martes, 26 de abril de 2011

En memoria de mi abuela.

“Fue su propia amiga Thelma, la que los presentó” me dijo mi abuela aquella calurosa tarde de agosto cuando después de hacer mi tarea, disfrutábamos de un enorme vaso de batido de melón con hielo en la refresquería del pueblo. Don Tomas, el propietario del lugar era un anciano flaco, encorvado y pelón “como bola de billar” pero atendía a sus clientes con agilidad y esmero, advirtiendo: “si no le agrada el batido, dígame y se lo preparo como a usted de guste”. Aunque yo tenía ocho años, recuerdo que mi abuela decía que Don Tomas le echaba a sus batidos “los polvos de la madre Celestina” y por eso sus clientes regresaban diariamente al caer el sol, para satisfacer su adicción a los deliciosos batidos de frutas.

 “El amor es un accidente de circulación”-decía mi abuela aleccionadora; “en el caso de Wallis Simpson así fue; fue la misma Thelma quien le presentó a su amante Eduardo, el príncipe de Gales, hijo mayor del Rey Jorge V y la reina María. Eduardo era el heredero del trono británico;  la Wallis era una plebeya, una gringa de esas de cascos ligeros, que ya para ese entonces se había casado dos veces, y no dudó en separar a Thelma y a Eduardo para quedarse con él; ella era una vieja lagartona sin escrúpulos que le clavó el puñal a su amiga y se convirtió en amante del príncipe y se encargó de sorberle el seso. Al príncipe le gustaban las mujeres mandonas, así que en un santiamén lo convirtió en un amante servil y dependiente de ella. Poco tiempo después de ser coronado Eduardo Rey de Inglaterra, abdicó al trono, por su amor a Wallis, dado que la corte no le permitía desposarse con una divorciada. Ay qué suerte tienen algunas; la suerte de la fea, la bonita la desea” decía mi abuela que succionando con fruición llegaba al final de aquel batido dulce sin hacer ruido, cosa que jamás he podido lograr: “no hagas ruido al acabarte el batido, es de pésima educación, Luisito” me advertía.

Muchos años han pasado de esta conversación y por supuesto que los tiempos han cambiado radicalmente en los protocolos de las casas reales. Los príncipes ya no se casan con jóvenes de sangre azul, ni se unen por conveniencia; ya no importa que sus parejas tengan hijos o estén divorciadas y solo dan el paso cuando están convencidos de que ellas o ellos están preparados para afrontar el reto de la convivencia y la exposición pública. Si ha habido un príncipe que ha tenido en cuenta todas estas circunstancias ha sido Guillermo de Inglaterra, que huye del guión que tristemente escribieron sus padres. La futura esposa, Kate Middleton es una joven universitaria, hija de un piloto y una azafata que ahora administran una empresa de fiestas infantiles. Sale desde hace ocho años con Guillermo, con el que lleva viviendo cinco. Esos ocho años de relación tuvieron una breve interrupción hace tres. Ellos mismos han reconocido que la separación fue determinante para decidir que estaban dispuestos a afrontar juntos el reto de ser reyes en el siglo XXI.

Este largo noviazgo le ha permitido a Kate familiarizarse con las arcaicas costumbres de la familia real británica y formarse para su papel de princesa. Desde que se hizo público su compromiso solo ha cosechado alabanzas. A los británicos les gusta cómo se viste, cómo sonríe, cómo amadrina barcos y estrecha manos. Su primera prueba real la pasará el día 29 de abril cuando se convierta en la esposa del heredero del heredero. Pero de momento tiene todas las encuestas a su favor. Los británicos ven en ella la perfecta sucesora de Diana, la mujer que acercó la fría monarquía británica al pueblo. Esos valores que Guillermo ha querido mantener vivos y que le han convertido en el preferido para suceder a Isabel II, desbancando a su padre que lleva más de 59 años esperando su momento. Por eso la cita del próximo viernes reune todos los ingredientes para que sea la boda del siglo. Se casa uno de los miembros de la monarquía más importante del mundo y lo que es más importante para muchos: se casa el hijo de Diana.

