lunes, 28 de noviembre de 2011

Doy gracias.

En estos días de asueto, con motivo de las fiestas del Día de Gracias he tenido la oportunidad de reflexionar y ver en perspectiva que momentos han sido fundamentales en mi vida, por los cuales yo daría las gracias; entre varios, identifico dos: el día en que empecé a leer, gracias al esfuerzo y enseñanza de mi abuela y el día en que mi madre me regaló una maleta.

 

Leer me pareció desde el principio un acto de magia: repentinamente, a la edad de cinco años, los signos cobraron vida y se transformaron en una realidad completamente distinta a la mía; leer era internarme por laberintos que me conducían a mundos desconocidos, lejanos y exóticos; inicie mis lecturas con libros de viajes: leí a Marco Polo, a Jules Verne, a Virgilio y a Homero; las historias fabulosas que ahí se me presentaban hacían que cerrara mis ojos y huyera de aquel minúsculo pueblo donde yo vivía. La lectura me trasladaba con alas hasta aquellos sitios y me deleitaba imaginándome navegar entre aguas furiosas o volar entre aquel cielo límpido, en medio de nubes de algodón blanco.

 

Posteriormente, me incliné por la poesía; leí Poemas de Garcia Lorca, Neruda, Mistral, Darío, Whitman, Rimbaud, Asis, Peza y muchos otros; mi abuela se encargó de que a través de la poesía, pudiera recorrer diversos continentes y tiempos históricos. Fue la lectura en definitiva, lo que años mas tarde, cuando aprendí a escribir, impulsó la idea de plasmar en textos, muchas de las vivencias que ahora atesoro; fue el prodigio de la lectura lo que motivó mi afán de escribir, para exorcizar los fantasmas que continuamente me rondan; la lectura ha sido el motor de mi escritura y mi salvación de la esquizofrenia.

 

El segundo momento trascendente en mi vida, fue a los 17 años, cuando vi a mi madre llegar a mi casa con una maleta; era una maleta de plástico gris, con un gran cierre metálico color cobre. “Toma” me dijo, “vas a necesitarla muy pronto ahora que te vayas a estudiar fuera”.  Tomé aquella maleta con algo de enfado: era una maleta barata,  que seguramente mi madre  había comprado en el mercado del pueblo. Al ver mi rostro, mi madre me dijo: “ya sé que no te gusta, pero es todo lo que podía yo comprar”. A los pocos meses, empaqué mi ropa, la metí en aquella maleta y tome un autobús que me llevaría a Monterrey.

 

Después de terminar la carrera empecé a trabajar y decidí darle a mi madre un regalo de Navidad; orgullosamente le entregué un cheque por quinientos pesos. Justamente en aquellos días, empacaba yo mis cosas porque había recibido una beca para estudiar la maestría en Estados Unidos. Antes de despedirme mi madre me dijo: “Te tengo un regalo” y me entregó una preciosa maleta Samsonite con mis iniciales.  Años más tarde supe que ella había gastado los quinientos pesos para comprarme aquel regalo. Más que las maletas, mi madre me dio su bendición para que yo buscara mi propio camino. He volado en esta vida gracias a su inspiración. Aquel mundo que leí e imaginé de niño de la mano de mi abuela, cobró sentido el día en que empecé a viajar y a caminar esta larga jornada de la vida. En estos días, recuerdo con emoción esos momentos y les doy las gracias… 

 

 

 

 

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