Aquella tarde como muchas otras, corrí al fondo de aquel patio solariego, lleno de arbustos y árboles frutales y me detuve hasta llegar a la cerca de madera tosca que dividía la casa de mis padres y la de los vecinos. Toqué con el nudillo de mis dedos y oí la voz: “hola, Luis”. Ahí en ese sitio conocí sin conocer físicamente por largo tiempo, a uno de mis mejores amigos de la infancia: a Santiago. Durante aquellas tardes nos reuníamos y jugábamos oyendo nuestras voces hasta que un día, Santiago se subió a una escalera y se brincó la cerca; lo vi saltar hacia mi patio como una aparición: era flaco y blanquísimo, con el rostro lleno de pecas y su pelo largo e intensamente rubio, ojos azules y nariz aguileña. Ese día descubrí que teníamos la misma edad: seis años, pero que su nombre verdadero no era Santiago sino James y que sus padres eran americanos provenientes de Iowa. En contraste vi mi piel oscura y mi pelo negro. “Por qué tienes el pelo tan güero?” Le pregunté. “Ah, es que mi mama me lava el pelo todas las noches con un shampoo que compra en Estados Unidos” me dijo y agregó: “dice mi mama que está hecho con cabellos de maíz y granos de elote, y que por eso lo tengo así”. Esa tarde regresé a la casa y convencí a mi madre de ir urgentemente al mercado a comprar mazorcas de maíz tiernas.
Mi madre, accedió con extrañeza mi petición y rumbo al mercado me pregunto: “por qué quieres comprar elotes, Luisito?”. “Es que quiero hacer un experimento” respondí de inmediato. Mi madre no hizo más preguntas y me compró de buena gana, tres elotes cubiertos por hojas delicadamente verdes. Esa noche decidí seguir un plan para fabricar un shampoo casero a base de cabellitos de elote y granos de maíz. Para empezar, limpiaría las mazorcas y pondría a secar al sol los cabellitos de elote para que los rayos solares pudieran dar mayor brillo; una vez disecados, los mezclaría con los granos de maíz molido y con jabón líquido. Al día siguiente, antes de salir al colegio, coloqué cuidadosamente los cabellitos de elote sobre un trozo de papel blanco y me subí a una escalera para ponerlos a secar al sol, aprovechando la hendidura de dos tejas, en el techo de mi casa. Esa tarde, cuando regresé, decidí empezar con mi experimento de inmediato. Me subí a la escalera y busqué inútilmente el papel y los cabellitos de elote. Busqué primero con calma y luego con desesperación sin éxito; el viento que sopla fuerte durante los días de otoño, se los había llevado…
Hace relativamente poco tiempo que conocí a Gerardo Arana; fue durante un desayuno de negocios en el piso 54 del Miami City Club. Me lo presentó Leonel Azuela; recuerdo que extendió su mano y observé sus ojos verdes y vivaces, su sonrisa amable y una increíble habilidad para conectar y hacer amigos. Conversamos brevemente y me lo volví a encontrar, meses más tarde, convertido en profesor del Certificado de Finanzas Internacionales en el Hotel Courtyard Marriott. Cada viernes lo vi aparecer puntualmente, dispuesto a compartir con sus alumnos conocimiento y experiencia. Aunque había una relación de cordialidad entre nosotros, las prisas y la presión de dar clases impidieron que pudiéramos conversar más de cerca. Sin embargo, el 9 de diciembre, salimos un grupo de profesores y alumnos a tomar una copa y celebrar el fin de cursos de programa de certificados. Recuerdo que llegamos a un pequeño bar al aire libre en la zona de Brickell; nos sentamos en mesas y pedimos algunas bebidas. De repente vi llegar a la mesera con dos grandes órdenes de alitas, salsa picante, y trozos de apio. “Quien las ordeno?” Inquirí. “Fui yo” dijo Gerardo. “Nosotros cenaremos en un rato mas, pero estos alumnos seguramente no traen dinero para pedir algo de comer, así que, los invito; adelante muchachos” y enseguida, aquellos platones de alitas, volaron.