Dos mil millones de espectadores seguirán, según el Gobierno británico, la ceremonia por televisión y 1.900 invitados acudirán a la ceremonia, entre ellos representantes de todas las casas reales. En esta pareja de jóvenes están depositadas también muchas esperanzas de otras monarquías, preocupadas por encontrar sentido a su existencia en el siglo XXI. Guillermo y Kate saben que se tienen que ganar el puesto. Están preparados para cuando llegue su hora. La espera puede ser muy larga o corta. Todo depende de que Carlos y Camila les dejen paso o decidan seguir su camino al trono. En esta decisión pesará el recuerdo de Diana, que sigue vivo en muchos británicos. Por lo pronto, seguiré por televisión la transmisión de la boda, tomando un batido de melón con hielo, en memoria de mi abuela…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 18 de abril de 2011

Desafinado.

Nada conmueve mas a un hombre, que la posibilidad de salvar a otro; al ver a aquel padre gritando Estevao, Estevao, Estevao, me acerqué y le dije: “Procura seu filho? Faz alguns minutos que o vi falando com uns jovens surfistas; Ja' não os vejo aqui , muito provavelmente seu filho os pediu ajuda. Eles o levaram ao escritorio da policia que se encontra lá, na estação de segurança da Praia”. (¿Buscas a tu hijo? Hace unos minutos vi que hablaba con algunos jóvenes surfistas; ya no lo veo por aquí, muy probablemente al ver que su hijo pedía ayuda, lo llevaron a la estación de policía que se encuentra allá, en la caseta de seguridad de la playa). “Muito obrigado senhor. Vim a praia com minha namorada e no ultimo momento me ocorreu de perder me filho.” (muchas gracias, Señor; vine con mi novia a la playa y en el último momento ocurre que acabo de perder a mi hijo). Saltando con la agilidad de una gacela, se alejó saltando en un solo pie hacia la caseta de policía.

Después de visitar Brasil siete u ocho veces, concluyo que los brasileños son versos sueltos. En Brasil  sobrevive la socialdemocracia y se impone el anhelo de la redistribución. Fue el último Estado en proscribir la esclavitud, en 1889. Gran parte de su población desciende de aquellos hombres y mujeres sin derechos, y los más pobres siguen siendo los negros. En Brasil nunca ha habido conflictos raciales. El apartheid ha sido siempre más económico que basado en el color de la piel. Si de algo presume este país es de ser estable, amable y fiable, lo que le permite recibir más inversiones extranjeras que nadie. Tiene un régimen de libertades en comparación con otros emergentes como Rusia o China. No tiene enemigos como India. No tiene pretensiones nucleares como Irán. Y, para cerrar el círculo de su prosperidad e inminente papel universal, acogerá en 2014 el Mundial de fútbol y en 2016 los Juegos Olímpicos en Río de Janeiro. ¿Serán capaces los brasileños de afrontar ambos retos? Conociendo a los brasileños no creo que lo tengan claro. Si lo logran; si Brasil conjura su secular desorganización, corrupción, analfabetismo y falta de infraestructuras, y convierte su estilo desafinado en su polo de atracción, ambos megaeventos supondrán su consagración como potencia mundial. Le aportarán autoestima, renovarán su paisaje urbano y elevarán sus maltrechos índices de desarrollo humano; espero que no se les escape esta oportunidad.

