miércoles, 13 de julio de 2011

El sueño de Cabral...

Al terminar de instalar la tienda de campaña sentí las fauces del viento frio morder mi cara; “esta noche va a helar” le dije a Carlos. “Si, pero con tequilita se nos quita” respondió mi amigo.”Te salió el verso sin esfuerzo”, le respondí entre risas. Habíamos llegado a Guanajuato esa tarde de Octubre, con el fin de pasar el fin de semana y asistir a los Entremeses Cervantinos, una serie de conciertos y eventos artísticos que se llevan a cabo anualmente y que congregan a millares de turistas nacionales e internacionales. Carlos y yo teníamos ambos  veintiún años y muchas ganas de fiesta. Sabiendo de antemano que no habría habitaciones baratas disponibles, se  nos ocurrió la idea de “irnos de mochilazo” como tantos jóvenes de la época  y acampar en la explanada frente al aristocrático Hotel Real de Minas.

Instalamos una pequeña carpa doble entre centenares; había una multitud de gente joven que como nosotros, querían disfrutar de los conciertos y gastar lo menos posible; aquel tenderete móvil se instalaba de noche y se desinstalaba al amanecer; el gobierno municipal así lo había anunciado, para proteger la estética del centro de la ciudad, considerada Patrimonio Histórico de la Humanidad. Esa noche, el frio se había desatado y varios grupos habían encendido varias fogatas para vencerlo. Alrededor de cada fogata, trovadores improvisados, armados guitarras y percusiones, entonaban canciones de “protesta” : oíamos a lo lejos Cantares de Joan Manuel Serrat,  otros entonaban Comandante Che Guevara,  y mas allá, oíamos las estrofas de Gracias a la vida de Violeta Parra. Tragos de ron, mezcal,  tequila y brandy se consumían sin remordimientos, para mitigar el frio y entre más pasaba el tiempo, mas aumentaba el volumen de aquel grupo coral espontaneo.

En nuestro deambular entre una fogata y otra, escuché la voz de una mujer joven, que me pareció extraordinaria; cantaba con una fuerza y un dominio fuera de serie; aunque empezaba a oscurecer  pude distinguir sus rasgos: era delgada, de estatura regular, con el pelo largo y rizado, de piel oscura, ojos grandes y melancólicos, como los de un ángel barroco. La mujer cantaba “Canción de todos” que originalmente interpretaba Mercedes Sosa. Por su madurez vocal, llegue a encontrar alguna semejanza con el timbre de voz de Edith Piaff.  Al terminar de cantar, la audiencia improvisada le aplaudió de buena gana y ella, ignorando los gritos “otra, otra, otra” salió del centro de aquel grupo de gente y se colocó  justo al lado mío; “hola, ¿cómo te llamas?” le pregunte con el desenfado de mis veintiún años. “Eugenia” me dijo sonriendo. “Vas a cantar en algún teatro de Guanajuato este fin de semana?” agregue. “No, como se te ocurre; voy a cantar en una peña folklórica mañana en la noche, en un lugarcillo por ahí, cerca del Bar El Arcángel, por la calle Independencia” me dijo con sencillez. “Ah bien, si nos invitas, mi amigo y yo te iremos a ver” le respondí. No alcanzo a responderme cuando la ataque con una nueva pregunta: “Bueno, te llamas Eugenia pero  cuál es tu nombre artístico?”. La mujer soltó una carcajada mientras respondía: “No tengo nombre artístico, me llamo Eugenia Leon, así nomas”. “Pues mucho gusto, Eugenia y hasta mañana”.

Al día siguiente, después de levantar la casa portátil, mi amigo y yo vagabundeamos por las callejuelas y fuimos al mercado a comer; sentados en bancas de madera, disfrutamos de unos huaraches de queso frasco bañados con salsa verde; posteriormente caminamos hacia el centro de la ciudad, visitamos varios museos y nos asomamos en algunas iglesias barrocas y neoclásicas; posteriormente, ya entrada la tarde, nos tomamos un par de cervezas en uno de esos bares al aire libre, para contemplar la multitud de aves que buscaban refugio de aquel aire frio nocturno que se avecinaba. “Carlos, vamos a la peña, a ver cantar a nuestra amiga Eugenia” le comenté a mi amigo.  “Claro que no Luis” esta noche se presenta en la explanada de la Alhóndiga de Granaditas Facundo Cabral, y ese sí, no nos lo debemos perder. Caminando entre la muchedumbre, llegamos a la Alhóndiga y aunque con dificultad, encontramos un sitio entre los escalones de madera improvisados para dar albergue a los espectadores. Esa noche conocí a aquel trovador que yo jamás había escuchado y que  con acento argentino empezó a “predicar” ganándose la rechifla de la multitud que se calló hasta que las notas de su guitarra se escucharon,  acompañadas de una voz potente cuya estrofa decía: “no soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad, ni porvenir y ser feliz, es mi color de identidad…”. A esa canción siguió otra, y luego otra, hasta que se despidió cantando una canción que decía “chau, nos volveremos a ver", "yo soy tu amigo porque soñaste el mismo mundo con el que sueño".  Han pasado treinta y cinco años de aquel concierto y desafortunadamente no lo volví ni lo volveré a ver;  sin embargo, oyendo sus canciones en estos días posteriores a su partida, he descubierto que Cabral tenía razón, pudimos ser amigos porque comparto ese mismo mundo que él soñaba…

 

 

 

 

 

1 comentario:

  1. Y ese hombre, hasta la fecha, no ha dejado de repartir sus sueños. Fueron lágrimas intensas cuando supe de la tragedia, ni tristeza, ni rabia, ni dolor, sólo era lágrimas porque a final de cuentas no se puede sentir eso cuando de seguro él ya había perdonado a su ejecutor.

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