domingo, 31 de enero de 2010

Obama y el tren...

Había agendado mi viaje y reuniones en la Universidad de Tampa desde hace dos meses sin imaginarme que habría de coincidir con la inesperada visita del Presidente Barack Obama. No pude ni quise protestar por los cambios en mi agenda de trabajo; el boleto de entrada compensó cualquier queja. Con la emoción de conocer y escuchar en vivo a uno de los lideres y estrategas más importantes del mundo, esa mañana me levante y vestí para llegar a la universidad a tiempo y hacer fila para entrar al recinto antes de las 12:30 hora en que iniciaría el evento. Café en mano, me formé y caminé lentamente en medio de un gran dispositivo de seguridad hasta llegar finalmente a mi asiento. Durante la apertura, me conmovió ver en el escenario a dos niñas pequeñas: Sofía Cárdenas de 7 años y Sussanah Wertz de 9, alumnas de St Mary’s Episcopal Day School guiando la tradicional “Pledge of Allegiance”; inmediatamente después Melissa Steiner, una joven estudiante de origen asiático de la Universidad de Tampa interpretó magistralmente a capella el “National Anthem”. La banda de música de la universidad interpreto una pieza musical y al concluir, aquel monstruo de tres mil cabezas  estalló en gritos: Ahhh… Ahhh….Obama! Obama!  Obama!  el gimnasio se estremeció hasta los cimientos; lo vi a solo tres metros de mi asiento: Barack Obama llegó con una sonrisa capaz de desarmar a cualquiera; busqué en su rostro huellas de cansancio en su rostro, habían pasado solo unas horas después de su informe presidencial en Washington. No había tal fatiga, vi a un líder radiante, lleno de energías; enfundado en un impecable traje de lana negro, camisa blanca y corbata de rayas blancas y negras que estilizaban su espigada figura. El gimnasio de la Universidad de Tampa lucia abarrotado de estudiantes, profesores, políticos y gente de comunidad local. Allá afuera, muchos no lograron entrar, a pesar de haber esperado más de tres horas, y haber tenido que luchar el día anterior por un boleto haciendo fila durante más de cuatro horas.

Obama es un orador articulado, carismático y con dominio escénico; anunció lo que la gente ansiaba escuchar: la construcción de una red ferroviaria de alta velocidad en el país, que incluirá trece líneas en total. Los trenes bala unirán varios corredores  estratégicos en el país;  en Florida específicamente conectara a Orlando y Tampa y en una segunda etapa a Miami; en California unirá a Los Angeles y a San Francisco; la inversión alcanza los 8,000 millones de dólares. Obama sabe que su gobierno debe desarrollar las economías regionales y por supuesto dar opciones al transporte vehicular y aéreo, especialmente en las zonas de rápido crecimiento. Este plan por supuesto, generara empleos y será uno de los varios pasos para combatir la desocupación en momentos en que la tasa de desempleo alcanza el alarmante nivel del diez por ciento en el país.

Predicando con el ejemplo, Obama dijo al final de su discurso a la vez que se quitaba el saco: “El cambio nunca llega sin lucha, Florida. Y yo no dejare de luchar y sé que ustedes tampoco. Es momento de arremangarnos las mangas de la camisa y de trabajar todos juntos, para restaurar la economía de este nuestro gran país”. Un hombre de piel oscura grito allá atrás: “Si, si podemos” a lo que el Presidente respondió de inmediato: “Si, si podemos” y de nuevo el monstruo se enardeció al ver a su líder despojarse de su saco negro, mostrar su delgada figura y quedar expuesto en mangas de camisa,  invitando a la gente a iniciar el dialogo, a través de sus preguntas. Obama mostró una vez mas ser un torero que sabe torear el toro;  en Tampa hay confianza en su habilidad de lucha y en la fortaleza de su liderazgo para hacer  que su “tren de alta velocidad” sea el principio de una economía más saludable. Yo me uno a este grupo de la esperanza, confiando en que su tren bala nos lleve a un mejor destino…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 24 de enero de 2010

No mas preguntas...

