lunes, 6 de diciembre de 2010

El huevo o la gallina...

Una pregunta frecuente que me hacen aquellos que me conocen es: ¿Por qué te dedicaste a educar? Mi respuesta ha sido siempre la misma: “más que una vocación, es un destino que elegí, dado que me apasiona ser testigo de cómo a través de la educación las personas se transforman y crecen. A veces, a través de errores, otras a través de éxitos, pero es muy emocionante ver su desarrollo. Hace muchos años, pensaba que mis alumnos aprendían de mis exposiciones durante las clases, pero a través del tiempo, me di cuenta que esta era una postura arrogante y pretenciosa y que lo mejor era empujarlos a que aprendiéramos juntos; para lograrlo, tuve que cambiar mi rol y ser un facilitador del proceso. Mi preocupación como docente cambió radicalmente: a partir de entonces me he dedicado a retar a mis alumnos a que busquen información relevante y fresca, a que tengan el valor de compartirla, a que formen redes de aprendizaje y en síntesis, que adquieran destrezas que les sirvan de por vida y para la vida” y de ahí, surge la inevitable pregunta: entonces, ¿para ti, cuál es el objetivo de la educación? el objetivo de la educación es el aprendizaje. Asegurar que los niños y jóvenes tengan un desempeño de acuerdo a los requerimientos de la época es una condición necesaria e imprescindible; y en ese aspecto Latinoamérica tiene un reto enorme por resolver.

Leí hace poco un estudio que menciona que en 2006, un reducido grupo de países latinoamericanos (Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Uruguay) participaron en el Programa de Evaluación Internacional de Estudiantes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. En su totalidad se ubicaron entre los 20 peores lugares en lectura, matemáticas y ciencias, muy por debajo del promedio de casi 60 países. Mejorar la educación debe ser una prioridad en el continente, ya que  la educación es la esperanza y el factor nivelador más importante para garantizar la movilidad social.

Por años la idea de mejorar la educación ha aterrado los sectores más pudientes de la sociedad. Tanto gobiernos como élites han temido que un trabajador mejor educado pudiera afectar la productividad al hacerse más costosa la mano de obra. Hoy es claro que el reto de la competitividad exige trabajadores que tengan las habilidades necesarias para enfrentar los desafíos del siglo XXI. Una inversión que se enfoque en mejorar las oportunidades educativas entre los más humildes se justifica tanto económica como socialmente.

Si bien la brecha entre ricos y pobres ha disminuido en los últimos años en algunos países de America Latina, el abismo entre clases sociales aún es parte de la realidad regional. Mientras cuatro de cada cinco niños en el sector de altos ingresos termina la secundaria, solo uno de cada cinco la termina en el sector más pobre. Diversos estudios muestran que la más lucrativa inversión en capital humano ocurre en los primeros cinco años de vida. Con el propósito de igualar las oportunidades para los niños más pobres,  la Fundación “Alas” de Shakira lanzó en febrero de 2010 una iniciativa para apoyar programas de desarrollo en la primera infancia en nuestro continente.

Por otra parte, otro reto formidable radica en mejorar la calidad educativa de los profesores y de los programas de estudios; la calidad debe medirse por su capacidad de contar con personal capacitado y con los programas de estudios adecuados para proporcionar conocimientos relevantes en el campo laboral. México es uno de los países que está reformando su sistema educativo con el propósito de flexibilizar la primaria y secundaria para facilitar la adopción de un plan de estudios más competente. Claro que para lograrlo, deberá sortear sindicatos, vencer vicios y erradicar corruptelas. Y en este punto ya no sé que es más complicado: si conseguir recursos para apoyar la educación, o reformarla y hacerla más competente…es el eterno dilema sobre que debe ser primero, si el huevo o la gallina…

 

 

 

 

 

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