martes, 27 de diciembre de 2011

Lo mejor de la vida...

Y me he quedado solo, sin despegar los labios, en mi sitio.

                                                                                     Leon Felipe.

Esta semana he hojeado con nostalgia un álbum de fotos que guardo celosamente en mi oficina; este álbum registra un fragmento de mi vida profesional en México, específicamente el período comprendido entre 1995 y 2003, años en los que tuve el privilegio de entrevistar y conversar con reconocidos líderes mundiales, y transmitir esas conversaciones via satélite a los sitios de recepción de las sedes de la universidad virtual en America Latina, buscando enriquecer los contenidos de las clases de nuestros alumnos y poniéndolos en contacto con esos grandes pensadores a través de diversos medios de interacción. Me dio escalofrío ver algunos rostros sonrientes y triunfales de esas celebridades; muchos de ellos tuvieron en aquellos años poder, fama, fortuna, disfrutaban del elogio, de las mejores amistades y de los contactos más influyentes, y en un parpadeo se vieron arrastrados al exilio, la cárcel o la muerte. He llegado al final de 2011 con una conclusión: La vida es frágil y transitoria, nada es definitivo ni permanente; lo único cierto en nuestra existencia es el cambio.

Aplicando este principio a nivel macro, los acontecimientos ocurridos en este año que lo confirman: Las antiguas potencias del mundo han sido insuficientes en 2011. Las imágenes más escalofriantes son las de los tiranos caídos: Mubarak y Gadafi. Asimismo, ha causado conmoción la evidencia del alto índice del desempleo y la pobreza en la que vive una vasta mayoría americana. Fue también en este año que Standard & Poor's, una de las fuertes agencias de rating, le quitó la máxima clasificación triple A a la deuda de EE UU. Este año nos hizo ver lo nunca visto: Una oleada revolucionaria ha quebrado los cimientos del poder. Las generaciones conformistas habituadas a los años de abundancia se han convertido en agitadores indignados que han ocupado calles y plazas desde Europa hasta Estados Unidos como no se había visto desde 1968. Estados Unidos ha ido dando una y otra vez con los límites de su fuerza dividida por un bloqueo institucional que impide recortar su déficit e impulsar la creación de puestos de trabajo.

Nunca antes podíamos sospechar que la aceleración pudiera tener explicaciones tecnológicas. Es lo que sostienen muchos expertos, apoyados en el papel que han jugado los teléfonos móviles y las tecnologías digitales en estos terremotos políticos. Las redes sociales, Twitter y Facebook sobre todo, han estallado en número de usuarios y en relevancia en todos los ámbitos, pero han destacado como instrumentos de organización y comunicación viral en los movimientos de los indignados y en las revueltas árabes. También ha sido el año de la transparencia; aunque la publicación de los papeles del departamento de Estado por Wikileaks se inició el año anterior, el 29 de noviembre, sus efectos y secuelas, incluidos los que ha tenido sobre la primavera árabe, pertenecen a 2011; la filtración protagonizada por la cadena de televisión catarí Al Yazira dinamitó lo poco que quedaba del proceso de paz entre israelíes y palestinos. Un mayor acceso a las informaciones y un incremento de la conectividad, debidos ambos a la tecnología, no pueden pasar sin consecuencias. El mundo de 2011 es especialmente eficaz en comunicaciones y los efectos sobre las opiniones públicas y las nuevas generaciones, en los nativos digitales ante todo, son fulminantes.

La tecnología jamás ha sido neutral. Puede servir para hacer revoluciones y para sofocarlas, para mejorar la democracia o para liquidarla. Una guerra silenciosa y subrepticia, que puede suceder y vencerse sin que nadie lo perciba, se ha ido situando este año en el centro de la actividad militar. Estados Unidos, mientras completa su retirada de tropas de Irak y prepara la salida de Afganistán, incrementa su actividad sigilosa en la región, incluida una guerra secreta contra Irán para obstaculizar su ascenso armamentístico y sus ambiciones atómicas. El despliegue tecnológico y el repliegue geoestratégico son la cara y la cruz de los Estados Unidos, desgastado por el decenio de guerra global contra el terror y carcomido por el peso de la deuda y del déficit público.

2012 es un año de redefinición. Muchos conceptos útiles hasta 2011 no sirven a partir de ahora; todo indica que ha terminado mucho más que una época.  Cerré mi álbum de fotos y busqué sobreponerme a mis reflexiones, intentando vencer mis ganas de llorar, en la soledad de mi oficina, conmovido ante lo mucho que la vida cambia; suspiré hondo y dije en silencio, imitando la frase famoso coronel, personaje de Garcia Marquez en su novela El Coronel no tiene quien le escriba: “Ah, a pesar de todo, la vida es la mejor cosa que se ha inventado”. Sin embargo,  a la hora de escribir este artículo, he decidido corregir la frase del coronel: en 2012 es necesario es ir más allá: lo mejor de la vida es nuestra capacidad de soñar para reinventarla, y debemos empezar por reinventarnos a nosotros mismos, así, callados y sin avisar, que es como mejor suceden estas cosas.

