Lo conocí en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, en aquel patio barroco de este edificio construido en 1588 y ubicado en la calle Justo Sierra número 16 del Centro Histórico de la Ciudad de México; CONACULTA ofrecía una recepción con motivo de la entrega del Premio Nacional de Periodismo en 1999. Había música, algarabía, vino de honor, bocadillos y un gran número de invitados: periodistas, escritores, políticos y miembros de la comunidad intelectual de la capital mexicana.
Me lo presentó Carlos Fuentes, fue él quien me jaló del brazo y me dijo muy quedito y sin explicaciones “ven acá”; frente a mí, estaba espigado y elegante, enfundado en un solemne traje negro, una conservadora corbata gris de rombos diminutos, gruesos lentes, pelo engominado y ese gesto adusto que no conocía contemplaciones; “mucho gusto, Maestro Saramago” le dije mientras le extendía la mano; sentí su mano enorme estrechar la mía. Hacía apenas un año, había recibido el premio Nobel de Literatura.
En el mismo grupo de Carlos Fuentes y Jose Saramago estaban Tomas Eloy Martinez, Rossana Fuentes Berain, Patricia Reyes Espíndola, Cristina Pacheco y Sealtiel Alatriste, director de la Editorial Alfaguara. Yo me quedé ahí, al lado de Fuentes, escuchando aquella conversación animada y chispeante. Saramago había llegado de Frankfurt la noche anterior y parecía estar cansado. Durante sus tres días de visita a México, tenía una agenda llena de compromisos, “pero bueno, no he venido de paseo” le dijo a Seatiel con una seriedad que nos hizo borrar las sonrisas.
Jose Saramago nació en Azinhaga, un pueblo que se dedicaba al cultivo del olivo, a unos cien kilómetros de Lisboa, en noviembre de 1922. En 1947 publicó su primera novela, Tierra de pecado, y después tuvo un largo silencio literario: “Sencillamente, porque no tenía nada que decir”. La aseveracion pronunciada aquella tarde, era cierta: Saramago jamás anduvo de paseo; su intensa y fructífera vida así lo demuestra: desde muy joven incursionó en el Partido Comunista. Participó de la “Revolución de los claveles”, que acabó con la dictadura portuguesa de Antonio de Oliveira Salazar en 1974. Quería el socialismo, pero el socialismo jamás llegó a Portugal. En 1980 publicó la que fue considerada su primera gran novela, Levantado del suelo, narración en donde destacan la imaginación poética, el humor y la ironía con la mirada puesta en la lucha de clases y la pelea contra la dictadura.
Saramago se sentía responsable de cambiar el mundo. Por eso escribía contra las miserias humanas, contra las miserias del poder, contra las miserias del capitalismo. Un ejemplo de esta postura que no admitía concesiones se encuentra en Ensayo sobre la ceguera, ese libro-parábola que le valió el respeto de sus lectores. A los 63 años se encontró con la periodista Pilar del Río, veintisiete años menor que él. Fue un amor de cuento: Saramago dice que paró los relojes de su casa a la hora en que la conoció. En 1998 ganó el Premio Nobel de Literatura. “El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir”, dijo en Estocolmo, el día que lo recibió. Hablaba de su abuelo de Azinhaga, ese pueblo que ahora lo hacía rabiar: la Unión Europea pagó para que arrancaran los olivos y, contó Saramago, “hectáreas y hectáreas de tierra plantada de olivos fueron inmisericordemente arrasadas”.
Bajo un olivo, el que como una revancha hizo plantar en el jardín de su casa en la Isla Lanzarote, España, descansará el autor. Su cuerpo será trasladado a Lisboa, donde habrá un funeral de Estado, y posteriormente será cremado. Las cenizas se repartirán entre Portugal, su país natal y en España, su país de exilio.” Indudablemente en nuestros viajes, llegamos siempre a tiempo a donde nos esperan” dijo Saramago en una de sus obras. El maestro que jamás anduvo de paseo, finalmente ha llegado puntualmente a la cita: Descanse en Paz.
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