Regresé a mi lugar y a lo lejos vi a la policía entregando al niño, quien al ver a su padre estalló en llanto; sin embargo, dos policías se vinieron caminando con el mulato y pude escuchar las preguntas que le hacían: exigían explicaciones de por qué la pareja había descuidado al niño, y por qué la madre estaba durmiendo, en vez de cuidarlo; El mulato explicó que esa mujer no era su madre, sino su novia; que él se había divorciado hacía un mes y que le correspondía cuidar al niño los fines de semana.  Finalmente, después del interrogatorio, los policías se alejaron y dejaron al niño con su padre; la mulata seguía durmiendo; el hombre advirtió a su hijo esta vez que se quedara ahí, al lado de su amiga y no se moviera; inmediatamente después, se incorporó nuevamente y saltando en una pierna se internó de nuevo al mar, para continuar su charla con su joven amiga rubia; El niño empezó a cavar un hoyo en la arena; entretanto, la mulata dormía aun, arrullada por las notas de la bossa nova:

Só não poderá falar assim do meu amor

Este é o maior que você pode encontrar

Você com a sua música esqueceu o principal

é que no peito dos desafinados

No fundo do peito bate calado

Que no peito dos desafinados

também bate um coração

 

 

domingo, 10 de abril de 2011

O menino da praia...

Se você disser que eu desafino, amor

Saiba que isso em mim provoca imensa dor

Só privilegiados têm ouvido igual ao seu

Eu possuo apenas o que Deus me deu

Se você insiste em classificar

meu comportamento de antimusical

Eu mesmo mentindo Devo argumentar

Que isto é bossa nova

Que isto é muito natural

O que você não sabe nem sequer pressente

é que os desafinados também têm um coração…

 

                                                                                        Desafinado, de Carlos Jobim.

 

 

La tarde era espléndida; un sol playero inmisericorde se alzaba triunfante; el agua del mar se difuminaba en tonos de azul hasta confundirse con el  horizonte infinito; unas cuantas gaviotas perezosas extendían sus alas y revoloteaban sobe algunos bañistas que freían sus cuerpos a fuego lento. Eran después de las dos de la tarde cuando llegué a la playa; cavé en la arena un hoyo profundo para colocar una enorme sombrilla que me protegiera de aquellos rayos de sol incandescentes; inmediatamente después ajusté la sombrilla hasta lograr una sombra fresca y generosa; extendí mi toalla y a mi lado coloqué una hielera pequeña, con algunas botellas de agua fría.  Sentí el soplo de la brisa tibia y  una leve nube de de arena se esparció por  mi cuerpo. Acostado ya, estiré mi mano hasta alcanzar una botella de agua y ahí, a mi izquierda vi a aquella pareja espectacular.

 

La mujer tirada bocabajo era una mulata cuyo cuerpo curvilíneo brillaba por el aceite y el sudor. Llevaba un brevísimo bikini color lila y su pelo suelto se alborotaba con el viento. Se había desabrochado el sostén para evitar las manchas de sol sobre su espalda. Aunque tirada bocabajo, era evidente la generosidad y la firmeza de sus senos y lo estrecho de la cintura que contrastaba con las curvas perfectas de aquellas caderas gráciles. Provista de un equipo reproductor de audio, escuchaba una Bossa Nova cuyas notas escapaban audiblemente: “que isto e bossa nova, que isto e muito natural…” Tendido a su lado, un mulato de piel ligeramente más oscura se extendía también al sol. Un minúsculo Speedo color amarillo contenía su perfecta musculatura; echado también bocabajo, su espalda enorme reflejaba una geografía muscular marcada, producto de horas en el gimnasio. Al lado de la pareja, un pequeño de unos 5 años y mirada melancólica, comía un pedazo de pizza. El niño llevaba al igual que su padre, un pequeño traje de baño amarillo ligero que contrastaba con su piel oscura, sus ojos redondos y su pelo rizado.