Sergio besó la mejilla de su esposa Raquel y al despedirse, le dijo: “acuérdate que regreso el viernes como a las 7 de la noche, si quieres, vamos al cine y luego a cenar; busca en la cartelera alguna película que te guste”. Llevaba en la mano la maleta negra con la ropa indispensable para los tres días del viaje de trabajo; un traje azul marino, un saco sport color gris Oxford, tres camisas blancas y tres corbatas. La ropa interior la había acomodado como siempre, en pequeñas bolsas de plástico; siempre empacaba un pantalón corto, una playera, un par de tenis, y los artículos de higiene personal: cepillo de dientes, pasta dental, desodorante y una colonia fresca; subió apresuradamente al carro y con la mano derecha le dijo adiós a su mujer, mientras maniobraba el volante con la izquierda, para sacar el auto de la cochera. Raquel como siempre, había salido a despedirlo. Al día siguiente, ella se lamentaría que aquel beso de adiós hubiera sido tan furtivo; fue la última vez que lo vio.  

Grácil y de baja estatura, Raquel había nacido y vivido siempre en Queretaro; se había casado hacia veinte años y sus aspiraciones de trabajar fuera de casa fueron interrumpidas por el embarazo y posteriormente por el nacimiento de su única hija, después no volvió a mencionar el asunto y prefirió quedarse en casa. Espigado y atlético, Sergio trabajaba en una empresa ubicada en la zona industrial de Queretaro, pero las oficinas corporativas estaban en el corazón del centro histórico de la ciudad de México y dos veces al mes, trabajaba varios días en las oficinas de la capital. Responsable y honesto Sergio era apreciado en su trabajo;  su jefe le había anunciado que al final de año le daría un ascenso así como un aumento salarial razonable; Cecilia, su hija única, acababa de cumplir diecisiete años y empezaba apenas la carrera de Administración de Empresas.

Aquella tarde había poco trafico en la autopista de Queretaro a la ciudad de México; Sergio condujo sin contratiempos y al llegar, se registró de inmediato en el hotel; siempre se hospedaba el mismo sitio: el Hotel Principado, porque estaba ubicado muy cerca de las oficinas de la compañía, además, el hotel contaba con un gimnasio equipado; Sergio hacia ejercicio durante una hora; diariamente se levantaba temprano y corría en una de las bandas durante treinta minutos, posteriormente pasaba el tiempo restante haciendo pesas. Justo estaba en el gimnasio cuando ocurrió aquel terrible sismo en México.

Raquel acababa de dejar a Cecilia a la escuela; eran las siete y quince de la mañana, cuando escucho en el radio una noticia: ”Un terremoto de 7.8 en la escala de Richter acaba de ocurrir en la ciudad de México”. Raquel sintió que la vista se le nublaba; manejó de prisa para llegar a su casa, esperaba que Sergio se comunicara de inmediato con ella. Minutos más tarde, también por el radio, Raquel escuchó que el centro de la ciudad de México era el área mas dañada, muchos hoteles se habían derrumbado, y entre la lista, estaba el Hotel Principado. Raquel espero todo ese día una llamada que nunca llegó y al día siguiente se traslado a la ciudad de México y recorrió, apoyada por un grupo de la empresa, diferentes hospitales y puestos de la Cruz Roja, y presa de la desesperación insistió en unirse a un grupo de rescate y excavar con sus propias uñas entre los escombros del hotel Principado. Doce días más tarde, vestidas de negro y devastadas por el dolor, Raquel y Cecilia llevaron en sus manos aquel minúsculo cofre que contenía las cenizas de Sergio, para asistir a una misa en su memoria. Al verlas, pensé en la fragilidad de la vida y me hice muchas preguntas que aun hoy, veinticinco años más tarde, no he podido resolver.

El recuerdo de la historia de Raquel y Sergio vino a mí de nuevo hace unos días, al enterarme que una universidad local, Lynn University, envió a doce estudiantes y dos profesores a Port du Prince, Haití, el domingo 10 de Enero; el grupo participaba en una misión llamada Journey for Hope, un servicio social comunitario que apoyaría la labor de Food for the Poor; el grupo arribó a la capital de la isla y se instalo en el Hotel Montana e inicio su trabajo de llevar alimentos a huérfanos y desamparados; el martes 12 de Enero,  el grupo regreso al hotel,  ocho estudiantes decidieron refrescarse del polvo y el calor húmedo, y se metieron a nadar a la piscina del hotel a las 4:30 de la tarde; los  cuatro restantes y los dos profesores se retiraron a sus habitaciones a descansar. Poco después de las cinco de la tarde ocurrió el terremoto de 7.8 grados en la escala de Richter; los ocho estudiantes que nadaban alcanzaron a salir corriendo y salvaron sus vidas; de los cuatro estudiantes y los dos profesores nada se sabe. La universidad no ha reparado en esfuerzos por localizarlos y excavando entre los bloques de cemento y varillas, recorriendo hospitales en Haití y Republica Dominicana, pero los esfuerzos han sido en vano; nadie sabe de ellos y no han encontrado ni sus restos. Este fin de semana, el gobierno de Haití decidió parar las labores de rescate y con ello se apagan las esperanzas de sus familias.

