domingo, 10 de abril de 2011

O menino da praia...

Se você disser que eu desafino, amor

Saiba que isso em mim provoca imensa dor

Só privilegiados têm ouvido igual ao seu

Eu possuo apenas o que Deus me deu

Se você insiste em classificar

meu comportamento de antimusical

Eu mesmo mentindo Devo argumentar

Que isto é bossa nova

Que isto é muito natural

O que você não sabe nem sequer pressente

é que os desafinados também têm um coração…

 

                                                                                        Desafinado, de Carlos Jobim.

 

 

La tarde era espléndida; un sol playero inmisericorde se alzaba triunfante; el agua del mar se difuminaba en tonos de azul hasta confundirse con el  horizonte infinito; unas cuantas gaviotas perezosas extendían sus alas y revoloteaban sobe algunos bañistas que freían sus cuerpos a fuego lento. Eran después de las dos de la tarde cuando llegué a la playa; cavé en la arena un hoyo profundo para colocar una enorme sombrilla que me protegiera de aquellos rayos de sol incandescentes; inmediatamente después ajusté la sombrilla hasta lograr una sombra fresca y generosa; extendí mi toalla y a mi lado coloqué una hielera pequeña, con algunas botellas de agua fría.  Sentí el soplo de la brisa tibia y  una leve nube de de arena se esparció por  mi cuerpo. Acostado ya, estiré mi mano hasta alcanzar una botella de agua y ahí, a mi izquierda vi a aquella pareja espectacular.

 

La mujer tirada bocabajo era una mulata cuyo cuerpo curvilíneo brillaba por el aceite y el sudor. Llevaba un brevísimo bikini color lila y su pelo suelto se alborotaba con el viento. Se había desabrochado el sostén para evitar las manchas de sol sobre su espalda. Aunque tirada bocabajo, era evidente la generosidad y la firmeza de sus senos y lo estrecho de la cintura que contrastaba con las curvas perfectas de aquellas caderas gráciles. Provista de un equipo reproductor de audio, escuchaba una Bossa Nova cuyas notas escapaban audiblemente: “que isto e bossa nova, que isto e muito natural…” Tendido a su lado, un mulato de piel ligeramente más oscura se extendía también al sol. Un minúsculo Speedo color amarillo contenía su perfecta musculatura; echado también bocabajo, su espalda enorme reflejaba una geografía muscular marcada, producto de horas en el gimnasio. Al lado de la pareja, un pequeño de unos 5 años y mirada melancólica, comía un pedazo de pizza. El niño llevaba al igual que su padre, un pequeño traje de baño amarillo ligero que contrastaba con su piel oscura, sus ojos redondos y su pelo rizado.

 

El hombre se dio la vuelta, se colocó bocarriba y enseguida se sentó, colocándose frente al mar; sus ojos enormes, nariz respingada y labios carnosos acusaban la cruza afortunada entre africanos y europeos; abrió una botella de agua y empezó a beber en grandes sorbos hasta agotarla, mientras observaba a las bañistas jóvenes que jugueteaban brincando las olas. Ahí frente a sus ojos había cuatro ninfas de piel blanca, cintura breve y pechos diminutos; probablemente provenían de algún estado del norte y vacacionaban en la playa. Me di cuenta que la más rubia y tal vez la más joven del grupo, enterró su mirada en aquel mulato, quien de inmediato le sonrió, empezando un intercambio de miradas fugaces y sonrisas cómplices que duró tan solo unos instantes; el mulato volteó a ver a la mujer quien dormía apaciblemente a su lado y se incorporó, dirigiéndose a la playa. Al levantarse me di cuenta que se sostenía en una sola pierna, la derecha. Tenía la pierna izquierda ligeramente más corta y no alcanzaba a apoyarla al suelo; parecía difícil de creer que aquel cuerpo perfecto, como tallado en madera tuviera una imperfección; saltando ágilmente en solo un pie, el mulato llegó a la orilla. Cuando el niño advirtió que el hombre corría hacia el mar, se apresuró a alcanzarlo, pero éste le reprendió en portugués, advirtiéndole que se entretuviera jugando con la arena y que no se alejara. Inmediatamente después, le dio la espalda y se zambulló en el agua, para enfocarse a la tarea de iniciar conversación con su nueva amiga que sonriente le esperaba. Entre tanto, la mulata dormía el sueño de las  bendecidas mientras el mar seguía tejiendo olas de espuma blanca.

 

Al principio el pequeño obedeció y empezó a jugar con montoncitos de arena pero después de un rato empezó a correr por la playa y a saltar entre los charcos que se hacen una vez que las olas tocan la orilla y se retiran; poco después regresó y miró la espalda de su padre que seguía entretenido con la rubia; finalmente corrió por largo rato hacia la derecha de la playa; allá a lo lejos, con esfuerzo, alcancé a verlo, hablaba con varios adolescentes que practican surf y que se colocan con sus tablas, lejos de los bañistas para prevenir accidentes; después, lo perdí de vista; entretanto, la mulata seguía durmiendo y el hombre compartía con su joven amiga asiéndola de la cintura, mostrándole como mantenerse en equilibrio a pesar de la fuerza con que azotaban las olas.

 

Cerré mis ojos por un momento para identificar la letra y el titulo de la Bossa Nova que arrullaba la siesta de la mulata; sí, se trataba de “Desafinado”, el célebre tema musical compuesto por Antonio Carlos Jobim, en 1959, en plena efervescencia de la Bossa Nova, y sin duda, el mejor apunte natural esbozado sobre Brasil; “Desafinado” es una metáfora del cuerpo y alma del brasileiro; Lirica, rítmica, perezosa y sensual, esa canción huye en cuatro estrofas de la norma establecida por la industria discográfica y argumenta a mitad del camino entre el jazz y la samba, que en Brasil hay otra forma de hacer las cosas, de comprender la música y de establecer relaciones humanas, y en pocas palabras, otra forma de vivir; “é que os desafinados também têm um coração…” y efectivamente, como dice Jobim, en el pecho de los desafinados también late un corazón.

 

El mulato volteó hacia la orilla y empezó a buscar con su mirada al niño, volteando repetidas veces hacia varias direcciones; al no encontrarlo, dejando a su amiga rubia en el agua, salió del mar, vio que la mulata continuaba profundamente dormida y empezó a correr con una agilidad impresionante, saltando sobre una pierna, a la vez que gritaba, al principio con voz ronca y después como el alarido que profiere un animal herido de muerte: Estevao, Estevao, Estevao… 

 

Continuará.

 

 

 

 

 

 

 

1 comentario:

  1. Hola Doc! Desafinado es un hito particular que trasciende la frontera brasileña, y con el que particularmente me siento identificado: estoy tratando de aprender musica, tengo un saxo alto al que le saco 3 notas sin que parezca el aullido de un animal en agonía y no he cultivado una buena voz para el canto; pero eso no me exime de disfrutar la música y de vivirla, de experimentar algo que va más allá de mis sentidos. Escuchar el saxo en Desafinado es una de las cosas que no quiero olvidar en esta vida.
    Y punto aparte, nos quedamos esperando la continuación de la historia ;).

    Juan Carlos.

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