 

El hombre se dio la vuelta, se colocó bocarriba y enseguida se sentó, colocándose frente al mar; sus ojos enormes, nariz respingada y labios carnosos acusaban la cruza afortunada entre africanos y europeos; abrió una botella de agua y empezó a beber en grandes sorbos hasta agotarla, mientras observaba a las bañistas jóvenes que jugueteaban brincando las olas. Ahí frente a sus ojos había cuatro ninfas de piel blanca, cintura breve y pechos diminutos; probablemente provenían de algún estado del norte y vacacionaban en la playa. Me di cuenta que la más rubia y tal vez la más joven del grupo, enterró su mirada en aquel mulato, quien de inmediato le sonrió, empezando un intercambio de miradas fugaces y sonrisas cómplices que duró tan solo unos instantes; el mulato volteó a ver a la mujer quien dormía apaciblemente a su lado y se incorporó, dirigiéndose a la playa. Al levantarse me di cuenta que se sostenía en una sola pierna, la derecha. Tenía la pierna izquierda ligeramente más corta y no alcanzaba a apoyarla al suelo; parecía difícil de creer que aquel cuerpo perfecto, como tallado en madera tuviera una imperfección; saltando ágilmente en solo un pie, el mulato llegó a la orilla. Cuando el niño advirtió que el hombre corría hacia el mar, se apresuró a alcanzarlo, pero éste le reprendió en portugués, advirtiéndole que se entretuviera jugando con la arena y que no se alejara. Inmediatamente después, le dio la espalda y se zambulló en el agua, para enfocarse a la tarea de iniciar conversación con su nueva amiga que sonriente le esperaba. Entre tanto, la mulata dormía el sueño de las  bendecidas mientras el mar seguía tejiendo olas de espuma blanca.

 

Al principio el pequeño obedeció y empezó a jugar con montoncitos de arena pero después de un rato empezó a correr por la playa y a saltar entre los charcos que se hacen una vez que las olas tocan la orilla y se retiran; poco después regresó y miró la espalda de su padre que seguía entretenido con la rubia; finalmente corrió por largo rato hacia la derecha de la playa; allá a lo lejos, con esfuerzo, alcancé a verlo, hablaba con varios adolescentes que practican surf y que se colocan con sus tablas, lejos de los bañistas para prevenir accidentes; después, lo perdí de vista; entretanto, la mulata seguía durmiendo y el hombre compartía con su joven amiga asiéndola de la cintura, mostrándole como mantenerse en equilibrio a pesar de la fuerza con que azotaban las olas.

 

Cerré mis ojos por un momento para identificar la letra y el titulo de la Bossa Nova que arrullaba la siesta de la mulata; sí, se trataba de “Desafinado”, el célebre tema musical compuesto por Antonio Carlos Jobim, en 1959, en plena efervescencia de la Bossa Nova, y sin duda, el mejor apunte natural esbozado sobre Brasil; “Desafinado” es una metáfora del cuerpo y alma del brasileiro; Lirica, rítmica, perezosa y sensual, esa canción huye en cuatro estrofas de la norma establecida por la industria discográfica y argumenta a mitad del camino entre el jazz y la samba, que en Brasil hay otra forma de hacer las cosas, de comprender la música y de establecer relaciones humanas, y en pocas palabras, otra forma de vivir; “é que os desafinados também têm um coração…” y efectivamente, como dice Jobim, en el pecho de los desafinados también late un corazón.

 

El mulato volteó hacia la orilla y empezó a buscar con su mirada al niño, volteando repetidas veces hacia varias direcciones; al no encontrarlo, dejando a su amiga rubia en el agua, salió del mar, vio que la mulata continuaba profundamente dormida y empezó a correr con una agilidad impresionante, saltando sobre una pierna, a la vez que gritaba, al principio con voz ronca y después como el alarido que profiere un animal herido de muerte: Estevao, Estevao, Estevao… 

 

Continuará.

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 3 de abril de 2011

Martes y Jueves: la ruta de lo que soy.

Cargué la pesada bolsa de bates de madera y la subí con fastidio a la camioneta. Los martes y jueves por la tarde tenía que ir con mi padre y su equipo de jugadores de beisbol al estadio municipal. Mi padre había jugado ese deporte profesionalmente, y aunque retirado de la Liga Mexicana, trabajaba como coach del mejor equipo local; dos veces a la semana entrenaban duramente, de tres y media a seis y media de la tarde. No creo que haya odiado más una actividad deportiva que el beis bol durante mi infancia. Mi madre se lo había pedido expresamente: “llévate a Luisito a las prácticas; el niño va a cumplir ya ocho años y necesita hacer ejercicio”. Mi padre aceptó la idea de buena gana, pero nadie me preguntó si yo estaba de acuerdo.

