Sin dudarlo, encaminé mis pasos hacia el interior del Mercado de Bazurto en Cartagena de Indias, animado por las notas de aquella música ancestral; al caminar por aquellos pasillos tan estrechos me topaba con gente que me rozaba a pesar de mis esfuerzos por evitarlo; algunos cuerpos sudorosos pasaban a mi lado dejando un tufo a sudor mezclado con fruta fresca; niños famélicos semidesnudos corrían entre los puestos de fruta y verdura, algunos perros callejeros buscaban comida entre los montones de basura acumulada en las esquinas. Caminé entre yerberías, oí los insistentes gritos de algunos vendedores en varios puestos de ropa y el olor a carne fresca colgando de unas ganzúas me produjo náuseas; de pie, en aquellos laberintos internos, negras enormes con polleras multicolores vendían dulces y frutas tropicales: trozos de piña, papaya, plátanos y sandía. Finalmente llegué hasta una plazoleta en aquel mercado: estacionada en el centro, una camioneta pintada con estridentes colores, armada con un potente equipo de sonido contagiaba a la concurrencia a bailar frenética y furiosamente como si no hubiera un mañana; jóvenes y no tan jóvenes, untaban uno sobre otro sus cuerpos curvilíneos, “perreando” a las doce del día, bajo el sol inclemente de la costa del Atlántico Colombiano. “Qué música es ésta?” le pregunté a Jaime, mi amigo: “Es la Champeta” me dijo sonriendo.
La Champeta es un ritmo contemporáneo, una adaptación de ritmos africanos con vibraciones antillanas e influencias de la música indígena y de la África colombiana. Esta fusión de ritmos configuró una nueva cultura musical urbana en el contexto caribeño, que se consolidó en las barriadas de Cartagena, Barranquilla y Santa Martha. En sus inicios se difundió a través de los potentes equipos de sonido denominados picos (por las camionetas pick-up) que suenan en las verbenas y mercados populares. Se caracteriza porque la base rítmica prevalece sobre las líneas melódicas y armónicas, convirtiéndola en una expresión musical bailable en la que predominan una fuerza y una plasticidad desbordantes. Con un lenguaje popular y lleno de inventivas los champeteros cantan sus vivencias. Las letras, sobrepuestas a pistas africanas o con música original, evidencian la actitud contestataria de los sectores discriminados, que arremeten contra la exclusión social y económica o cuentan sus sueños de cambio y progreso. Hoy, grupos modernos como Bomba Estéreo o Systema Solar han sido seducidos por este vibrante género y han alcanzado índices de popularidad en los países desarrollados, al entrar al mercado mundial apoyado por fuertes campañas de mercadotecnia.
Este no es un caso aislado. Shakira sabe lo que enciende al público masivo. Por eso ha recurrido varias veces a reguetoneros como El Cata, para asegurar sus hits. Tanto Loca como Rabiosa son piezas que este artista dominicano grabó primero pero no logró el triunfo internacional porque no contaba con la poderosa maquinaria empresarial de la colombiana. La noticia más reciente tiene que ver con Madonna. Su nuevo single, Give Me All Your Luvin, arrastra la sospecha de plagio. Tiene un parecido evidente con L.O.V.E. Banana, una pieza de João Brasil, artista emblemático de la escena technobrega, que podría definirse como una mezcla de tecno-pop ochentero con la estética más kitsch posible. Las barriadas de América latina crean los ritmos que triunfan en las listas de ventas; son creaciones que también son valoradas entre los entendidos y la crítica más exigente. La cumbia digital y el tribal 'guarachero son dos de los ritmos más pujantes del continente
El descubrimiento y “vampirización” cultural de los sonidos surgidos en los guetos tiene especial fuerza en Latinoamérica, pero se trata de un fenómeno global. Podríamos hablar del hip-life de Ghana, el coupé-decalé en Costa de Marfil o el kuduro angoleño. Un efecto colateral de estos géneros es que conecta las llamadas ciudades miseria, ciudades del Tercer Mundo con los emigrantes desplazados a las grandes urbes. ¿Por qué tiene esta tendencia una fuerza creciente? La transferencia tecnológica, desde las computadoras baratas, los teléfonos celulares y el desarrollo de las redes sociales, han disparado la autonomía productiva de los habitantes de los barrios pobres en todo el planeta. Gracias a Internet, es posible el contagio de la mejor música de baile de nuestro tiempo.
Olvidado del qué dirán y gozando el inefable sentimiento del anonimato, sin pensarlo dos veces y para sorpresa de mi amigo Jaime, me arremangué el pantalón, me quité la camisa y los zapatos me fundí entre aquella masa humana en el mercado de Bazurto; allá arriba, una nube misericordiosa cubrió durante unos minutos los rayos solares; la música me hipnotizó y caí rendido bajo su influjo, contagiado por la epidemia de alegría desbordante, desenfadado, saboreando aquel baile de la champeta como en un conjuro mágico, con los ojos abiertos hacia adentro…
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