jueves, 12 de febrero de 2009

Solo los afectos salvan

No sé como cruce la aduana en Heathrow. La noche anterior había tomado una píldora para dormir, inmediatamente después de cenar durante el vuelo de Miami a Londres. La pastilla me hizo un efecto tan fuerte que no tengo huella en mi memoria  del rostro del oficial ingles preguntándome la razón de mi estancia por unas horas en el aeropuerto de Londres, rumbo a Ucrania y tampoco tengo registro de mis respuestas. Mi recuerdo posterior a tomar el somnífero, fue estar sentado en una sala de espera, para abordar el vuelo de conexión que me llevaría a  Kiev.  Revise mi mochila negra: si, ahí estaban el pasaporte con el sello de entrada en Londres, mi cartera, mi cámara fotográfica, mi lap top, y un frasco de Ambien CR, la compañía insustituible durante mis viajes. El trayecto de Londres a Kiev fue corto, unas cuatro horas, y del aeropuerto me traslade a  tomar un tren vespertino que me llevaría, después de siete horas adicionales, de Kiev a Kharkov,  ciudad  ubicada en la frontera noreste de Ucrania y Rusia. Llegue a la Pivdenny Vokzal, la antigua estación del tren  las 11:45 pm y un taxi me condujo al Hotel Kharkov. El recepcionista rubio y extremadamente delgado no hablaba Ingles. Olia a una mezcla de tabaco y vodka, y sus dientes manchados estropeaban su rostro de ángel exterminador.  A señas me pidió el pasaporte y me exigió que pagara el total de mi estancia en moneda local. No aceptaba dólares ni euros, y tampoco tarjetas de crédito. Discutimos un rato, hasta que finalmente un turista americano trasnochador llego para salvarme. Era un hombre de edad mediana con acento sureño, alto y pasado de peso. Vestía pantalones kaki, camisa de cuadros y saco azul marino con botones dorados. Con la despreocupación del que viaja con viáticos pagados por su empresa, ofreció cambiarme un billete de 100 dólares. Con ese dinero, pague la primera noche de estancia en el hotel. Después de veintiséis horas de viaje, no pude mas y me deje caer en un camastro individual cubierto por una cobija café de lana,  en una habitación “ de lujo”  de tres pies cuadrados,  que tenía un costo de noventa y nueve dólares americanos la noche, suma fuera del alcance para la mayoría de la población de aquella región empobrecida.

Desperté alrededor de las 8 de la mañana con el firme propósito de cambiar dólares por Hryvnias, la moneda local. Baje por el único y antiguo asensor del hotel de 12 pisos, y salí. Me impresiono la Kharkov Lenin Meydani, una gigantesca plaza con la estatua de Vladimir Lenin, su piso de adoquines y los enormes edificios de la Universidad de Kharkov. Había una pequeña casa de cambio situada a una cuadra de la plaza. Regrese y desayune con gran apetito: la opción era una sola en el restaurant del hotel: huevo tibio, pepinillos ácidos, col hervida y un jugo que provenía de una mezcla de agua y naranja en polvo. Me duche rápidamente y me lance a la calle. Tome en la esquina de la macro plaza una “marshrutkas”  camioneta colectiva que me llevaría  al norte de la ciudad en donde me reuniría con un grupo de microempresarios. La camioneta colectiva recorrió gran parte de Kharkov: el edificio Gospron, el Monumento Taras Scevchenko, y la majestuosa Uspensky, la Catedral de la Asuncion, edificada siguiendo el más refinado estilo barroco-ruso, y construida en 1771. Así llegamos hasta las afueras de la ciudad en donde había una multitud de edificios multifamiliares. Una cantidad de gente iba y venia en las aceras. En su rostro adusto se reflejaba la desconfianza y la desesperanza…

Un año antes, en mi conversación con Lech Walesa, exPresidente de Polonia (1990) y Premio Nobel de la paz (1983) menciono específicamente que  “las tragedias de Ucrania: la gran hambruna de 1932, la matanza y confinamiento de judíos en 1941, y más recientemente la tragedia de Chernobyl en 1986, han creado en la gente de Ucrania, una cultura de desconfianza,  angustia y pesimismo por el futuro”. Recordé las palabras de Walesa y durante mis diálogos con los microempresarios de ese país, en vez de sentirme incomodo por su falta de sonrisas y su aparente frialdad, me dieron ganas de decirles que no todo está perdido, y que solo los afectos salvan…

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario