Leí Cien años de soledad a la edad de quince años; ese libro fue un verdadero acontecimiento que cambió mi visión del mundo e impactó mi percepción de la vida y sus ejes: amor, desamor, soledad, sexo, pasión, rencor, libertad, goce y placer; produjo en mí la fascinación y el deslumbramiento por una idea que inunda en los textos que escribo: la contaminación entre el mundo real y la magia, conceptos derivados de lo “real maravilloso”. Sin embargo, estos conceptos han entrado en crisis y han cambiado bastante desde que apareció Cien años de soledad en 1967. La idea de lo real maravilloso, desarrollada primero por Alejo Carpentier, remite a una historia larga: Lo maravilloso es la expresión subjetiva de la razón que queda paralizada por una realidad que la rebasa, y que la obliga a quedar en suspenso, flotando en el aire. Esa sensación –la razón anonadada por la experiencia y reducida a contar y detallar fragmentos inconexos que no logra nunca someter a la lógica– se da en mundos en que la experiencia rebasa en todo a las expectativas. En esos mundos, la razón queda reducida a una función de adorno; en mundos así, el intelectual, incapaz de ser arquitecto, pasa a ser un brujo, un mago o un alquimista, como el gitano Melquiades.
El crítico literario Stephen Greenblatt escribió hace años un buen ensayo acerca del discurso de lo maravilloso en la conquista de América. En los diarios de Colón, en las crónicas de Bernal Díaz del Castillo. Greenblatt muestra que la idea de lo maravilloso está muy presente en la conquista. Colón usa figuras e imágenes derivadas de los textos de Marco Polo y de otros inventores del género medieval de lo maravilloso. Bernal Díaz, en un fragmento que está hoy grabado en los muros del Museo del Templo Mayor, apela al libro de Amadís de Gaula, porque le faltan palabras para describir lo que vio al entrar en la Gran Tenochtitlán. Greenblatt alega, convincentemente, que el discurso de lo maravilloso en la Conquista sirvió dos funciones políticas, ambas bastante reprobables: una, propagandística (Colón tratando de vender América a los reyes católicos, en un momento en que no había descubierto más que islas llenas de cocos, indígenas y pericos); la otra, represora. Lo maravilloso servía a veces para alegar que los indios eran del todo irracionales, y que, por tanto, debían ser sometidos. Pero nada de eso quita que haya habido además un genuino suspenso de las facultades racionales de los europeos que llegaron acá.
Lo interesante de la historia de nuestra América y de México en particular, es que los momentos de lo maravilloso entran y salen cíclicamente. Lo maravilloso de la Conquista se desdibujó con la colonización, y en su lugar llegó la melancolía mundana y práctica de la sociedad mediocre que se extendió hasta finales del Siglo XIX. Todos esos mundos no volverán a ser nunca más, es un lamento que se lee una y otra vez en la literatura de nuestros escritores. Pero la carrera de lo maravilloso no terminó ahí. El mundo de la experiencia americana ha podido siempre convivir muy cerca de los límites de la razón, y de vez en cuando la vuelve a rebasar del todo. En México durante las administraciones políticas del Partido que dominó el poder por años, el Partido Revolucionario Institucional (el nombre del partido es tan contradictorio que se torna inverosímil) es la época en la que surgen los libros de Gabriel García Márquez, poco después de la primera mitad del Siglo XX., una época en la que el surrealismo convive sin pedir permiso con la razón. México pasó en esta época de la pre modernidad a la posmodernidad sin llegar a ser moderno; la modernidad fue un esfuerzo fallido, una falsa promesa de los gobiernos priistas.
Me parece que en este momento, en México estamos a punto para un nuevo nacimiento de lo maravilloso. Tenemos, sin duda, una crisis de representación. La realidad social mexicana, pujante, creativa, y nueva, no es abarcable con los prejuicios de la razón de sus intelectuales y políticos, que están hoy reducidos al papel de artesanos, alquimistas y no de arquitectos. La ausencia de liderazgo y neuronas de los gobernantes actuales y de los que están por llegar en mi país me asusta e indigna y me parece que el hielo está a punto de llegar nuevamente a Macondo. Me alarma nuestro eterno sentimiento de soledad y desamparo que aun hoy prevalece en el campo y en las ciudades asoladas por la narco guerra. Esta situación confirma la realidad dual de nuestro país “tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Sera por eso que la última línea de la obra maestra de Garcia Marquez suena profética: “porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la Tierra”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario