jueves, 12 de febrero de 2009

El poeta de lo cotidiano.

Jaime Sabines será por siempre el poeta de lo cotidiano. El día que lo conocí, sentado en su silla de ruedas, con su corbata color vino y su impecable traje azul marino, note que su voz se había gastado ya quizás por los efectos del tabaco, o tal vez por sus charlas interminables. Conversador
incansable, platicaba con cualquier parroquiano asiduo a los cafes del centro de la ciudad de Mexico, sitio donde habito hasta que se canso de vivir. Su escritura permaneció siempre joven hasta su muerte. Sus poemas son casi ingenuos, frescos y llenos de sonidos, de olores, de sabores, de sensaciones táctiles. Jaime Sabines escribió con los ojos abiertos hacia adentro. Su silla de ruedas no lo ato nunca. Muletas en mano, se desplazaba despacio, rescatando esas piedras comunes con las que tropezaba cualquier día, convirtiéndolas en gemas preciosas a través de su poesía.
Sabines incluyo en su obra poética todos los conceptos que le llegaban a su alcance: la provincia, el campo, la ciudad, la familia, la muerte, la orfandad, el ocio, la soledad, pero sobretodo el amor.
"Maestro", le dije, "por que decidió ser poeta?". "No lo decidí yo. Ser poeta es más que una vocación, es un destino. Desde niño, en la escuela, oía cuando la gente decía, que declame Jaimito, que declame Jaimito". Así, solita me llego la decisión de escribir poesía". Haciendo honor a su
destino, me callo ahora y dejo que Jaime nos "declame" su inolvidable poema, Los amorosos.

Los amorosos

Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar, no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan, no esperan nada, pero esperan.

Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo, de las que aman a perpetuidad,
verídicamente, de las que creen en el amor como una lámpara de inagotable
aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla, la muerte les fermenta detrás de
los ojos, y ellos caminan, lloran hasta la madrugada en que trenes y gallos
se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida, a mujeres que duermen con
la mano en el sexo, complacidas, a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios una canción no aprendida, y se
van llorando, llorando, la hermosa vida.

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