La sensación de aparecido sobrenatural que tuve al verlo repentinamente frente a mí, se desvaneció cuando el escritor extendió su mano y me dijo sonriente: “Luisito el cumbiambero, no sé que le diste a Margarita, que te menciona tanto”. Se sentó con nosotros y yo miré mi reloj: eran las 7:45 de la mañana; a través de la ventana vi que el tráfico empezaba a ser denso en aquella zona. “Tráigame un café” le dijo Gabo al mesero escuálido; se lo tomó de un sorbo y exclamó: “así que te dedicas a la educación”. “Sí maestro, me dedico a la educación a distancia, apoyada en tecnología. Contamos con un sistema en quince países del continente donde nuestros alumnos reciben nuestros programas educativos, via satélite; los alumnos ven al profesor en la pantalla del televisor y pueden hacerle preguntas a través de una red de comunicación, de una intranet.” “Explícame un poco más, me dijo, quieres decir que los muchachos pueden ver al profesor, pero éste no puede verlos cuando dicta su clase?” . Así es, afirmé; sin embargo, los muchachos pueden contactarlo a través de su computadora. “Hum –exclamó Gabo ¿y el apapacho, qué?”
Por dentro, sentí que debía darle un giro en esa conversación que no me conducía a ningún destino, sin embargo, decidí continuar y explicarle la propuesta: “maestro, la idea que tenemos en el Tec de Monterrey es utilizar nuestra experiencia en el uso de tecnología y la red instalada de sitios de recepción que tenemos en Latinoamérica, asimismo, buscar el apoyo y los recursos financieros del Instituto del Banco Mundial y con ustedes, aprovechar los excelentes profesores de su Fundación; la idea es establecer un acuerdo entre las tres instituciones con el fin de ofrecer capacitación a los periodistas de este continente en dos áreas fundamentales: usar la tecnología para apoyar su labor periodística, y fomentar la ética. Estoy enterado que su Fundación capacita semestralmente a treinta periodistas que viajan desde sus países hasta Cartagena; a través de nuestra alianza podríamos desarrollar una serie de seminarios, ofrecerlos via satélite y capacitar semestralmente a unos mil periodistas en los quince países del continente en donde tenemos presencia; serian los profesores de la Fundación, en vez de los alumnos, los que tendrían que viajar a Monterrey y desde aquí transmitiríamos las clases. Podemos también entrenar a periodistas experimentados en cada sitio de recepción, para que sean facilitadores, para que apoyen y como usted dice “apapachen” a los alumnos. Detuve un momento mi discurso y me enterré en la mirada de Gabo: veía claramente en sus ojos la duda; podía notar que la propuesta no le convencía del todo.
Asumiendo mi condición de náufrago, busqué auxilio en los ojos de mi aliada, la princesa de las entrañas tiernas; no lo dije, pero lo pensé, “dime por dónde debo navegar para convencer a Gabo “ ; ella recibió el mensaje y con su sonrisa cautivadora me dio nuevos ánimos para seguir entre los intrincados laberintos del cabildeo. El silencio hosco de Gabo pesaba en mí, como una nube de agua. Mi reloj marcaba las 8 de la mañana cuando oímos repentinamente aquel ruido, como una explosión de dinamita que sobresaltó a todos los que tomábamos café aquella mañana en el Hotel Intercontinental; allá afuera, un auto embistió a otro y lo golpeó con tal fuerza lo hizo incrustar en un flanco del hotel. “Quién iba a decirlo” exclamó Margarita, siempre optimista: este es el presagio de la buena fortuna; dos autos que se estampan, es el símbolo de amigos que se topan, que se encuentran: y aquí estamos, Luis el negrito cumbiambero y nosotros! Gabo y los Jaimes rieron de buena gana ante la ocurrencia de la mulata, quien hábilmente aprovechó el momento para exclamar: “los sedimentos del café ya tomaron su tiempo, negro, asi que déjame leer tu suerte y tu destino”.
