domingo, 11 de diciembre de 2011

Mujeres...pésele a quien le pese.

Este próximo lunes tendremos la ceremonia de graduación de nuestro programa de certificados internacionales en Miami; durante el fin de semana revisé proyectos, exámenes, y finalmente estuve calculando promedios y notas finales. Noté el nivel de excelencia de las alumnas, que en términos generales, obtuvieron mejores notas que los alumnos. Cada vez son más las mujeres que optan por títulos universitarios, cargos políticos o liderazgo en empresas. En los últimos 30 años, las mujeres latinoamericanas han aumentado su participación laboral de un 35% en 1980 a un 53% en 2007, según cifras del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

A primera vista sorprende, pero no es difícil comprender por qué una región tan entregada a los caudillos tiene también una amplia participación femenina en la política, la literatura y la cultura de América Latina. Y la lucha contracorriente de las mujeres latinoamericanas no es un fenómeno reciente. "Opinión, ninguna gana / puyes la que más se recata / si no os admite, es ingrata, / y si os admite, es liviana", escribió a los hombres una airada sor Juana Inés de la Cruz en sus famosas Redondillas.

No se concibe América Latina sin los versos de Gabriela Mistral; sin la crónica de Elena Poniatowska; sin los trazos de Frida Kahlo; sin la determinación de Josefa Ortiz de Domínguez, Eva Duarte de Perón o Violeta Barrios de Chamorro. La presencia de la mujer en la vida política, económica, cultural y social de América Latina ha ocupado un sitio especial e influyente a través de los siglos.

El avance de la mujer es evidente. La desilusión y los embates del machismo no han desanimado los impulsos artísticos de las latinoamericanas. Más bien al contrario. La mexicana Elena Garro, primera esposa de Octavio Paz, es considerada una de las mejores escritoras del país. Su novela Los recuerdos del porvenir es comparada con el laureado Pedro Páramo de Juan Rulfo. Sin embargo, el reconocimiento no lo recibió en vida. Su divorcio de Paz en 1959 la relegó de la comunidad literaria mexicana. Murió en bancarrota, a los 77 años, en la casa de Cuernavaca donde vivía con su hija y 37 gatos.

Hay dolor, pero también dignidad, detrás del mejor arte y pensamiento latinoamericanos producidos por mujeres. La poeta uruguaya Juana de Ibarbourou murió en 1979 tras una vida marcada por la violencia doméstica, la adicción a la morfina y las penurias económicas. La pintora Frida Kahlo era criticada en su tiempo por elegir un formato pequeño en la época de los grandes muralistas mexicanos. Su frágil salud, su anhelo frustrado por ser madre y las incontables infidelidades de Diego Rivera inspiraron algunas de sus obras más aplaudidas, pero también más desgarradoras.

En equidad aún queda mucho camino por recorrer. Pese a todo, la mujer latinoamericana no agacha la cabeza. La guerra, en algunos casos, ha propiciado la aparición de líderes y activistas como Rigoberta Menchú en Guatemala o Ana Córdoba en Colombia, asesinada en junio pasado en Medellín. Solamente la muerte pudo impedir que continuara exigiendo justicia por la muerte violenta de su esposo y dos de sus hijos. Y no debe de sorprender, si en Latinoamérica es la mujer quien trabaja la tierra, la que defiende a los suyos y la que no se calla ante la injusticia. Me llena de satisfacción escribir estas líneas y reconocer que la mujer latinoamericana camina con paso firme, pésele a quien le pese.

 

 

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