“Fue su propia amiga Thelma, la que los presentó” me dijo mi abuela aquella calurosa tarde de agosto cuando después de hacer mi tarea, disfrutábamos de un enorme vaso de batido de melón con hielo en la refresquería del pueblo. Don Tomas, el propietario del lugar era un anciano flaco, encorvado y pelón “como bola de billar” pero atendía a sus clientes con agilidad y esmero, advirtiendo: “si no le agrada el batido, dígame y se lo preparo como a usted de guste”. Aunque yo tenía ocho años, recuerdo que mi abuela decía que Don Tomas le echaba a sus batidos “los polvos de la madre Celestina” y por eso sus clientes regresaban diariamente al caer el sol, para satisfacer su adicción a los deliciosos batidos de frutas.
“El amor es un accidente de circulación”-decía mi abuela aleccionadora; “en el caso de Wallis Simpson así fue; fue la misma Thelma quien le presentó a su amante Eduardo, el príncipe de Gales, hijo mayor del Rey Jorge V y la reina María. Eduardo era el heredero del trono británico; la Wallis era una plebeya, una gringa de esas de cascos ligeros, que ya para ese entonces se había casado dos veces, y no dudó en separar a Thelma y a Eduardo para quedarse con él; ella era una vieja lagartona sin escrúpulos que le clavó el puñal a su amiga y se convirtió en amante del príncipe y se encargó de sorberle el seso. Al príncipe le gustaban las mujeres mandonas, así que en un santiamén lo convirtió en un amante servil y dependiente de ella. Poco tiempo después de ser coronado Eduardo Rey de Inglaterra, abdicó al trono, por su amor a Wallis, dado que la corte no le permitía desposarse con una divorciada. Ay qué suerte tienen algunas; la suerte de la fea, la bonita la desea” decía mi abuela que succionando con fruición llegaba al final de aquel batido dulce sin hacer ruido, cosa que jamás he podido lograr: “no hagas ruido al acabarte el batido, es de pésima educación, Luisito” me advertía.
Muchos años han pasado de esta conversación y por supuesto que los tiempos han cambiado radicalmente en los protocolos de las casas reales. Los príncipes ya no se casan con jóvenes de sangre azul, ni se unen por conveniencia; ya no importa que sus parejas tengan hijos o estén divorciadas y solo dan el paso cuando están convencidos de que ellas o ellos están preparados para afrontar el reto de la convivencia y la exposición pública. Si ha habido un príncipe que ha tenido en cuenta todas estas circunstancias ha sido Guillermo de Inglaterra, que huye del guión que tristemente escribieron sus padres. La futura esposa, Kate Middleton es una joven universitaria, hija de un piloto y una azafata que ahora administran una empresa de fiestas infantiles. Sale desde hace ocho años con Guillermo, con el que lleva viviendo cinco. Esos ocho años de relación tuvieron una breve interrupción hace tres. Ellos mismos han reconocido que la separación fue determinante para decidir que estaban dispuestos a afrontar juntos el reto de ser reyes en el siglo XXI.
Este largo noviazgo le ha permitido a Kate familiarizarse con las arcaicas costumbres de la familia real británica y formarse para su papel de princesa. Desde que se hizo público su compromiso solo ha cosechado alabanzas. A los británicos les gusta cómo se viste, cómo sonríe, cómo amadrina barcos y estrecha manos. Su primera prueba real la pasará el día 29 de abril cuando se convierta en la esposa del heredero del heredero. Pero de momento tiene todas las encuestas a su favor. Los británicos ven en ella la perfecta sucesora de Diana, la mujer que acercó la fría monarquía británica al pueblo. Esos valores que Guillermo ha querido mantener vivos y que le han convertido en el preferido para suceder a Isabel II, desbancando a su padre que lleva más de 59 años esperando su momento. Por eso la cita del próximo viernes reune todos los ingredientes para que sea la boda del siglo. Se casa uno de los miembros de la monarquía más importante del mundo y lo que es más importante para muchos: se casa el hijo de Diana.
Dos mil millones de espectadores seguirán, según el Gobierno británico, la ceremonia por televisión y 1.900 invitados acudirán a la ceremonia, entre ellos representantes de todas las casas reales. En esta pareja de jóvenes están depositadas también muchas esperanzas de otras monarquías, preocupadas por encontrar sentido a su existencia en el siglo XXI. Guillermo y Kate saben que se tienen que ganar el puesto. Están preparados para cuando llegue su hora. La espera puede ser muy larga o corta. Todo depende de que Carlos y Camila les dejen paso o decidan seguir su camino al trono. En esta decisión pesará el recuerdo de Diana, que sigue vivo en muchos británicos. Por lo pronto, seguiré por televisión la transmisión de la boda, tomando un batido de melón con hielo, en memoria de mi abuela…
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