sus cosas y hace trece años pensé que su respuesta era exagerada y melodramática; confieso que en ese momento no entendí ni dimensioné su aseveración de “estoy pasando por un por un pico de desolación” hasta que personalmente lo enfrenté. Lejos estoy de considerarme un escritor, pero durante años te tenido una puntual cita semanal con la escritura, independientemente de mi carga habitual de trabajo; escribir para mi ha sido mi terapia y mi salvación de la esquizofrenia; esta cita la interrumpí el 23 de Noviembre del año pasado y por estos meses, dejé de enviar mi artículo y suspendí mi Blog titulado La traición de la memoria. Por años había sido fiel a mi escritura hasta que me di cuenta que había adentro de mi un vacio que tenía que llenar de mí, antes de continuar escribiendo y pretender responder mis dudas a través de verdades o mentiras.

Las primeras semanas empecé a recibir algunos correos electrónicos de amigos, cómplices que me enviaban notas intentando animarme a seguir escribiendo. Algunos otros pensaron que tal vez había extraviado la dirección electrónica de sus correos, y por eso no estaban recibiendo mis artículos; otros más asumieron que estaba enfermo y hasta llegaron a preguntarme cómo seguía. Nada parecía aliviar mi desolación hasta que ayer viernes, al terminar la semana, de forma natural y sin proponérmelo, experimenté de nuevo un cosquilleo en el estómago y las yemas de mis dedos me empezaron a arder, sensaciones que solo se calman cuando consigo aplastar las teclas de mi tablero. Hoy sábado 23 de Febrero, reanudo mi tarea y aquí estoy, listo para continuar entretejiendo historias que buscan esclarecer el oscuro oleaje de mis días, que me ayudan a evocar otros mundos, que me trasladen a otras bahías y que evitan la irrupción de fantasmas que fomentan la traición de la memoria…