Después de convivir un rato con los alumnos, un grupo de profesores nos encaminamos a Puerto Madero, un restaurant argentino ubicado a escasos metros del bar. Fue durante la cena donde finalmente pude palpar el espíritu de Gerardo. Ordenamos unas cervezas y me compartió con alegría: “mi esposa y yo estamos esperando bebe; hoy nos dijeron que será niña, y estamos felices” dijo con una amplia sonrisa. Y esa confidencia fue el inicio de una conversación personal que continuó durante el transcurso de la cena; hablamos de su infancia, de sus estudios en Texas, de su experiencia como financiero en reconocidas casas de bolsa, de su familia, de sus hobbies, y de su vocación docente que recientemente había descubierto. “Gerardo, hemos desperdiciado el tiempo” le dije. “Me gustaría reunirme contigo de nuevo y tener la oportunidad de convivir mas”. “Claro que si, Luis” me dijo sonriendo. Disfrutamos durante aquella velada de unos deliciosos cortes de carne así como algunos bocadillos y unas cuantas cervezas y copas de vino. Al final, nos despedimos e insistió en que me quedara a dormir en Miami, en vez de manejar cuarenta y cinco minutos de regreso a casa, a esas horas de la madrugada. Vi a Gerardo de nuevo en la ceremonia de entrega de los certificados. Esa noche, di un breve mensaje a los alumnos. Recuerdo los ojos de Gerardo siguiendo cada una de las ideas que iba yo pronunciando. Conté la historia de unas maletas que mi madre me regaló hace muchos años, como una muestra de su aprobación y apoyo para que yo pudiera dejar mi casa y perseguir mis sueños. Al finalizar mi mensaje, Gerardo me abrazó y me dijo: “gracias Luis; pude conectar muy bien tus palabras porque también a mi me tocó dejar mi casa” y vi sus ojos húmedos.
Esta semana que acaba de transcurrir nos reunimos a comer con Gerardo e invertimos largas horas en una reunión en donde nos presentó un proyecto con un gran potencial de aprendizaje para los alumnos. Un simulador de Inversiones; hablamos de costos, fechas de implantación, proceso de aprobación académica, hicimos llamadas a Monterrey para determinar posibilidades y formato, buscamos fechas probables para viajar juntos a México, tal vez finales de enero o inicios de febrero para reunirnos con algunos líderes de entidades gubernamentales y buscar apoyo. Fue una junta productiva y amena, y finalizamos con un compromiso: desarrollar totalmente el proyecto y dejarlo listo para poder comercializarlo. Quedamos en reunirnos de nuevo y ver detalles finales. Ayer me enteré que Gerardo tuvo un infarto fulminante y murió. Al escuchar la noticia recordé la punzada de desolación que sentí aquella tarde durante mi infancia cuando descubrí que el viento de la vida sopla fuerte y se lleva repentinamente y para siempre nuestros sueños. Agradezco la oportunidad de haber conocido a Gerardo, aunque fuera breve y fugazmente, pude apreciar su espíritu dulce y conciliador; pude darme cuenta de sus fortalezas y reconocer lo valioso de sus ideas y finalmente su generosidad para con los alumnos; La vida es un soplo, un vapor, es neblina que aparece y luego se desvanece. Gerardo, amigo mío, descansa en paz…
luis, soy el hermano de Gerardo y me gustaria conocerte y asi poderte platicar mas de Gerardo.
ResponderEliminarBuscame, Leonel me conoce bien ya que estudiamos juntos en Boston.
Mi mama y yo leimos lo que escribiste sobre Gerardo y me gustaria que le enviaras lo que escribiste a mi mama en un formato donde lo pueda guardar (pdf). Su correo es aurora.gorostiza@gmail.com.
Gracias!