La cara de Rigoberta resplandece y refleja la luna, la tierra, y su pueblo de imágenes rotas. Mas allá están el rio, su espuma, el follaje intensamente verde, los sembradíos fértiles y los volcanes humeantes. Huele a maíz, y sus codos le han abierto paso y forjado su propio sitio. Su voz quema y cala hondo:
“Me llena de emoción y orgullo la distinción que se me hace al otorgarme el Premio Nobel de la Paz 1992. Emoción personal y orgullo por mi Patria de cultura milenaria. Por los valores de la comunidad del pueblo al que pertenezco, por el amor a mi tierra, a la madre naturaleza. Considero este Premio, no como un galardón hacia mí en lo personal, sino como una de las conquistas más grandes de la lucha por la paz, por los derechos humanos y por los derechos de los pueblos indígenas, que a lo largo de estos 500 años han sido divididos y fragmentados y han sufrido el genocidio, la represión y la discriminación”.
Su historia conmovió al mundo, una historia de confrontaciones y violencia rural en Guatemala, años de represión que provocaron más de ciento cincuenta mil víctimas, en su mayoría campesinos. Rigoberta Menchú Tum nació en Chimel, un pueblito maya-quiché del interior, en San Miguel de Uspantán, en 1959. Fue testigo de la muerte de su hermano, por el impacto de pesticidas; otro falleció por desnutrición y un tercero, murio víctima de terratenientes cafetaleros. Su madre fue violada y torturada por soldados hasta morir. Su padre murió carbonizado en la Embajada de España en Guatemala, durante un asalto policial. En 1980, Rigoberta dirigió a ochenta mil manifestantes y estuvo a punto de morir en resistencia pacifica durante su huelga de hambre.
Se comprometió con la lucha, denuncia y reivindicación de los derechos humanos de los pueblos indígenas, decisión que le costó numerosas persecuciones, y finalmente el exilio, en 1981.
En 1982 fue la primera indígena en formar parte del Grupo de Trabajo sobre poblaciones Indígenas en la ONU, y en 1983, publicó su libro autobiográfico Me llamo Rigoberta Menchu y asi me nació la conciencia. En 1992 le fue concedido el premio Nobel de la Paz por su trabajo en favor de la justicia social y la reconciliación entre los diferentes grupos étnicos de Guatemala. Con el dinero obtenido del premio creó una fundación, establecida en México, para apoyar a los pueblos indígenas del continente.
Durante nuestra conversación, con motivo de la publicación de su libro Rigoberta, nieta de los Mayas, le pregunte: Rigoberta, por que la nieta y no la hija de los Mayas? Ah, porque la nieta es la mas amada por los abuelos y la ausencia se siente… Nosotros siempre nos consideramos como una mazorca. Si a la mazorca le falta un grano, siempre se notará una ausencia, un espacio vacío, porque ese grano ocupa un lugar especial. El mundo perdió esa sensibilidad, perdió la ilusión de amar y por, eso ha permitido la impunidad…y ha permitido que nos hayan quitado lo que era nuestro: nuestra tierra.” Rigoberta sonríe al responder y cierra sus ojos…Rigoberta mujer de maíz, construye con su lucha el sueño del día en que la tierra vuelva a sus legítimos propietarios: los hombres y mujeres quiches. Oigo allá a lo lejos la canción de Victor Heredia: “Campesino cuando tenga la tierra, le pondré la luna en el bolsillo, y saldré a pasear con los árboles, el silencio, los hombres y las mujeres conmigo, cantaré... cantaré...”
No hay comentarios:
Publicar un comentario