A principios de 2010, leí un libro titulado Tráfico sexual: el negocio de la esclavitud moderna, producto de una investigación de Siddhart Kara, un estadounidense que se desempeñaba como consultor en inversiones y que dejó su empleo para irse a recorrer el mundo buscando el tráfico sexual de mujeres y niñas. Caminó entre los prostíbulos gigantescos de Bombay y los sucios tugurios de Bangkok donde niñas y adolescentes atienden hasta 20 clientes por día, en los clubes y calles en Italia donde se explota a las jóvenes de Europa del este, en España, en donde son retenidas chicas nigerianas, en India, Nepal, Tailandia, Laos, Vietnam, Inglaterra, Holanda, Dinamarca, Albania, EU y México.
En una de mis visitas a México a mediados de 2010, en el aeropuerto de Guadalajara, compré el libro Esclavas del poder, investigado y escrito por Lydia Cacho, una periodista mexicana, activa defensora de los derechos humanos, fundadora de un centro especializado de atención a mujeres, niños y niñas víctimas de violencia doméstica y sexual, que se lanzó a viajar para documentar la explotación sexual. Recorrió los prostíbulos, calles y bares de Camboya, Tailandia, Birmania, Japón, Turquía, Marruecos, Rusia, Kirguistán, Afganistán, Uzbekistán, Turkmenistán, China, India, Sri Lanka, Inglaterra, Francia, Italia, España, Canadá, Estados Unidos y México.
Los resultados de las dos investigaciones llegan a la misma conclusión: se trata de un comercio que deja millones de dólares a los explotadores y nada a quienes fueron raptadas o sacadas de sus casas con engaños. Son más de un millón de personas sometidas a la esclavitud sexual. “El mundo experimenta una explosión de las redes que roban, compran y esclavizan a niñas y mujeres”, afirma Cacho.
Pude relacionar y entender perfectamente ambos textos, porque de 2003 a 2007 recorrí por motivos de trabajo, muchos de estos países que mencionan Kara y Cacho y pude ser testigo del infame comercio humano. Los dos libros que hablan de lo mismo, fueron investigados con gran valentía y riesgo personal, para hacer que el mundo abra los ojos ante ese horror y actúe.
Y, sin embargo, los resultados han sido diferentes: Mientras Kara recibe honores por ésta que es su primera incursión en el mundo del tráfico sexual y la Universidad de Harvard le otorga un nombramiento para legitimar su trabajo, a Cacho, que lleva años investigando, escribiendo y ayudando a las personas y que incluso ha abierto el Centro Integral de Atención a la Mujer en Cancún, la persiguen y acosan aquellos a quienes expone y acusa. Cacho vive recibiendo amenazas contra su vida y ha sido perseguida hasta por las autoridades policiacas.
¿Por qué la diferencia? Que alguien me ayude a entender por qué “lo mismo”, en México, “no es igual”.
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