lunes, 20 de mayo de 2013

Ana Karenina...

Llegó de prisa y al acercarse para pedir una mesa, su bolsa Gucci de cabritilla color vino y cuyo precio excedía al sueldo quincenal de todos los meseros de aquel restaurant, resbaló de su hombro; aunque hizo un mohín de disgusto, el relámpago de ira de sus ojos brillantes se vio disimulado por sus gafas de sol Prada adquiridas en su más reciente viaje a Milán. Tenía ojos de pájaro feliz y su piel de melaza aun irradiaba la resolana del caribe, lograda a fuego lento por los ocho días que pasó tendida al sol, en la piscina del crucero Celebrity Line que había tomado en Miami durante las vacaciones de Semana Santa. Esa tibia mañana de Abril al llegar al restaurant pidió una mesa en la esquina de la terraza y la exigió al capitán de meseros, utilizando el tono arrogante de aquella que sabe que su estirpe maneja a su arbitrio el destino de la ciudad. No había mesa disponible en ese momento y debía esperar. Allá afuera, el tráfico era difícil y más en aquella hora en que un camión de legumbres frescas y cisternas de vinos importados intentaba acercarse a la puerta de servicio del restaurant. Andrea aguardaba impacientemente, a veces texteando con su I-Phone 5 y otras, jugando con su anillo Juicy Couture color naranja, que llevaba en su dedo anular, cuando la voz del capitán de meseros interrumpió sus cavilaciones.      

El pasado 26 de abril Andrea Benítez acudió al restaurante Maximo Bistro ubicado en la colonia Roma. Como el establecimiento se encontraba lleno, la hija del entonces titular de la Profeco tuvo que esperar mesa un rato. Al llegar su turno le asignaron una mesa, pero la joven quería una en particular que no estaba disponible en ese momento. Al no atender su petición, Andrea movió sus influencias para que funcionarios de la Profeco cerraran el restaurante. Dos horas más tarde, arribaron los funcionarios y, pese a que el lugar estaba lleno, pusieron sellos de suspensión por irregularidades en el sistema de reservaciones y venta de bebidas alcohólicas. El caso generó un escándalo en las redes sociales. Los usuarios de Twitter bautizaron a Andrea como #LadyProfeco.

Su padre, Humberto Benítez, se disculpó por la “conducta inapropiada” de su hija y ella misma hizo lo propio a través de su cuenta en Twitter, que bloqueó inmediatamente después. “Ella exageró la situación y las autoridades de la Profeco, que dependen de mí, sobrerreaccionaron indebidamente por tratarse de mi hija”, señaló el procurador un día después del escándalo. Sin embargo,  a pesar de ser exonerado por la Secretaría de la Función Pública de cualquier responsabilidad, el Presidente de México, Enrique Peña Nieto ordenó la remoción de Humberto Benítez Treviño como titular de la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) tras el escándalo que detonó su hija al ordenar clausurar un restaurante.

La noche del 15 de Mayo, después de las 8 pm Andrea accionó el control de la puerta de la cochera y se echó reversa; traía los ojos hinchados de tanto llorar; su automóvil Mercedes Benz platinado, hacia el interior exhalaba un aliento de bestia viva. Los asientos posteriores iban atiborrados de ropa casi nueva, más de sesenta pares de zapatos, una docena de chamarras de piel,  varios abrigos y cerca de treinta vestidos de cocktail colgados en ganchos y protegidos con bolsas de plástico transparentes. Las tres maletas Coach a fuerza de voluntad habían encontrado sitio en la cajuela de su auto. Andrea había decidido dejar su casa e irse temporalmente a vivir a casa de alguna amiga, pero no sabía a cuál llamar. El tráfico en el Paseo de la Reforma a aquella hora era infernal. La Glorieta del Angel era un nudo de autos y motocicletas, embotellados en ambos sentidos. Esa mañana que el Presidente Enrique Peña Nieto había ordenado la destitución de su padre, Andrea estaba leyendo Ana Karenina de León Tolstoi; la frase inicial de la magistral novela se le quedó grabada para siempre: “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz tiene un motivo único para sentirse desgraciada; en la casa de los Oblonsky, -al igual que los Benitez- todo andaba trastocado…”

 

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