lunes, 13 de mayo de 2013

Homenaje al projimo...

Por un momento me quede impávido: ahí estaba el poeta que yo había estado leyendo por años; pasé saliva y le expliqué el motivo de la llamada y me dijo sin reservas: ”acepto su invitación con mucho gusto; me gusta compartir con los jóvenes. Ellos al igual que yo, experimentamos emociones que, como el mismo lenguaje, son íntimas y son de todos; y fíjese usted: nunca me he propuesto adoctrinar, iluminar o edificar a nadie, sino que mis poemas comparten mis ideas, preocupaciones y, por qué no decirlo? mis obsesiones, sensaciones y mis afectos; me gusta que juntos, los jóvenes y yo podamos vislumbrar la adivinación de realidades entrevistas, que son la faz oculta de nuestro vivir cotidiano.” Maestro -me atreví a interrumpirlo: “cómo logra en sus textos, ser conciso y a la vez, ameno?” “Bueno, mire usted -agregó Paz- yo no soy novelista, y me resigno, diciéndome: ya que no puedo ser torrente ni cascada, debo lograr que mi prosa sea al menos, “agua potable”. Al concluir su respuesta, estalló en carcajadas y yo lo acompañé de buena gana y aprovechando la sencillez de su respuesta, pregunté: “lee usted lo que escribe?”. Paz respondió sin pensarlo mucho: “El autor es el primer lector de sus escritos y eso lo obliga a cierta exigencia íntima; yo divido a los escritores en dos familias: aquellos que saben leerse y los otros que jamás leen lo que acaban de escribir. Desconfío de los segundos, por mas geniales que sean. Nadie puede estar seguro de lo que dice; -y me dijo de pronto, bajando la voz- esta llamada está siendo ya muy larga y debo colgar, me están pidiendo que baje a cenar – déjeme hacerle una pequeña confesión: escribir para mí ha sido cultivar uno de mis placeres favoritos: la conversación. Cuando escribo, converso conmigo mismo; yo soy esa persona que es mi diario interlocutor y a la vez, un desconocido.

 

Después de terminar la llamada, salí de Sanborns y me di cuenta que había dejado de llover; caminé sin prisa hasta llegar al auto que me esperaba; me subí y saqué un cuaderno de mi portafolios para tomar algunas notas de mi conversación con el Maestro Paz y que aún hoy conservo como tesoro; durante el trayecto de regreso a Querétaro, solo una idea rondaba por mi cabeza: volver a llamarle, para confirmar la fecha de su viaje, volver a conectar con él para hacerle algunas otras preguntas, que como mariposas revoloteaban sobre mi cabeza; “cuando escribo, converso conmigo” era la frase de Paz que deambulaba y me obsesionaba. Es verdad, -me dije- nada como una conversación. La noche habia extendido su negro manto sobre la autopista; asomé mi cabeza por la ventanilla del auto; alla arriba, una constelacion de estrellas acampaba en el cielo oscuro; pensé que estaban en una franca conversación y que acá abajo, yo era un pobre mortal que intentaba inutilmente descifrar los mensajes de aquel diálogo entre estrellas.

 

Tres semanas más tarde, lo llamé nuevamente para confirmarle el día y la fecha del estreno del recital poético; marqué su número y al contestar noté de inmediato que esta vez su voz sonaba opaca; “Maestro? Habla Luis Alvarado del Tec de Monterrey nuevamente; llamo para confirmar la fecha y hora del recital; desea que enviemos un auto y chofer a México, ese día, para recogerlo y trasladarlo a Querétaro?” –inquirí. “Profesor, que bueno que me llama –dijo. Lamentablemente no podré acudir. La no invitada, la enfermedad ha tocado a mi puerta; abrí y ella sin decirme nada, me miró con una mirada que me traspasó y que no puedo definir. Los médicos están buscando descifrar esa mirada pero yo me siento herido de muerte; el sufrimiento no es una palabra sino una realidad tangible que se aleja en momentos, para regresar en otros, con más saña; el daño, las punzadas y los clavos son materiales e incorpóreos. Los siente el cuerpo pero no puede tocarlos. El mal no viene de fuera, sino de adentro de mí mismo. Soy yo mismo el que sufre y el que me hace sufrir. El dolor me ha devuelto a mí mismo y me ha entregado a mi propio enemigo.” Se hizo un silencio y en esa pausa, entendí que una puerta de comprensión se había abierto entre nosotros; desde ese día, pienso que la prueba máxima de amor o amistad es la participación del sufrimiento de otro. El Maestro Paz sobrevivió a una seria operación del corazón y murió doce años más tarde; su poesía jamás me será indiferente;  estos diálogos con él y mi lectura devocional y ferviente de su obra completa, han fincado en mí, la idea de querer vivir conmigo cada día más, de internarme de una vez y para siempre en un laberinto de soledad que es entre otras cosas, mi mejor homenaje al prójimo…   

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario