lunes, 12 de septiembre de 2011

The American Dream

La brisa sopló y parecía que unas a otras, las ramas de las palmeras se acariciaban ante el rumor del viento; allá arriba, un cielo intensamente azul era testigo del encuentro de nubes blancas que viajaban de norte a sur. Doblamos a la derecha y entramos al desarrollo habitacional que iniciaba con dos cascadas amplias y generosas, una de cada lado de la acera y continuaba con una inmensa fuente de agua cristalina; al igual que otros diez o tal vez doce desarrollos que habíamos visitado previamente, las casas estaban ubicadas a la orilla de los lagos  y las áreas verdes circunvecinas estaban recortadas impecablemente. Andrew le dijo al vigilante de la caseta de seguridad: “estamos aquí para visitar la casa del Señor Rubín”. “Permítame” respondió el afroamericano mostrando unos dientes blanquísimos; alto y delgado llevaba un uniforme color kaki planchado meticulosamente; con gesto solícito revisó en su computadora y lo llamó de inmediato; “déjelos pasar” dijo el Señor Rubín, con su inconfundible acento neoyorkino. “Su código?” interrogó el guardia’ “6894” respondió de inmediato el Sr. Rubín. “Me permiten su identificación?” nos dijo el vigilante. Andrew y yo le dimos nuestras credenciales de conducir; después de tomar nota, las devolvió junto con un permiso de estacionamiento; Andrew aceleró su Boxter convertible color rojo, al tiempo que el guardia levantaba la plumilla de de acceso.

La casa estaba ubicada en una esquina; “Esta casa tiene más terreno que el resto de casas de la cuadra, y tiene además seis palmeras reales: cinco al lado y una al frente; tiene además  muchas mejoras que incrementan el valor: el propietario hizo recientemente una renovación completa de la cocina y los baños y contrató a un decorador profesional para que diseñara cortinajes, lámparas y además mandó pintar las habitaciones con diversos temas; el baño de la recamara principal tiene jacuzzi. La cristalería de las lámparas y las telas que usaron para las cortinas son importadas; creo que la Sra. Rubín las mandó traer de Italia, explicaba Andrew mientras tocaba el timbre. El Sr. Rubín abrió la puerta y sonriente nos extendió su mano y dijo:”Hola, mucho gusto, soy Eric Rubín, pasen”.  Eric era blanco, pelirrojo, bajo de estatura y ancho de espaldas; traía un cargo short color verde militar y una playera gris de cuello en V; descalzo y con el pelo húmedo, parecía recién bañado.

Empezamos a recorrer la casa y efectivamente, comprobé la información que mencionó Andrew, el agente de bienes raíces. Era una casa espaciosa: cuatro recámaras, una amplísima sala, un comedor, una cocina blanca y equipada, una barra con azulejos rústicos color acre, altos bancos beige con lunares diminutos color blanco rodeaban la cocina y separaban esta área de la estancia, patio y jardín. Los pisos y alfombras eran color blanco y lucían impecables; las paredes exhibían cuadros de gusto excepcional. Había esculturas de bronce colocadas en la casa, muebles de sala y comedor de madera finamente talladas. Ante el dintel de cada puerta, en cada habitación, había pequeñas mezuzahs, que evidenciaban el origen judío de la familia. Eric nos explicó que la principal razón por la que deseaba vender esa casa era porque su esposa estaba embarazada y el espacio resultaba insuficiente para una familia de cinco miembros; sin embargo, planeaba comprar una casa más amplia, dentro del mismo desarrollo habitacional. “No nos queremos ir de aquí; los vecinos son muy amables y hemos logrado hacer un buen circulo de amigos”, agregó sonriente. Al terminar el recorrido, Andrew y yo empezamos a negociar el precio y a determinar probable fecha en la que podría entregar la casa, en caso de que yo decidiera comprarla. Finalmente, prometimos a Eric que esa tarde, antes de las cinco, haríamos la oferta.

Tenía yo apenas unos cuantos días de haber ingresado al país; había llegado con una visa de trabajo que se vencería en once meses y dos semanas. Ignoraba cuanto tiempo me tomaría gestionar la residencia y el procedimiento para obtenerla. Andrew, el agente de bienes raíces era amigo de mi jefe, éste le había pedido que me ayudara a adquirir una casa; en mis adentros dudaba de la cordura de esta idea y pensaba que sería materialmente imposible lograr que un Banco me otorgara un crédito tan alto para pagar la casa. No contaba con historial crediticio en este país. “Seguramente me pedirán comprobantes de pago” y aun no recibo ni siquiera mi primer sueldo. Andrew se rio de buena gana cuando externé estas preocupaciones  y afirmó con la certeza: “Dont worry, only in America, Luis” y así fue: en una semana el Banco me otorgó la hipoteca sin verificar realmente mi ingreso, sin que hubiera evidencia de mi solvencia económica, sin contar con un record de crédito, obviamente sin tener la residencia permanente y además, se logró la gran excepción de requerir que pagara solamente el 10% del costo total de la propiedad como enganche, cuando a los extranjeros se pide normalmente el 25% del valor total como primer pago.

Ocho años después, las cosas han cambiado radicalmente en este país: la batalla para exigir responsabilidades a Wall Street por el fiasco de las hipotecas-basura cobró nueva dimensión. La Agencia Federal de la Vivienda presentó una demanda multimillonaria en la que acusa a Bank of America, JP Morgan Chase, Deutsche Bank, HSBC, Barclays, Citigroup, Nomura y otros grandes grupos financieros de provocar pérdidas de 41.000 millones de dólares a las dos entidades prestamistas públicas Freddie Mac y Fannie Mae tras venderles hipotecas de dudosa calidad por valor de 179.000 millones de dólares. Los graves problemas con las hipotecas están en el corazón del colapso financiero. La agencia considera que los bancos faltaron a su obligación de comprobar la calidad de los activos que colocaban en el mercado y fallaron al ver que los hipotecados estaban aportando pruebas falsas o exageraron sus ingresos para hacerse de los préstamos. Eso provocó que la deuda vinculada a las hipotecas perdiera más rápido su valor cuando se retrasaron en los pagos. El argumento para el ataque legal es conocido, y es quizás la única vía por la que el regulador puede exigir algún tipo de responsabilidad a Wall Street por los excesos durante los años del boom inmobiliario.

El proceso para restaurar la confianza en la banca será lento. Desde la asociación bancaria se teme que los continuos procesos legales sigan creando incertidumbre y eche para atrás a las entidades a la hora de conceder determinados préstamos. No lo piensan así las organizaciones que protegen al consumidor, que dicen era hora que los reguladores busquen justicia. Relacionado con el fiasco hipotecario, la Reserva Federal inició una acción contra Goldman Sachs por las prácticas de su antigua filial Litton Loan Services en el proceso de embargo de viviendas. El banco central estadounidense, que vigila a las grandes firmas financieras del país, le advierte de que esta conducta puede ser objeto de reprimenda financiera. Wall Street se plantea el siguiente debate: con una economía y un mercado de la vivienda tan vulnerables, ¿es conveniente reforzar esta batalla legal? Sobre todo cuando la Casa Blanca trata de definir un plan que le permita, con la ayuda de los bancos, contener la degradación del sector inmobiliario, que no termina de tocar fondo tras cuatro años de contracción en las ventas y en los precios. Lamentablemente para muchos, estos pleitos han ocurrido demasiado tarde y el sueño americano de contar con casa propia, a raíz del desplome hipotecario, se convirtió en pesadilla…

 

 

 

 

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