“Con tu sonrisa eres capaz de desarmar a tu enemigo más fiero y en esta vida has preferido sonreír, aunque tu realidad algunas veces sea más siniestra que una pesadilla. Naciste Tauro, y te trastornan los primordiales deleites de la vida: la cama, la mesa y la buena conversación; estas hecho para mandar y un suspiro tuyo por imperceptible que sea, es muy respetado por tu gente. Eres poeta, porque la poesía para ti, es sinónimo de clarividencia. Te gusta soñar, y hasta te sueñas soñando; con tu sonrisa lograrás cosas que no han sido, porque además tienes un ángel de alas grandes y ese ángel te acompaña a donde vas. Hoy viajas con viento a favor, y a ese viento se le llama, el vuelo de la gracia”. Y zafándose un anillo en forma de serpiente egipcia que llevaba en su dedo anular, Margarita concluyó su lectura diciendo: toma este anillo, negrito, y me lo devuelves en tu primer viaje a Cartagena. Jaime, su esposo me miró a los ojos con complicidad y simpatía; sonriendo me dijo: ”Ya oíste, Luisito? Margarita te comprometió a venir a Colombia” y antes de que terminara la frase, Gabo que había permanecido en silencio pero muy atento a la lectura de café de Margarita, me dijo “me parece una idea magnifica; ¿por qué no vienes a Cartagena la próxima semana? Allá en la ciudad vieja hablaremos del plan ese, que traes entre manos; ya me di cuenta que eres un perro que no suelta su hueso y no va a ser fácil deshacerme de ti; “Jaime, ¿cómo haremos para que Luisito ya no piense tanto? Jaime se encogió de hombros y sonrió, moviendo la cabeza de un lado a otro, como respuesta . Gabo puntualizó: “bueno, allá nos vemos y Jaimito mi hermano, que es ingeniero contratista, que se haga cargo del asunto”.
No hubo más comentarios; nos levantamos de la mesa y nos encaminamos hacia el lobby del hotel. Por dentro yo quería estallar de júbilo, pero me controlé; a partir de la lectura del café, Gabo, bajó la guardia conmigo y empezó a tratarme con una familiaridad que me sorprendía agradablemente; empezamos a caminar muy despacio, conversando animadamente, mientras los Jaimes y Margarita caminaban atrás de nosotros. Al llegar a la recepción, y para sellar nuestro encuentro, nos tomamos una foto, yo me coloqué en medio de los hermanos Garcia Marquez; Margarita tomó la foto y dijo; al que está enmedio lo invitaremos a rumbear, para que viva como Dios manda una noche cartaginera, lo montaremos en una chiva a tomar aguardiente y tragos de ron. Avanzamos hasta llegar al lobby y de repente vimos que se abrieron las puertas del ascensor y de ahí salió una mujer de piel muy blanca, con el pelo enrojecido por un tinte inmisericorde y abombado por un crepe generoso; esbelta y vivaz, a pesar de andar por la tardía cincuentena, nos lanzó una mirada felina y en una mezcla de estupor y asombro, dijo casi gritando: “Ay Dios mío, es Gabriel Garcia Marquez, maestro lo he estado buscando en los últimos veinte años”. Al oírla, Gabo respondió: “Huy, señora, yo he hecho lo mismo en los últimos setenta y dos, y no lo he logrado”. Sin decir mas, Gabo y yo nos dimos un abrazo y sentí su corazón de macho palpitar junto al mío; sentí la tibieza de su aura y el fluir de su sangre; “nos vemos en Cartagena, negro” me dijo quedito, en el oído e inmediatamente después, entró en el ascensor y las puertas se cerraron. En el lobby continuaban conversando animadamente los Jaimes; me despedi sabiendo que nos reuniríamos en unos días y que ése era solo el inicio de una serie de viajes, que me llevarían a conocer a fondo el mundo Macondiano. Al ver a Margarita, utilicé la misma frase de Gabo: “y el apapacho, qué?” y nos fundimos en un abrazo de cómplices sabiendo que eso seriamos, por el resto de nuestros días.