 

Al llegar al estadio, mi padre nos daba la misma instrucción: “Vamos, rápido, hay que correr durante media hora, muévanse”; después de correr, hacíamos ejercicio variado por otros treinta minutos: calentamiento, estiramientos, sentadillas, lagartijas, fondos y desplantes; después de una hora ininterrumpida, había un receso de cinco minutos y las siguientes dos horas, el equipo de jugadores se dividía por especialidades: algunos jugadores hacían práctica de bateo, otros corrían y practicaban cómo atrapar la pelota elevada, desarrollaban la habilidad para robarse las bases, y barrerse,  otros mas, se ejercitaban para hacer “doble play” tocando a un jugador y lanzando la pelota a home; mi padre esperaba que yo estuviera listo para recoger las pelotas que se le pasaban al cátcher y llevárselas de regreso.

 

Esas tres horas que me parecían eternas; una vez que regresaba de la escuela: me gustaba disponer de mi tiempo libre de una forma distinta: gozaba leer libros que me sugería mi abuela y discutirlos más tarde con ella; me gustaba además escribir relatos en un cuadernillo. A los cinco años empecé a leer y este acontecimiento me pareció como algo prodigioso: de pronto los signos cobraban vida; la combinatoria de las letras que se convertían en palabras me parecía algo mágico; a los seis años aprendí a escribir y mis tardes libres eran un tesoro que no podía ni quería ceder por culpa de aquella imposición.

 

Afortunadamente, conté con la complicidad de mi padre; jamás lo hablamos, pero fue como un acuerdo tácito: después de la primer hora de ejercicio, mi padre me daba oportunidad de que me desapareciera durante las siguientes dos horas. A cambio,  yo no le decía a mi madre que después de la práctica, mi padre y su grupo de jugadores llegaban a la Tienda de Tino a tomar cervezas y a espiar a las jóvenes sirvientas que llegaban a comprar pan dulce para la merienda y que por eso, llegábamos a casa a las ocho de la noche; mi madre creyó toda su vida que aquella práctica de beis bol duraba cuatro horas y media.

 

Aquellas tardes que empezaron como tortura, se convirtieron en una oportunidad que me marcaría de por vida; a unos escasos metros del estadio municipal, estaba la única biblioteca del pueblo; en ese lugar perdía el sentido del tiempo, ahí vencía las horas largas y esos ciento veinte minutos se tornaban instantes que yo quería fueran eternos; en aquellas tardes de los martes y jueves leí La hija del capitán de Aleksander Pushkin, Las Flores del mal de Charles Baudelaire, Maria de Jorge Isaacs, La Divina Comedia de Dante Alighieri y por supuesto El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes y Saavedra; de esa época data también mi afición por las crónicas de viajes de Marco Polo. Mi lectura de su libro de las maravillas impactó para siempre mi afán por viajar: las vívidas descripciones sobre la vida de palacio de una China lejana, desconocida y exótica, las imágenes de Siam, que ahora llamamos Thailandia, la misteriosa Cipango, que posteriormente se llamaría Japón, y las legendarias regiones de Java y Conchinchina, que actualmente forman Vietnam hicieron prometerme que un día, vería con mis propios ojos esos destinos.

 

Al salir de la biblioteca, me reunía con mi padre y su equipo de jugadores revitalizado, con los ojos brillantes por el delirio de viajar y conocer un mundo ancho e inmenso a través de la lectura de aquellos libros; hoy le agradezco a mi padre su apertura para dejarme libre esas tardes de martes y jueves,  que definieron para siempre la ruta de lo que soy…