jueves, 12 de febrero de 2009

Emelyne

Emelyne camina descalza, cuatro millas y media, martes y jueves. Sale de su choza a las 5:30 am y en su cabeza lleva un cesto de ropa para lavar en el rio. Durante su ausencia, el pequenio Alcide, de anio y medio, malnutrido y desnudo, corretea bajo la supervisión de su hermanita Becassine, de tan solo seis años; Alizee la hermana mayor, de diez anios recorre con su madre las cuatro millas y media, también dos veces a la semana,  para asistir a una escuela, y  a las tres de la tarde, de regreso, carga un cantaro de agua y ayuda a recoger la ropa, recién oreada entre los matorrales secos. Los otros dos hijos de Emelyne, Dimitri de ocho y Ettiene de nueve años ya no van a la escuela, vagan por el campo el dia entero. Aunque han buscado trabajo en el poblado, no hay quien los emplee. Theofille, el padre se fue a Republica Dominicana en busca de una mejor oportunidad de vida hace meses. Emelyne no ha sabido nada de el. En Chansolme, la pequeña comunidad en Port-de-Paix, fundada en 1665 por filibusteros franceses, el tiempo se detuvo hace doscientos anios. No hay luz, ni agua, no hay teléfono, ni esperanzas…

Llegue al Aeroport International Toussaint Louverture de Port au Prince en un vuelo de American Airlines. Cientos de haitianos desempleados  aguardaban la salida de los pasajeros con el fin de cargar maletas a cambio de unos centavos.  Tome un taxi de inmediato para trasladarme al Guy Malary Airport, con el fin de abordar un vuelos nacional, hacia Port-de-Paix. En su sala de espera,  sin asientos, ni aire acondicionado, resistí estoicamente de pie las dos horas. El vuelo a Port-de-Paix, duro tan solo hora y media. La devastación forestal de Haiti me estremeció: inmensa cantidad de tierra inútil, arida y gris. El viento y la turbulencia movía la nave aérea de cincuenta pasajeros. Aun así, pude tomar desde arriba algunas fotos de la geografía estéril de Haití. Al poco tiempo, empezamos a descender hacia  un terreno desolado, seco y polvoriento. Vacas, burros y perros se movían alla abajo, buscando hacer espacio a que aterrizara el pequeño avión de Tortuga Air. No había aeropuerto, y menos quien entregara las maletas. Me acerque a un costado del avión y cargue mi equipaje. No podía rodarlo, en aquel piso de tierra desigual. Allá a lo lejos, un grupo de gente entretenía su ocio viendo a los pasajeros caminar entre la nube de polvo.

Construir fuentes de agua potable, llevar electricidad así como instalar escuelas y centros de aprendizaje en zonas deprimidas  de la parte norte de la isla, son necesidades prioritarias, había dicho Gabriel Bien Aime, Ministro de Educación de Haití en su visita a Monterrey. Durante nuestra charla hablo sobre las oportunidades del país, pero jamás imagine la realidad hasta verla con mis propios ojos.

Haití es uno de los países más pobres, más densamente poblados y mas deforestados del planeta. El 97% de la superficie del país esta devastada. Un 70% de la población vive con menos de dos dólares al día, el índice de analfabetismo alcanza el 45% y el 30% tiene complicaciones de salud debido a la desnutrición.

Durante mis dos semanas en Haití, mi alojamiento fue una casa con techo de zinc, sin electricidad y sin agua; dormí en un camastro, con un pabellón que me protegía de los mosquitos, y comí barras de granola, cereal sin leche, galletas saladas y atún enlatado. En las noches, oí a las ratas correr por entre las paredes de block en busca de restos de comida. En Port-de-Paix  pase los días más significativos de mi vida. En quince días edificamos los cimientos de una escuela, logramos trasladar agua entubada proveniente de la sierra para instalar una fuente y establecimos un rudimentario centro de aprendizaje. El Banco Mundial  estaba también en la región, apoyando la instalación eléctrica en la zona. Gracias a ello, pudimos finalmente lograr a través de satélite, la conectividad del centro de aprendizaje. Éramos un grupo de 15 adultos, ingenieros, educadores, enfermeras, constructores, plomeros y electricistas. Convencidos todos que de grano en granito se hace un granero, salimos del país con la convicción de que vale la pena devolver al menos algo, de lo mucho que nos fue dado. Emelyne no sabía leer ni escribir, sin embargo, el impacto de los centros de aprendizaje en las comunidades es prodigioso: hace unos meses recibí el primer correo electrónico de Emelyne. Dice que Theofille aun no vuelve pero que ella lo espera…

 

 

 

 

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