Vamos niños, al Sagrario
que Jesus llorando esta
pero viendo tanto niño
muy contento se pondrá...
Taaan, taaan, taaan..."Están llamando a misa de ocho, creo que ya es la segunda llamada, apura el paso Luisito, muévete". Mi madre le había advertido ese domingo al salir de casa: “no sueltes al niño; llévalo siempre de la mano” y así lo hizo mi nana Joaquina; asido a su mano que me apretaba como un garfio cruzamos la calle y entramos de puntillas a la iglesia; la nana se cubrió con un rebozo negro la cabeza; la misa estaba empezando. Aquel hombre de sotana negra y la casulla blanca que estaba en el altar, me dejo impávido. Nunca le vi la cara; estaba colocado de espaldas de frente al sagrario y hablaba un idioma que no entendía. Sentado en la primera fila de la catedral del pueblo me llegaba el olor a incienso y a cera quemada; “por qué no le entiendo nada al hombre que habla, nana?” “shhh, es el señor cura y no le entiendes porque está hablando en Latín; Luisito, cállate y escucha, no hagas preguntas, escucha con fe…” dijo la mujer en voz baja, apenas audible. La luz parpadeante de las velas y el coro de acólitos vestidos de rojo y blanco le daban al oficio un ambiente espectacular. Al finalizar la misa, la nana me dijo sonriendo: "Ves las flores blancas del altar? son lirios del Valle, Luisito, lirios blancos, sin pecado...". “Que es pecado nana?” pregunté a Joaquina abriendo los ojos. "Pecado es tener manchas; los manchados, aquellos que cometen pecados se van derechito al infierno. Si no te portas bien, si desobedeces, estarás cometiendo pecados; entonces, te irás al infierno y allá te cocerás por el calor, allá hay unos hornos grandotes y te quemarás vivo, dicen que allá se oye el crujir y rechinar de dientes". “Yo no quiero irme al infierno, nana...”
Con mi nana Joaquina aprendí que el mundo poseía una riqueza lingüística por explorar. Joaquina hablaba Huasteco y Español y tuvo la visión de enseñarme algunas palabras de su dialecto, para podernos comunicar “en clave”; asimismo, me empujó a escuchar un idioma que más tarde me fascinaría y que sería la piedra angular de mi programa doctoral: el Latín. Pero aun más importante, a pesar del desinterés de mis padres por la religión, me introdujo en el mundo de la fe; de su mano asistí a misa durante mi primera infancia y fue ella quien me inscribió en los cursos de catecismo; por veinte años profesé la religión católica hasta que “entré en razón”. Gracias a Joaquina entendí la importancia del santoral, entendí el valor de la cuaresma y la figura que representa el Papa para la grey católica.
Este fin de semana pasado en una ceremonia que despertó el interés de millones de fieles, fue beatificado el Papa Juan Pablo II. Sus meritos son indudables: hizo de su pontificado una obra de proselitismo mundial nunca visto en la historia de la iglesia. Su popularidad es improcedente, derivado de dos hechos indiscutibles: su papel como opositor al comunismo, así como el intento de asesinato del que fue objeto a manos de Ali Agca y su asombrosa recuperación. Pero antes que todo, Juan Pablo II fue un extraordinario jefe de estado. Durante su gestión, convirtió al Vaticano en un referente mundial, gracias a su visión, apertura y dialogo con otras culturas y otras iglesias. Durante su periodo papal, el número de naciones con embajadores en el Vaticano creció de 70 a 178. Personalmente, creo que su desinterés en el involucramiento de curas y obispos en casos de pederastia será la mayor objeción a su legado. Otra pregunta común será: ¿cómo podría ser santo si no protegió a los niños inocentes? Algunos otros grupos muy probablemente acusaran su represión sobre la Teología de la Liberación, así como haber ignorado el compromiso de la iglesia con los pobres y adicionalmente haber dejado de lado los derechos de las mujeres. Pese a cualquier crítica, es indiscutible e innegable que fue un Papa amado y sus bonos de popularidad han quedado más que comprobados durante su funeral y en la ceremonia de beatificación; afortunadamente y para la tranquilidad del alma de Joaquina que en paz descanse, aunque hace años que dejé de asistir a misas, ni estoy a favor ni en contra del proceso final de santificación; no es algo que me quite el sueño y en eso, no tengo ni voz ni voto…
Tsssss Latín...un idioma que recientemente he tratado de retomar...
ResponderEliminarNo es que uno tenga voz o voto
Pero a veces si quita el sueño...
Saludos!!!
Ricardo Montemayor Treviño