lunes, 21 de mayo de 2012

Lo que aprendi de Carlos Fuentes...

Conocí a Carlos Fuentes a mediados del mes de Abril de 1996; el tenia 68 años pero muy bien escondidos. Esbelto y flexible, llegó a nuestro encuentro vistiendo unos jeans ceñidos, una impecable camisa blanca de lino natural que parecía recién salida de la tintorería, unos calcetines rojos que al momento de sentarse y cruzar la pierna, me hicieron sobresaltar; jamás se me hubiera ocurrido contrastar de forma tan violenta, el azul oscuro de los jeans con el color miel de los finos mocasines de cabritilla que llevaba puestos; tenía ya su pelo entrecano, nariz aguileña y una mirada penetrante y aguda, síntoma de una inteligencia plena.

Lo había invitado personalmente a visitar el Tecnológico de Monterrey. Fuentes acababa de publicar La Frontera de Cristal y me pareció una excusa esplendida transmitir una conversación con el escritor, aprovechando la cobertura satelital de la Universidad Virtual cuya señal llegaba a 15 países Latinoamericanos.

Nuestra entrevista dio inicio en punto de las 10:30 de la mañana, ante un gran número de estudiantes, profesores y empleados quienes abarrotaron la sala desde donde transmitíamos; mas de mil quinientos sitios en los diversos países en donde recibían la señal satelital estaban repletos de gente que seguía atenta la transmisión. Estudiantes, profesores, periodistas y público en general, podían enviarme sus preguntas para Carlos Fuentes a través de fibra óptica (video enlace) fax, teléfono o bien, utilizando una intranet que ya para ese año estaba disponible. Llegaron cientos de preguntas y tuve que elegir las más adecuadas y eliminar las que se repetían o redundaban. Las respuestas de Fuentes eran brillantes, asertivas y contundentes. Este evento duró una hora y media y se calcula que asistieron treinta mil personas en los países enlazados, entre ellos, los representantes de los grupos de medios de comunicación más importantes en Latinoamérica; todos querían ver y oír al autor de La región más transparente.

Me reuní con Fuentes posteriormente en varias ocasiones, tal vez tres o cuatro veces más;  el escritor me había preguntado durante su visita, la razón por la cual lo habíamos invitado. Le respondí que era parte de una estrategia de Relaciones Publicas, captar su testimonio así como el de un grupo de líderes mundiales que planeábamos invitar para que atestiguaran y hablaran sobre la Universidad Virtual, proyecto que consistía en usar tecnologías aplicadas a la educación para flexibilizar en tiempo y espacio la oferta educativa, dirigida a estudiantes que de forma tradicional les sería imposible estudiar. Al transmitir una entrevista via satélite lográbamos una gran cobertura de medios y a la vez, posicionábamos la Universidad Virtual en el continente, ya que siendo una “nueva categoría” el reto era enorme: captar alumnos en los países de habla hispana que estuvieran dispuestos a tolerar los retos de aprender por cuenta propia, apoyándose en en tecnologías a veces inestables y que dependían de las facilidades e instalaciones disponibles en cada país.

Al enterarse de la verdadera razón, con gran generosidad se ofreció a ayudarme conectándome con otras figuras célebres y lo cumplió cabalmente.  A través de sus invitaciones, viajé a reunirme con él en la ciudad de Mexico y conocí a muchas figuras destacadas: entre otros, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Rosa Montero, Mario Vargas Llosa, Antonio Skármeta, Germán Dehesa, Juan Goytisolo, Jose Luis Cuevas, Angeles Mastretta. Fue precisamente en una recepción que CONACULTA ofreció a Jose Saramago, premio Nobel de Literatura en aquel año, cuando Carlos Fuentes me presentó al inolvidable narrador portugués. Nuestro encuentro fue fugaz, interrumpido por la avalancha de personas que con libro en mano, buscaban el autógrafo del autor de El Evangelio según Jesucristo. Recuerdo que Saramago intentó buscar inútilmente un bolígrafo entre sus bolsillos. Al verlo, de inmediato saque mi pluma Mont Blanc y se la ofrecí sin dudarlo. No sé cuánto tiempo esperamos Carlos Fuentes y yo a que el escritor firmara veinte o treinta libros. Al concluir,  Saramago abstraído y con gran naturalidad guardó mi pluma en su bolsa interna del saco; me dio pena pedírsela y no hubo más remedio que olvidarme del asunto y participar de la recepción, caminando e interactuando con diferentes grupos de personas, incorporándonos a las conversaciones, tomando algunas  bebidas, disfrutando de los elegantes canapés que meseros con guantes blancos ofrecían a los invitados. Fuentes y Saramago siempre encontraban tiempo para responder a las preguntas de los reporteros y  sonreían ante los flashes de los fotógrafos. Ignoro a qué hora se esfumó Jose Saramago; desapareció de la recepción sin que lo notáramos.

Esa noche al despedirme de Carlos Fuentes, le comente: “Saramago jamás me regresó mi pluma”; “ah caray, seguramente se le olvido, qué tipo de pluma era?” me preguntó. “Era una pluma Mont Blanc negra con filo de oro” respondí. Sonriendo me dijo: “mira Luis: en primer lugar, las plumas no se prestan, porque son objetos personales. En segundo lugar, siempre que salgas de un hotel, agarra una pluma de plástico de esas que colocan en los burós y colócala siempre en tu bolsillo; te sacará de muchos apuros. Y finalmente, el día en que llegues a prestar una pluma Mont Blanc, separa la pluma de la tapa y presta solamente la parte inferior, aquella que sirve para escribir, y conserva siempre la tapa de la pluma en tu mano; cuando veas que ha terminado de usarla, le muestras la tapa y la persona entenderá de inmediato que es el momento de regresarla”. Hasta el día de hoy tengo muy presente la lección que me dio Carlos Fuentes, pero recuerdo más su generosidad y sobre todo, la obra prolífica y magistral que lo coloca como escritor universal que llevó a México al mundo y que trajo el mundo a México. Descanse en paz…

 

 

 

 

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