Sergio besó la mejilla de su esposa Raquel y al despedirse, le dijo: “acuérdate que regreso el viernes como a las 7 de la noche, si quieres, vamos al cine y luego a cenar; busca en la cartelera alguna película que te guste”. Llevaba en la mano la maleta negra con la ropa indispensable para los tres días del viaje de trabajo; un traje azul marino, un saco sport color gris Oxford, tres camisas blancas y tres corbatas. La ropa interior la había acomodado como siempre, en pequeñas bolsas de plástico; siempre empacaba un pantalón corto, una playera, un par de tenis, y los artículos de higiene personal: cepillo de dientes, pasta dental, desodorante y una colonia fresca; subió apresuradamente al carro y con la mano derecha le dijo adiós a su mujer, mientras maniobraba el volante con la izquierda, para sacar el auto de la cochera. Raquel como siempre, había salido a despedirlo. Al día siguiente, ella se lamentaría que aquel beso de adiós hubiera sido tan furtivo; fue la última vez que lo vio.
Grácil y de baja estatura, Raquel había nacido y vivido siempre en Queretaro; se había casado hacia veinte años y sus aspiraciones de trabajar fuera de casa fueron interrumpidas por el embarazo y posteriormente por el nacimiento de su única hija, después no volvió a mencionar el asunto y prefirió quedarse en casa. Espigado y atlético, Sergio trabajaba en una empresa ubicada en la zona industrial de Queretaro, pero las oficinas corporativas estaban en el corazón del centro histórico de la ciudad de México y dos veces al mes, trabajaba varios días en las oficinas de la capital. Responsable y honesto Sergio era apreciado en su trabajo; su jefe le había anunciado que al final de año le daría un ascenso así como un aumento salarial razonable; Cecilia, su hija única, acababa de cumplir diecisiete años y empezaba apenas la carrera de Administración de Empresas.
Aquella tarde había poco trafico en la autopista de Queretaro a la ciudad de México; Sergio condujo sin contratiempos y al llegar, se registró de inmediato en el hotel; siempre se hospedaba el mismo sitio: el Hotel Principado, porque estaba ubicado muy cerca de las oficinas de la compañía, además, el hotel contaba con un gimnasio equipado; Sergio hacia ejercicio durante una hora; diariamente se levantaba temprano y corría en una de las bandas durante treinta minutos, posteriormente pasaba el tiempo restante haciendo pesas. Justo estaba en el gimnasio cuando ocurrió aquel terrible sismo en México.
Raquel acababa de dejar a Cecilia a la escuela; eran las siete y quince de la mañana, cuando escucho en el radio una noticia: ”Un terremoto de 7.8 en la escala de Richter acaba de ocurrir en la ciudad de México”. Raquel sintió que la vista se le nublaba; manejó de prisa para llegar a su casa, esperaba que Sergio se comunicara de inmediato con ella. Minutos más tarde, también por el radio, Raquel escuchó que el centro de la ciudad de México era el área mas dañada, muchos hoteles se habían derrumbado, y entre la lista, estaba el Hotel Principado. Raquel espero todo ese día una llamada que nunca llegó y al día siguiente se traslado a la ciudad de México y recorrió, apoyada por un grupo de la empresa, diferentes hospitales y puestos de la Cruz Roja, y presa de la desesperación insistió en unirse a un grupo de rescate y excavar con sus propias uñas entre los escombros del hotel Principado. Doce días más tarde, vestidas de negro y devastadas por el dolor, Raquel y Cecilia llevaron en sus manos aquel minúsculo cofre que contenía las cenizas de Sergio, para asistir a una misa en su memoria. Al verlas, pensé en la fragilidad de la vida y me hice muchas preguntas que aun hoy, veinticinco años más tarde, no he podido resolver.
El recuerdo de la historia de Raquel y Sergio vino a mí de nuevo hace unos días, al enterarme que una universidad local, Lynn University, envió a doce estudiantes y dos profesores a Port du Prince, Haití, el domingo 10 de Enero; el grupo participaba en una misión llamada Journey for Hope, un servicio social comunitario que apoyaría la labor de Food for the Poor; el grupo arribó a la capital de la isla y se instalo en el Hotel Montana e inicio su trabajo de llevar alimentos a huérfanos y desamparados; el martes 12 de Enero, el grupo regreso al hotel, ocho estudiantes decidieron refrescarse del polvo y el calor húmedo, y se metieron a nadar a la piscina del hotel a las 4:30 de la tarde; los cuatro restantes y los dos profesores se retiraron a sus habitaciones a descansar. Poco después de las cinco de la tarde ocurrió el terremoto de 7.8 grados en la escala de Richter; los ocho estudiantes que nadaban alcanzaron a salir corriendo y salvaron sus vidas; de los cuatro estudiantes y los dos profesores nada se sabe. La universidad no ha reparado en esfuerzos por localizarlos y excavando entre los bloques de cemento y varillas, recorriendo hospitales en Haití y Republica Dominicana, pero los esfuerzos han sido en vano; nadie sabe de ellos y no han encontrado ni sus restos. Este fin de semana, el gobierno de Haití decidió parar las labores de rescate y con ello se apagan las esperanzas de sus familias.
Durante varias noches he pensado en esta historia, he recordado los días amargos de Raquel e imaginado el dolor de las familias de aquellos que fueron a apoyar a un país y no regresaron; he concluido que dejare de cuestionarme porque mi entendimiento y visión son limitadas; aunque no tengo respuestas, conozco a Aquel que si las tiene. Confío en que El sabe mejor y prefiero no preguntar mas…
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