 

 

 

lunes, 19 de diciembre de 2011

Callejon sin salida.

Me he enterado a través de los medios tradicionales y de las redes sociales, del escaso interés por la lectura y del pobre dominio del idioma Inglés de Enrique Peña Nieto, candidato del PRI al gobierno de México; por estos tropezones hay expertos que aseguran que el candidato bajará  en los índices de preferencia electoral, peligrando tremendamente su eventual triunfo en las urnas. Yo no estoy tan seguro. Cuentan algunos autores que cuando el candidato a presidente de los Estados Unidos Adlai Stevenson estaba en campaña frente a Dwight Eisenhower, una señora le dijo después de una reunión, “cualquier persona pensante votaría por usted”, y que él replicó “señora, no es suficiente, yo necesito una mayoría”.

Menciono esta anécdota porque a la hora de votar, las emociones resultan ser decisivas, mucho más que el cálculo racional. La inmensa mayoría de los votantes se orienta por sus emociones. En estos tiempos, ¿quien se toma el tiempo para realmente decidir por quién votar después de leer programas políticos de los candidatos? ¿Qué hacer entonces para ganar las elecciones? En principio, buscar a los expertos en ciencias cognitivas y neurociencias que nos digan cómo funcionan las entrañas de los ciudadanos, y a continuación escribir una historia que permita conectar los sentimientos de los votantes con los intereses del partido o del candidato; posteriormente, armar una buena campaña de mercadotecnia política, que cuente la historia.

Los partidos políticos buscan optimizar sus recursos (en los últimos años, impulsados por estrategias de mercadotecnia digital) para ganar elecciones a cualquier precio. Para lograrlo, hay que saber contar la mejor historia. Decía García Márquez  “la vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”, y si construimos el relato de nuestra vida a la hora de contarla, ¿cómo no se va a construir una historia de un partido que quiere ganar las elecciones, buscando un comienzo, una trama y un futuro que emocionen a la mayor parte del electorado? De igual manera, se construye una historia sobre el partido contrario, que intenta ser, claro está, una leyenda negra, con un origen tenebroso, unas actuaciones deplorables y un futuro aterrador. ¿Para qué sirven las historias en estos casos? Para que cada quien se identifique con uno de los equipos que compiten, vista su camiseta y sienta que "esos son los míos y yo no pertenezco a los otros”. Me pregunto qué historias están contando los partidos en México en este momento; por más que le pienso, los partidos encontraran difícil construir historias positivas creíbles, y será más fácil para partidos y candidatos apuntar con el dedo y destruirse unos a otros; si a esto le sumamos la ausencia de liderazgo, creo que en nuestro país estamos llegando a un callejón sin salida…

 

 

 

 

 

domingo, 11 de diciembre de 2011

Mujeres...pésele a quien le pese.

Este próximo lunes tendremos la ceremonia de graduación de nuestro programa de certificados internacionales en Miami; durante el fin de semana revisé proyectos, exámenes, y finalmente estuve calculando promedios y notas finales. Noté el nivel de excelencia de las alumnas, que en términos generales, obtuvieron mejores notas que los alumnos. Cada vez son más las mujeres que optan por títulos universitarios, cargos políticos o liderazgo en empresas. En los últimos 30 años, las mujeres latinoamericanas han aumentado su participación laboral de un 35% en 1980 a un 53% en 2007, según cifras del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

A primera vista sorprende, pero no es difícil comprender por qué una región tan entregada a los caudillos tiene también una amplia participación femenina en la política, la literatura y la cultura de América Latina. Y la lucha contracorriente de las mujeres latinoamericanas no es un fenómeno reciente. "Opinión, ninguna gana / puyes la que más se recata / si no os admite, es ingrata, / y si os admite, es liviana", escribió a los hombres una airada sor Juana Inés de la Cruz en sus famosas Redondillas.

No se concibe América Latina sin los versos de Gabriela Mistral; sin la crónica de Elena Poniatowska; sin los trazos de Frida Kahlo; sin la determinación de Josefa Ortiz de Domínguez, Eva Duarte de Perón o Violeta Barrios de Chamorro. La presencia de la mujer en la vida política, económica, cultural y social de América Latina ha ocupado un sitio especial e influyente a través de los siglos.

El avance de la mujer es evidente. La desilusión y los embates del machismo no han desanimado los impulsos artísticos de las latinoamericanas. Más bien al contrario. La mexicana Elena Garro, primera esposa de Octavio Paz, es considerada una de las mejores escritoras del país. Su novela Los recuerdos del porvenir es comparada con el laureado Pedro Páramo de Juan Rulfo. Sin embargo, el reconocimiento no lo recibió en vida. Su divorcio de Paz en 1959 la relegó de la comunidad literaria mexicana. Murió en bancarrota, a los 77 años, en la casa de Cuernavaca donde vivía con su hija y 37 gatos.

