domingo, 21 de febrero de 2010

Suite 600

Llegué a Knoxville, Tennessee en el vuelo 2052 de Delta a las 11:45 pm y no me esperaba nadie. Al salir del aeropuerto a tomar un taxi, la navaja del viento invernal me cortó la cara; era una medianoche helada y caían gruesos copos de nieve como hojuelas blancas sobre el asfalto húmedo. El taxista, un hombre de edad mediana olía a cigarro y sus dientes eran amarillentos; traía el pelo largo lleno de canas y un bigote mal cortado; vi sus manos sucias y las uñas largas asidas al volante.“ A dónde lo llevo? Me pregunto; “al Sheraton Cumberland” respondí. El taxista salió del aeropuerto, atrás quedaron las luces y una boca de lobo nos abrió las fauces; era una noche sin estrellas y por ambos lados del camino, las hileras de árboles secos cubiertos de nieve, parecían decirme adiós con sus pañuelos blancos.

No hubo conversación entre nosotros, a lo lejos las luces anticipaban un pueblo pequeño y adormilado; Después de unos veinte minutos, llegamos al hotel, y al estacionar el auto, el taxista me dijo: “son treinta dólares” y sin esperar respuesta abrió su portezuela para bajar mi maleta; saquee mi cartera y hasta entonces me di cuenta que traía solamente varios billetes de cien dólares. “Tiene usted cambio?” le pregunté. “Por supuesto que no” respondió de mala gana el hombre. “Espéreme aquí por favor” respondí con preocupación, sabiendo que sería difícil a esa hora encontrar a alguien dispuesto a cambiar un billete. Al entrar al lobby del Hotel Sheraton, las puertas se abrieron automáticamente, de par en par.

“Buenas noches, Sr. Alvarado” me dijo el recepcionista, un hombre joven, de unos veinticinco años, vestido con una camisa, corbata y chaleco blancos; vi su mirada, intensamente azul, brillante y límpida. Su nariz regular y su tono de piel blanquísimas le daban un aire europeo, pero era difícil identificar su nacionalidad, por su acento neutro y educado. “Tiene usted cambio de un billete de cien dólares?” le pregunte con timidez. El recepcionista sonrió con naturalidad y dijo: “Claro que sí, cuanto necesita pagar al taxista?”. “Treinta dólares”, respondí y le extendí el billete y a la vez aquel hombre me entrego cuatro billetes de veinte dólares y dos billetes de a diez. Salí y pague al taxista que tomo de mala gana el dinero, sin decirme adiós ni gracias, y arrancó el auto, perdiéndose en la oscuridad de la noche.

“Le daré una junior suite en el piso ejecutivo” dijo el joven de la recepción al verme entrar. ¿Está cansado? “ si, respondí, muy cansado y con hambre”. “En su suite encontrara una manzana, eso le calmará el hambre” respondió sonriente el recepcionista y me entregó un sobre, poniéndolo sobre el mostrador de mármol. “Listo, Sr. Alvarado, que descanse; ¿desea que le llamemos mañana para despertarle?” Si, respondí, a las 6 de la mañana”. “Le he asignado la suite 600, el ascensor esta a la derecha”  y me indico con su mano extendida, una mano blanca con uñas cortas e impecablemente limpias. Agarré mi maleta de inmediato y me dirigí al ascensor. Al aplastar el botón número seis me di cuenta que el sobre que me había entregado el hombre, donde pensé que estaría la llave de la habitación, estaba vacío. Abrí la puerta del ascensor y me devolví a la recepción. El reloj de la pared marcaba las doce y veinte de la noche.

Una joven rubia muy sonriente, de pelo lacio y cara redonda me sonrió atrás del mostrador de la recepción. “Disculpe, su compañero no me dio la llave de mi habitación, la número 600” le dije de inmediato.” ¿Cómo? ¿Cual compañero? Estoy yo sola, estaba trabajando en la oficina y no lo vi entrar. Tiene usted reservación? ¿Cual es su nombre?” me pregunto la mujer.  “ Mi nombre es Luis Alvarado y su colega  me asignó ya la habitación número 600” dijo un tanto impaciente. “A ver, déjeme ver”, respondió la rubia. “ Para empezar, no tengo ningún compañero esta noche y usted tiene una reserva con tarifa regular; el sexto piso es el piso de suites ejecutivas, y el costo es obviamente mayor” replicó la joven. “Un hombre joven que estaba aquí cuando entre, me asignó la número 600” respondí ya molesto. “Le repito que estoy sola en este turno; no hay nadie más en recepción ni en la oficina” dijo la mujer también en tono molesto.” Sin embargo, le daré el upgrade, hay pocos huéspedes y la suite 600 está disponible para usted por estas dos noches” me dijo sonriente. Subí al sexto piso y al abrir la puerta de mi habitación, sobre el escritorio encontré una manzana  roja, en un plato blanco. La tome, la lavé y mientras comía revise mi cartera; ahí estaban los setenta dólares de cambio. Esa noche, dormí con placidez y al día siguiente, recibí la llamada del despertador a las seis…

 

 

 

 

 

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