Y me he quedado solo, sin despegar los labios, en mi sitio.
Leon Felipe.
Esta semana he hojeado con nostalgia un álbum de fotos que guardo celosamente en mi oficina; este álbum registra un fragmento de mi vida profesional en México, específicamente el período comprendido entre 1995 y 2003, años en los que tuve el privilegio de entrevistar y conversar con reconocidos líderes mundiales, y transmitir esas conversaciones via satélite a los sitios de recepción de las sedes de la universidad virtual en America Latina, buscando enriquecer los contenidos de las clases de nuestros alumnos y poniéndolos en contacto con esos grandes pensadores a través de diversos medios de interacción. Me dio escalofrío ver algunos rostros sonrientes y triunfales de esas celebridades; muchos de ellos tuvieron en aquellos años poder, fama, fortuna, disfrutaban del elogio, de las mejores amistades y de los contactos más influyentes, y en un parpadeo se vieron arrastrados al exilio, la cárcel o la muerte. He llegado al final de 2011 con una conclusión: La vida es frágil y transitoria, nada es definitivo ni permanente; lo único cierto en nuestra existencia es el cambio.
Aplicando este principio a nivel macro, los acontecimientos ocurridos en este año que lo confirman: Las antiguas potencias del mundo han sido insuficientes en 2011. Las imágenes más escalofriantes son las de los tiranos caídos: Mubarak y Gadafi. Asimismo, ha causado conmoción la evidencia del alto índice del desempleo y la pobreza en la que vive una vasta mayoría americana. Fue también en este año que Standard & Poor's, una de las fuertes agencias de rating, le quitó la máxima clasificación triple A a la deuda de EE UU. Este año nos hizo ver lo nunca visto: Una oleada revolucionaria ha quebrado los cimientos del poder. Las generaciones conformistas habituadas a los años de abundancia se han convertido en agitadores indignados que han ocupado calles y plazas desde Europa hasta Estados Unidos como no se había visto desde 1968. Estados Unidos ha ido dando una y otra vez con los límites de su fuerza dividida por un bloqueo institucional que impide recortar su déficit e impulsar la creación de puestos de trabajo.
Nunca antes podíamos sospechar que la aceleración pudiera tener explicaciones tecnológicas. Es lo que sostienen muchos expertos, apoyados en el papel que han jugado los teléfonos móviles y las tecnologías digitales en estos terremotos políticos. Las redes sociales, Twitter y Facebook sobre todo, han estallado en número de usuarios y en relevancia en todos los ámbitos, pero han destacado como instrumentos de organización y comunicación viral en los movimientos de los indignados y en las revueltas árabes. También ha sido el año de la transparencia; aunque la publicación de los papeles del departamento de Estado por Wikileaks se inició el año anterior, el 29 de noviembre, sus efectos y secuelas, incluidos los que ha tenido sobre la primavera árabe, pertenecen a 2011; la filtración protagonizada por la cadena de televisión catarí Al Yazira dinamitó lo poco que quedaba del proceso de paz entre israelíes y palestinos. Un mayor acceso a las informaciones y un incremento de la conectividad, debidos ambos a la tecnología, no pueden pasar sin consecuencias. El mundo de 2011 es especialmente eficaz en comunicaciones y los efectos sobre las opiniones públicas y las nuevas generaciones, en los nativos digitales ante todo, son fulminantes.
La tecnología jamás ha sido neutral. Puede servir para hacer revoluciones y para sofocarlas, para mejorar la democracia o para liquidarla. Una guerra silenciosa y subrepticia, que puede suceder y vencerse sin que nadie lo perciba, se ha ido situando este año en el centro de la actividad militar. Estados Unidos, mientras completa su retirada de tropas de Irak y prepara la salida de Afganistán, incrementa su actividad sigilosa en la región, incluida una guerra secreta contra Irán para obstaculizar su ascenso armamentístico y sus ambiciones atómicas. El despliegue tecnológico y el repliegue geoestratégico son la cara y la cruz de los Estados Unidos, desgastado por el decenio de guerra global contra el terror y carcomido por el peso de la deuda y del déficit público.
2012 es un año de redefinición. Muchos conceptos útiles hasta 2011 no sirven a partir de ahora; todo indica que ha terminado mucho más que una época. Cerré mi álbum de fotos y busqué sobreponerme a mis reflexiones, intentando vencer mis ganas de llorar, en la soledad de mi oficina, conmovido ante lo mucho que la vida cambia; suspiré hondo y dije en silencio, imitando la frase famoso coronel, personaje de Garcia Marquez en su novela El Coronel no tiene quien le escriba: “Ah, a pesar de todo, la vida es la mejor cosa que se ha inventado”. Sin embargo, a la hora de escribir este artículo, he decidido corregir la frase del coronel: en 2012 es necesario es ir más allá: lo mejor de la vida es nuestra capacidad de soñar para reinventarla, y debemos empezar por reinventarnos a nosotros mismos, así, callados y sin avisar, que es como mejor suceden estas cosas.