Beyond the door there is peace, I am sure
And I know there'll be no more
Tears in heaven…
Tenía tan solo 17 años cuando llegue a estudiar a Monterrey; llevaba en mi maleta guardadas con extremo cuidado, ilusiones y metas por cumplir. Era muy joven y no sabía cómo, pero tenía muy claro que mi vocación para alcanzarlas era fuerte; no sabía cuando iba a realizarlas, pero tenía en mente que lo lograría; no sabía por qué, pero se me había dado el privilegio de estudiar en una escuela reconocida y era una oportunidad única que no iba a dejar pasar de largo. Esa noche de septiembre, hacía calor; salí del dormitorio en donde vivía, adentro del Campus y cruce la Avenida Eugenio Garza Sada, (que en ese tiempo se llamaba Avenida Tecnológico). Cuando alcance a llegar a la otra acera, escuche muy cerca algunas ráfagas de metralletas; no sé cómo pero alcance a correr y a refugiarme en el Super 7 que se encontraba a escasos metros del lugar. Al llegar adentro de la tienda, se encontraban muchos estudiantes que como yo, no sabíamos que pasaba, pero entendíamos que estábamos en el lugar equivocado, a la hora equivocada.
Los soldados del ejército federal entraron violentamente al Super 7 y empezaron a registrar con brusquedad y a empujones a todos los estudiantes que agazapados y llenos de temor, alcanzábamos apenas a balbucear nuestros nombres, a responder de donde éramos, a pronunciar la carrera que estudiábamos y a decir el nombre del lugar en donde vivíamos; algunos llevábamos identificaciones con nosotros; algunos otros no, habían salido sin meditarlo, a comprar un refresco o tal vez un café para acompañar la vigilia y continuar estudiando; en mi caso, llevaba en mi cartera el documento que me acreditaba como alumno de Ingeniería Industrial del Tecnológico de Monterrey y los soldados del ejército, quienes buscaban a un grupo guerrillero “comunista” que se escondía en esa área, después de interrogarme brevemente, me dejaron libre.
Hace poco menos de cuarenta años de ese incidente; la memorias y las imágenes de aquella noche vinieron a mí, como bestias para acorralarme de nuevo en estos días, cuando me enteré que dos estudiantes de excelencia murieron en un fuego cruzado entre narcotraficantes y el ejército, justamente enfrente del campus del Tec de Monterrey. Cuantos sueños pendientes y cuantos logros incumplidos han quedado inertes y rodaron por el suelo esa noche fatal; cómo explicar lo sucedido y como consolar a esos padres que perdieron injustamente a sus hijos en el torbellino de un país que convulsionado busca liberarse de los efectos devastadores de las drogas; el estertor de muerte se ha apoderado del país y de sus habitantes.
No tengo palabras para consolar ni confortar a nadie; me ha quedado de esta impresión, una ronquera crónica. Sin embargo, tengo la esperanza que la oscuridad del túnel que ahora vive México, nos lleve a encontrar una luz y una salida; me avergüenza heredar a los jóvenes de esta generación, un país devastado; y lo único que se me ocurre es que antes de que sea demasiado tarde, nos reunamos viejos, adultos y jóvenes para proponer, imaginar y construir desde las cenizas, un nuevo amanecer.
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