Durante varias noches he pensado en esta historia, he recordado los días amargos de Raquel e imaginado el dolor de las familias de aquellos que fueron a apoyar a un país y no regresaron;  he concluido que dejare de cuestionarme porque mi entendimiento y visión son limitadas; aunque no tengo respuestas, conozco a Aquel que si las tiene. Confío en que El sabe mejor y prefiero no preguntar mas…

 

 

  

 

 

domingo, 17 de enero de 2010

Los Niños de Haití

Hace poco más de un mes, recorrí la Feria Art Miami en su versión 2009 y al final de mi visita me detuve a contemplar un cuadro titulado “Los Niños de Haití”. No pude menos que sonreír porque aquella imagen bucólica y romántica no coincidía con la imagen de los niños de Haití que yo había visto durante mis visitas a ese país. Los niños que aparecían en la pintura, estaban vestidos impecablemente, caminaban entre un follaje verde y fértil. Los niños que yo vi en Haití caminaban descalzos entre la tierra estéril y seca, andaban desnudos y en sus ojos tenían la luz opaca de la desesperanza y el hambre; Recuerdo a los niños de Daphne, una maestra que conocí durante una visita a una pequeña escuela; Daphne enseñaba en un salón con paredes a medio construir a seis grupos de niños simultáneamente; en ese espacio reunían todos los grados de la escuela primaria, de primero a sexto año. Daphne me dijo que diariamente tenía que caminar tres millas con sus dos hijos, una niña de un año y medio en brazos, y su niño de cuatro, para poder llegar a la escuela; salían de su casa al amanecer, después de desayunar una taza de café negro y un trozo de pan. Al llegar a la escuela, antes de iniciar sus labores, colocaba a la niña en el suelo, pegada a sus piernas y en los descansos aprovechaba para cambiarle su pañal de tela; su niño deambulaba llorando por aquel salón de clases, por el hambre y la sed. Sin embargo, Daphne me dijo que se sentía feliz, al tener a sus hijos con ella mientras trabajaba; su sueldo era el equivalente a tres dólares diarios.

Esas son mis memorias de Haití, que difieren de aquella imagen pictórica; pero debo admitir con amargura que el terremoto ocurrido el pasado martes 12 de Enero, hizo a un país que no tenia nada, tener aun menos; el sismo hizo evidente lo que supimos siempre: en Haití no había gobierno, ni estructura, ni infraestructura. Durante estos días posteriores al sismo, en ese país llamado Haití no ha habido autoridad municipal, ni estatal a cargo de la situación. Su capital es un cementerio en ruinas en donde deambulan heridos, y sobrevivientes, saltando cadáveres. ¿Cuantos muertos hay? Es la pregunta que nuestra mente occidental acostumbrada a medir y a contabilizar cifras comparativas nos empuja a cuestionar. Cualquier numero que leamos será falso: ¿quien los cuenta? ¿Quien tiene la autoridad? René Praval, su presidente balbuceó apenas ante las cámaras; en su declaración dijo que durante del sismo había perdido su casa y no sabía dónde iba a dormir. No hay comunicación, ni suficientes hospitales, ni medicamentos, no hay agua, hay escasa energía y dentro de muy poco no habrá combustible. “Haití ya no existe, solo existen cadáveres sin sepultar” dijo un haitiano que había perdido casa y familia, y que vagaba sin saber a donde ir, al ser entrevistado por un periodista. Los sobrevivientes viven una pesadilla dantesca, un infierno que pronto empezará a perder la calma y lo que viene es el saqueo, los disparos y el pillaje. El reto para la comunidad internacional es formidable y la esperanza es lograr sacar de las cenizas y los escombros, dentro de los próximos cinco años, la construcción de un país digno y sustentable. No sé quien compraría el cuadro aquel que vi en la Feria de Miami; pero espero que esa imagen que hasta hace un mes era “romántica” constituya la premonición de una vida fértil, sobre todo para los niños de Haití.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 9 de enero de 2010

