Aunque no nací en Monterrey, me unen tantos lazos personales y profesionales con esa ciudad, que lo que ocurra ahí me impacta, me desvela y me preocupa; a diario leo noticias y busco información a través de diversas fuentes para mantenerme enterado de lo que ahí ocurre; esta semana, en forma brutal y salvaje, el agua buscó y reclamó sus antiguos cauces en los ríos secos que rodean la capital de Nuevo León. El Huracán Alex, convertido en tormenta tropical, cobró la vida de personas, dejó cuantiosos damnificados y millonarias pérdidas. Desde el miércoles por la noche se empezó a sentir en la ciudad el embate de las intensas lluvias. En sólo unas horas, el río Santa Catarina que circunda Monterrey creció como no lo hacía desde hace 22 años durante el huracán Gilberto.
Jamás he logrado entender por qué el lecho del Rio Santa Catarina tuvo que ser transformado para ser utilizado con fines comerciales. ¿Sería solamente por ambición gubernamental? Siempre me he preguntado: ¿por qué albergar una infraestructura urbana inverosímil justo ahí, en el lecho del rio? A lo largo de los años, he visto canchas de futbol y campos de golf; albercas, chapoteaderos, pistas de go-karts y bicicletas, mercados de pulgas, juegos mecánicos, espacios para aprender a conducir, circos, patinaderos y todo negocio que prometa dejar utilidades y jugosos impuestos. El estado olvidó que no hay nada más traicionero que un río seco; durante la mañana del jueves, el agua del río, revuelta y de color tierra, empezó a rugir anticipando a los ciudadanos lo que estaba por llegar: las inundaciones, y con ellas, decenas de pasos a desnivel quedaron anegados, carriles de autopistas y carreteras desaparecieron en los deslaves, y amplios sectores urbanos han permanecido en penumbra y sin servicio de agua potable. Durante estos días, las calles y avenidas de Monterrey se convirtieron en auténticos ríos. Los coches fueron arrastrados, sin que sus conductores pudieran hacer nada más que saltar y nadar hasta la orilla para salvar sus vidas. Las corrientes de los apaciguados ríos y arroyos de Monterrey arrastraron lo que había a su paso: coches, camiones, tráileres, muebles, pedazos de casas, pedazos de pavimento, y hasta personas.
Hoy la lluvia ha cesado pero la incomunicación predomina: hay derrumbes, deslaves, escurrimientos y muchas de las arterias de comunicación están inservibles; el caos se ha apoderado de la ciudad y me pregunto ¿cómo volverán sus habitantes a la rutina normal de actividades esta próxima semana?. Los principales accesos están bloqueados. Las contradicciones urbanísticas del lecho del Rio Santa Catarina han quedaron al descubierto. El agua turbulenta buscó su camino y lo encontró a pesar de los muros de contención, edificios y casas habitación. Los aludes se llevaron carriles de la avenida Constitución y de Morones Prieto, así como muchas de las calles alrededor de la ciudad. Tal vez lo único positivo es la tregua que el narcotráfico tuvo que hacer en estos días de huracán; paradójicamente Monterrey durante su encierro ha gozado de una paz que hace años no sentía…aunque por supuesto, el precio es demasiado alto.
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