Llegue a Roma y no me esperaba nadie en Fiumicino. Sentí el gozo infinito del viajero que disfruta de la soledad y la aventura. Había hecho reservas en un hotel ubicado cerca de la Vía Veneta, a unos cuantos metros de la embajada americana. Camine hasta la estación de tren para comprar un boleto del aeropuerto a Roma. Oi el silbatazo del tren, pague apresuradamente y me subi de inmediato. Busque asiento en el vagón abarrotado. Me acomode al lado de unos pasajeros dominicanos. El hombre de tez oscura, guayabera de lino y zapatos blancos hablaba sin tregua con su mujer, una frondosa mulata caribeña que alcanzaba ya la cincuentena. Oí sus planes de visitar varias ciudades durante sus días en Italia: Roma, Venecia, Florencia, Nápoles y Pisa. Oi los nombres de los hoteles en donde habían reservado. Oí las recomendaciones de sus amigos. Oi cuanto extraniarian a sus hijos y lo felices que estaban de haberse animado a visitar Europa sin tener un programa fijo de excursiones. Oí que ese día lo dedicarían a dormir, que el segundo día recorrerían usando el metro y visitarían el Coliseo, el Foro, la Piazza del Campidoglio, la Piazza Navona, y otros monumentos de Roma. Oí que ya para el tercer dia rentarían un auto y se aventurarían a ir hasta Sorrento. Yo no planeaba enterarme de tan intimos planes, pero la proxemica del tren y lo atractivo de entender mi lengua materna, termino venciendo mis escrúpulos. Habían pasado ya más de cuarenta y cinco minutos del trayecto y un letrero de Bienvenidos a Viterbo sorprendió a mis vecinos de asiento y a mí mismo. El tren no iba a capital, sino a un pequeño pueblo italiano llamado Viterbo, ubicado al norte de Roma. Tomaremos otro tren, no te preocupes, dijo el dominicano a su mujer, quienes habían cometido el mismo error: “De cualquier forma, aquí todos los caminos conducen a Roma”.
En treinta minutos llegamos a la Termini. Tome un pequeño taxi y me dejo en el hotel. Después de desempacar vi el reloj: Eran las dos de la tarde; me eche a andar por las calles de Roma. Camine por la Scalinata Spagnola saltando los escalones de dos en dos, y de ahí me dirigí sin prisa hasta la Fontana de Trevi, esa alegoría monumental: El dios Neptuno tirando su carro de caballos marinos acompañado de dos figuras representando a la Abundancia y la Salud. Mi rostro agradeció la brisa proveniente de aquella fuente. El calor del verano era infernal en Roma. Los turistas arrojaban las consabidas monedas a la Fontana, esperando encontrar el amor y un pronto retorno a la ciudad eterna. Sentí de pronto el aguijón del hambre. Eran casi las 4 de la tarde y recordé que mi único alimento había sido un sándwich en el avión de Londres a Roma esa mañana. Enfile hacia la esquina de la Piazza di Trevi hasta toparme con un un letrero: Pizzeria di Ars Vivendi. Era un minúsculo restaurant con tres mesas. Pedí una cerveza helada y una pizza margarita. Un televisor colocado en la parte superior del restaurant servía de entretenimiento a los escasos comensales en aquella tarde de Julio. De pronto, un rostro y una voz en la pantalla me sorprendieron: Valerio Massimo Manfredi hablaba de su tema preferido: las rutas comerciales y militares en el mundo antiguo.
Historiador, filosofo, arqueólogo, periodista, escritor, su obra ha sido traducida a 36 idiomas y publicada en 55 países. Tres años antes de mi visita a Roma, Massimo Manfredi visito Monterrey México, en donde conversamos con motivo del lanzamiento de su novela Alexandros, El hijo del sueño. Mi conversación tuvo que ver precisamente con el anécdota de su novela: “Olimpia reina de Macedonia dio a luz a Alexandros mientras su padre, el rey Filipo, estaba en guerra con los tribalos. Fue un niño precioso, sano y fuerte, parecía un dios. Olimpia antes de dar a luz tuvo un sueño en el que una serpiente la poseía y en su vientre se juntaba el semen de la serpiente con el que había dejado Filipo esa misma noche. Fue al santuario de Dodona a consultar su sueño y los sacerdotes le dijeron que esto significaba que el niño que llevaba en el vientre era hijo de Zeus y de ella.” Massimo Manfredi es el gran estudioso del mundo antiguo, y sus implicaciones en la civilización moderna occidental. “Hay espacios huecos en las transiciones históricas que son hasta hoy, inexplicables”, dijo Massimo Manfredi, “después de todo, el tiempo gira y gira en espiral y por tanto, ni el tiempo ni el espacio son necesariamente rectos o lineales, ni todos los caminos conducen a Roma…”
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