Hay dolor, pero también dignidad, detrás del mejor arte y pensamiento latinoamericanos producidos por mujeres. La poeta uruguaya Juana de Ibarbourou murió en 1979 tras una vida marcada por la violencia doméstica, la adicción a la morfina y las penurias económicas. La pintora Frida Kahlo era criticada en su tiempo por elegir un formato pequeño en la época de los grandes muralistas mexicanos. Su frágil salud, su anhelo frustrado por ser madre y las incontables infidelidades de Diego Rivera inspiraron algunas de sus obras más aplaudidas, pero también más desgarradoras.

En equidad aún queda mucho camino por recorrer. Pese a todo, la mujer latinoamericana no agacha la cabeza. La guerra, en algunos casos, ha propiciado la aparición de líderes y activistas como Rigoberta Menchú en Guatemala o Ana Córdoba en Colombia, asesinada en junio pasado en Medellín. Solamente la muerte pudo impedir que continuara exigiendo justicia por la muerte violenta de su esposo y dos de sus hijos. Y no debe de sorprender, si en Latinoamérica es la mujer quien trabaja la tierra, la que defiende a los suyos y la que no se calla ante la injusticia. Me llena de satisfacción escribir estas líneas y reconocer que la mujer latinoamericana camina con paso firme, pésele a quien le pese.

 

 

martes, 6 de diciembre de 2011

La camiseta equivocada...

El olor a hamburguesa al carbón me despertó el apetito; un hombre blanco y corpulento, calvo, con una colorida playera anaranjada y chanclas color turquesa volteaba la carne con la habilidad de malabarista; la gente se desparramaba en comodas sillas a los lados de las angostas calles del estacionamiento del Sunlife Stadium, comiendo hotdogs, papas fritas, tomando cervezas, era un masivo comedor interminable; si, era el famoso tailgate  que precedía a un partido entre los Dolphines de Miami y los Raiders de Oakland. Ignorante e inexperto de las tradiciones e implicaciones del color de la ropa que los americanos usan para apoyar a sus equipos deportivos,  decidí ponerme una camiseta negra ligera y fresca para ir al  juego. Hasta que llegue al estadio me di cuenta que colores de los fanáticos de los Doplhines son naranja y turquesa, mientras que los fanáticos de los Raiders utilizan el color negro; por lo que automáticamente fui tachado de enemigo de los locales, por llevar la camiseta equivocada. Este simple hecho me produjo varias complicaciones que aunque intrascendentes, fueron significativas y marcaron mi experiencia durante el partido. La primera fue cuando aprovechando el termino del ultimo cuarto de juego, subi a refrescarme un poco e hice fila para comprar una cerveza fría: varios fanáticos de los Dolphines, aunque en broma, al ver el color de mi camiseta empezaron a empujarme y a cantar en coro “Nana nana, nana nana, yeah yeah yeah, good bye” implicando que dado la diferencia enorme del marcador (Dolphines 34 y Raiders 16) carecia de sentido que aun estuviera en el estadio “apoyando a mi equipo”. La segunda dificultad ocurrió en las gradas, cuando los fanáticos de Oakland vieron que yo apoyaba y celebraba las buenas jugadas de los Dolphines; uno de ellos en tono molesto se acerco indignado y me pregunto: “de parte de quien estas? Se supone que deberías apoya a los nuestros”. Y la tercera ocasión fue cuando al salir, un fanático me aventó tres camisetas de  Dolphines y me dijo: “toma, te las regalo, para que te acuerdes de Miami”.

Aunque se perfectamente que estas tres dificultades son mínimas y fueron producto de la pasión futbolera norteamericana, puedo aplicar estos principios a la situación de discriminación que vivimos inmigrantes en este país, especialmente en los últimos años. Nada es peor para la convivencia que la escasez. La generosidad, el altruismo que tanto alardean los gringos, escasean cuando escasean el dinero y los puestos de trabajo. En épocas de crisis económica florecen la xenofobia, la crispación política, el proteccionismo y, en algunas partes, el racismo. Refugiarse en “los nuestros”, interpretar lo que sucede como una pugna entre “nosotros y ellos” y sentir que la gente distinta es una amenaza para la economía americana se vuelven reacciones comunes. La Historia nos cuenta del auge de movimientos políticos con ideas repugnantes y de decisiones gubernamentales que, en vez de aliviar la mala situación económica, la prolongan. Los ejemplos históricos sobran —desde la crisis económica que llevó a Hitler al poder, hasta tomar la decisión de EE UU de aumentar los aranceles a las importaciones cuando no debía, lo que agravó la Gran Depresión de los años treinta. Ojalá que la actual crisis económica no siga produciendo historias como las del ejecutivo de la Mercedes Benz de Alabama, que fue detenido por no llevar su identificación al conducir y que para sorpresa de la policía, no era un “indocumentado cualquiera” sino un alto directivo de una planta que da empleo a cientos de americanos en ese estado; creo que estamos hartos de leer reacciones que merecen estar en las páginas negras de los futuros libros de historia de inmigración de este país, por el solo hecho de traer la camiseta o el color de piel equivocadas.