Deuda

Nació con los ojos abiertos; minutos después de haber nacido, vio a su padre directamente a los ojos; al ver esa escena, casi puedo asegurar que deseaba poder hablar y decirle lo contenta que se sentía al estar finalmente afuera. De su mamá, heredó la belleza y la dulzura del corazón y al igual que su padre, tiene el afán por ser firme e independiente,  por registrar toda la información y analizarla; Grace desmenuza lo que ve, especialmente lo que se mueve;  para ella, el movimiento es la forma. Con esos ojos como luceros, observa el ritmo de la vida: “Bella, todo en la vida es un vaivén, la vida es como el mar, hay olas que se retiran pero vuelven; la vida es como el sol, un día se va y otro día viene…” le digo secretamente al oído. A Grace le gusta experimentar con sus dedos tocando nuevas texturas, le agrada oír nuevos ruidos, y sonríe al moverse, rodando sin restricciones por su cuna. Aunque solo tiene  cinco meses, sabe muy bien lo que quiere: quiere comer, quiere que la carguen cuando ella lo decide, quiere que la dejen en paz cuando se cansa de los brazos, quiere en pocas palabras,  como Emiliano Zapata, “tierra y libertad”. Yo la miro a los ojos y encuentro un crisol de luz en su mirada; sus ojos son relámpago en reposo; en su fulgor hay un rayo dormido; su entornada sonrisa ilumina mis fines de semana, sus manos y pies sonrosados me hipnotizan y no quiero hacer nada sino contemplarla y decirle que es bella como una mañana de Abril;  Con Grace la luz del cielo se sosiega y anima; hay en la transparencia de sus ojos, la transparencia del silencio, o del grito; teniendo a Grace se me olvida el tiempo, pues con ella el tiempo se sacia y rebasa relojes; en la quietud absorta y en el torbellino de tener a Grace en mis brazos, se consumen sin sentirlo mis horas y los días; hoy escribo este texto para mi segunda nieta; no me avergüenza sentirme chocho y senil, confieso que soy feliz. ¿Sera que mi verdadera vocación es ser abuelo? Por muchos años llegué a pensar que la vida me debía mucho y que debía cobrarle caro; sin embargo con Grace le he quedado en deuda…

 

 

 

sábado, 2 de enero de 2010

Despertar...

Sentí tu mano acariciar mi rostro esa mañana decembrina y abrí los ojos; vi tus ojos junto a los míos; tu sonrisa iluminó mi despertar a un día que se había convertido en un horizonte de latidos; te recostaste junto a mí y empezamos a jugar en la cama; tu risa era un teñir de campanas de cristal y tus manos aplaudían llevando el ritmo de una nueva canción que cantaba solo para ti. Tu pijama era suave y tersa como tu piel de durazno, tu cuerpo exudaba un aroma fresco y tierno; nos abrazamos con fuerza; besé tus mejillas sonrosadas y musité quedamente en tu oído “ eres una princesa…”  y oí tu risa diáfana, como una cascada de agua cayendo libremente sobre un lecho de musgo tierno, verdes helechos y sonrientes surtidores apuntando al cielo.

Buscando mis pantuflas con mis pies descalzos, me levanté para llevarte entre mis brazos a ver el árbol de Navidad; sus luces te deslumbraron y acariciaste delicadamente la misma esfera dorada que has tocado con las yemas de tus dedos desde el día en que llegaste con tu padre, de vacaciones a casa; quedamente te conté una dulce historia de Navidad y te prometí que en Nochebuena recibirías muchos regalos; vi el brillo de la ilusión encender tus ojos y sus destellos iluminaron aun mas aquel árbol lleno de esperanzas.

Hoy que las luces de la Navidad se han apagado, he guardado con mucho cuidado las esferas doradas y empacado en una enorme caja de cartón, el árbol inerte y sombrío;  esta mañana tú te has ido lejos, muy lejos, de regreso a casa; en este rincón solitario de la casa, mi corazón sangra y me araña; escribo estas líneas para ti, Annamaria, deseando volver a sentir tu mano acariciando mi rostro,  para sentir la dicha de despertar viendo tus ojos, una mañana en Abril…   

 

Tu abuelo.