lunes, 10 de enero de 2011

Despertar...

Santa fue muy generoso conmigo esta Navidad; entre otras cosas, me dejo al pie del pino, un reloj despertador  que emite sonidos de la naturaleza para arrullar el sueño: incluye a elegir, sonidos de lluvia, de tormentas ligeras, de la naturaleza, de campos y bosques, y por supuesto, del mar. Desde el primer día, decidí que mi sonido para dormir seria siempre del mar; nada como acomodar mi cabeza en la almohada escuchando el sonido de las olas que chocan unas contra otras, allá por el acantilado; disfruto oyendo su vaivén y a lo lejos, escucho a las gaviotas cantando con alegría la dicha de volar entre el cielo y el mar. Desde el primer día que abrí la caja del despertador, aguardo con emoción escuchar ese ruido maravilloso, antes de la siesta, o bien antes de irme a la cama, cada noche.

Cada vez que hay oportunidad, tomo mi siesta con Anna Maria, mi nieta mayor; juntos, nos arrullamos y nos abrazamos oyendo el sonido de las ondulantes y esbeltas olas de mar; caemos dormidos rápido y profundamente;  la primera vez, soñé que las aristas de una estrella de mar punzaban mi costado. “Ah, dije, estas estrellas marinas son más duras de lo que imaginaba” y sentía aquel dolor agudo al lado de mis costillas, sentía como se encajaba el dolor una y otra vez…al despertar, me di cuenta que las puntas de los pies de Anna Maria se clavaban en mi costado, y que ella se había despertado antes que yo, y estaba lista para tomar su merienda.

La semana pasada, al tomar la siesta, soñé que una tibia esponja de mar acariciaba mi rostro; la esponja era suave y tersa y no venia sola, sino que venían también caracoles marinos que recorrían mis ojos y llegaban hasta la comisura de mis labios; la sensación de tibieza era tal, que hasta alcancé a escuchar una melodía que acompasaba aquel recorrido de caracoles y esponjas; al abrir los ojos,  vi los dedos de Anna Maria tratando de alcanzar espacio entre mis oídos y recorriendo mi cara hasta llegar a mi nariz y mis ojos.

Ayer domingo, Anna Maria y yo estábamos tan cansados que nos dispusimos a tomar la siesta; los sonidos del mar me llevaron a una dimensión maravillosa; sentí mi cuerpo acomodarse en un colchón de arena blanca, sentí la brisa fresca acariciándome todo, oí vivamente  unas gaviotas que revoloteaban en lo alto y en parvada, aterrizando en la arena en busca de alimento; de pronto una ola me alcanzó y no pude moverme para esquivarla; era un agua invernal, fría e inmisericorde, que empezó a recorrer mi cuerpo, iniciando por el costado…abrí los ojos y me levanté de un salto; Anna Maria necesitaba un cambio de pañal y mi cama necesitaba un cambio de sabanas y de sobrecama;  ahora me da temor dormir de nuevo con este sonido maravilloso; me angustia que mi próximo despertar involucre el sueño de una mancha de petróleo, o peor aún, que despierte sobresaltado  por el olor de agua contaminada, como aquella bahía de Acapulco….

 

 

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