Hace poco más de un mes, recorrí la Feria Art Miami en su versión 2009 y al final de mi visita me detuve a contemplar un cuadro titulado “Los Niños de Haití”. No pude menos que sonreír porque aquella imagen bucólica y romántica no coincidía con la imagen de los niños de Haití que yo había visto durante mis visitas a ese país. Los niños que aparecían en la pintura, estaban vestidos impecablemente, caminaban entre un follaje verde y fértil. Los niños que yo vi en Haití caminaban descalzos entre la tierra estéril y seca, andaban desnudos y en sus ojos tenían la luz opaca de la desesperanza y el hambre; Recuerdo a los niños de Daphne, una maestra que conocí durante una visita a una pequeña escuela; Daphne enseñaba en un salón con paredes a medio construir a seis grupos de niños simultáneamente; en ese espacio reunían todos los grados de la escuela primaria, de primero a sexto año. Daphne me dijo que diariamente tenía que caminar tres millas con sus dos hijos, una niña de un año y medio en brazos, y su niño de cuatro, para poder llegar a la escuela; salían de su casa al amanecer, después de desayunar una taza de café negro y un trozo de pan. Al llegar a la escuela, antes de iniciar sus labores, colocaba a la niña en el suelo, pegada a sus piernas y en los descansos aprovechaba para cambiarle su pañal de tela; su niño deambulaba llorando por aquel salón de clases, por el hambre y la sed. Sin embargo, Daphne me dijo que se sentía feliz, al tener a sus hijos con ella mientras trabajaba; su sueldo era el equivalente a tres dólares diarios.
Esas son mis memorias de Haití, que difieren de aquella imagen pictórica; pero debo admitir con amargura que el terremoto ocurrido el pasado martes 12 de Enero, hizo a un país que no tenia nada, tener aun menos; el sismo hizo evidente lo que supimos siempre: en Haití no había gobierno, ni estructura, ni infraestructura. Durante estos días posteriores al sismo, en ese país llamado Haití no ha habido autoridad municipal, ni estatal a cargo de la situación. Su capital es un cementerio en ruinas en donde deambulan heridos, y sobrevivientes, saltando cadáveres. ¿Cuantos muertos hay? Es la pregunta que nuestra mente occidental acostumbrada a medir y a contabilizar cifras comparativas nos empuja a cuestionar. Cualquier numero que leamos será falso: ¿quien los cuenta? ¿Quien tiene la autoridad? René Praval, su presidente balbuceó apenas ante las cámaras; en su declaración dijo que durante del sismo había perdido su casa y no sabía dónde iba a dormir. No hay comunicación, ni suficientes hospitales, ni medicamentos, no hay agua, hay escasa energía y dentro de muy poco no habrá combustible. “Haití ya no existe, solo existen cadáveres sin sepultar” dijo un haitiano que había perdido casa y familia, y que vagaba sin saber a donde ir, al ser entrevistado por un periodista. Los sobrevivientes viven una pesadilla dantesca, un infierno que pronto empezará a perder la calma y lo que viene es el saqueo, los disparos y el pillaje. El reto para la comunidad internacional es formidable y la esperanza es lograr sacar de las cenizas y los escombros, dentro de los próximos cinco años, la construcción de un país digno y sustentable. No sé quien compraría el cuadro aquel que vi en la Feria de Miami; pero espero que esa imagen que hasta hace un mes era “romántica” constituya la premonición de una vida fértil, sobre todo para los niños de Haití.
No hay comentarios:
Publicar un comentario