domingo, 27 de junio de 2010

Pudor y liviandad...

A Carlos Monsiváis la diversa realidad mexicana le tentó siempre; fue un extraordinario cronista: el más incisivo, inteligente y feliz que ha podido dar México, abundante en recrear lo cotidiano. Él hizo de la crónica un género monumental y hasta ahora, nadie detalló con respeto, sagacidad y olfato las oscuras trampas de nuestra realidad desequilibrada y a veces hasta surreal. Presunto implicado en el afán de la representación nacional, Monsiváis escribió sobre México como el país con mil caras o más bien, la nación de las mil máscaras.

Monsiváis no se detuvo nunca: escribió sobre lucha libre, fotografía y telenovelas, danzón, bolero y reinas de la belleza; desde el encarcelamiento de la Trevi, pasando por la justicia enmascarada de El Santo, hasta llegar a los milagros del niño Fidencio. Estos materiales fueron para Monsiváis tan representativos como Chiapas, el ejército zapatista, o el movimiento estudiantil del 68, diversos momentos políticos de nuestro país, que por supuesto incluyó también en su obra. Personalmente, lo vi muchas veces: me lo encontré conversando animadamente en tertulias con Carlos Fuentes, Jose Emilio Pacheco, Armando Ramírez y otros escritores; recuerdo haber asistido a foros en donde le escuché dictando conferencias; me lo encontré casualmente como un espectador mas, en el estreno de la Obra Aventurera, y un día hasta lo vi dormir plácidamente en un vuelo tempranero, de Monterrey a la ciudad de Mexico. Monsiváis era conocido por sus comentarios oportunos e incisivos, con un humor que se antojaba acido;  el maestro de la crónica fue desoladoramente profético, y a la vez, lúcido  e implacable, capaz de burlarse hasta de sí mismo y de su propia muerte; su funeral- homenaje en Bellas Artes destacó por el eclecticismo: su ataúd cubierto con la bandera nacional y con la bandera del orgullo gay, amenizado por un grupo musical que interpretaba Amor Perdido, además de las emotivas palabras de Elena Poniatowska, pudiera describirse como un capítulo de su famosa crónica Escenas de pudor y liviandad que en sus propias palabras fue definido como “el espectáculo en la sociedad del espectáculo; el pudor, la liviandad, los sentimientos extintos de una sociedad que no acaba de ser completamente moderna…”

 

 

 

 

 

 

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