lunes, 7 de diciembre de 2009

Deme dos...

Vi al hombre de edad madura y aspecto latino apoyarse en una mesita alta, para hacer un cheque por cien mil dólares, con la facilidad con la que yo firmo un cheque de cuarenta y dos dólares para pagar el recibo de agua. “El que tiene para comprar arte lo compra, estemos en recesión o no” dijo Patrick, mi amigo con quien recorrí la Feria Art Miami en su versión 2009. Procedentes de Guadalajara, Patrick y su novia Ana habían llegado la noche anterior a Miami, con el propósito de recorrer los ocho mil pies cuadrados que constituyen el espacio destinado a los expositores de las galerías de arte. Caminamos despacio entre visitantes, coleccionistas y compradores aglomerados como moscas en miel. Entre las galerías que integraron esta edición de Art Miami  destacaron Barry Friedman y Nancy Hoffman Gallery de Nueva York, Jenkin Johnson Gallery  de San Francisco, Krisler Galería de Arte de Madrid, Juan Ruiz Galería de Venezuela y Piece Unique de París, entre muchísimas otras.

Este año, los coleccionistas asiáticos y europeos se quedaron en casa y ha surgido una nueva generación de compradores importantes que dominaron la feria: los coleccionistas latinoamericanos. Hasta hace poco, cuando el mercado del arte seguía en su “boom”, compradores adinerados de varias economías poderosas venían a Miami durante la feria, en busca de obra de artistas contemporáneos, reconocidos o incluso desconocidos, con talento y potencial. Indudablemente las cosas han cambiado, pero algunas economías latinoamericanas parecen inmunes a la recesión; los nuevos poderosos son los brasileños, venezolanos, colombianos que viajan de sus países o que se han avecindado en el sur de la Florida, y que son reconocidos por la actitud de desdén que adoptamos los latinos cuando vamos de compras al centro comercial y vemos un producto “barato”: “deme dos” expresamos con naturalidad. Este año, pude observar que en las galerías de la feria había personal que hablaba Portugués para atender los pedidos y facilitar los procesos de compra de algunos acaudalados brasileños monolingües; la Galería Sperone Westwater vendió una pintura del artista argentino Guillermo Kuitca —cuyos aguados diagramas de escenas teatrales forman parte de una gran retrospectiva en el Museo de Arte de Miami, por la irrisoria cantidad de doscientos cincuenta mil dólares. Dos galerías brasileñas afirmaron que vendieron casi todas sus obras en el día de apertura, gracias a los compradores de ese país. Las esculturas de neón del artista chileno Iván Navarro resplandecían desde varios puestos de distintas galerías; incluida la neoyorquina Paul Kasmin, donde un coleccionista latinoamericano pidió que le reservaran una pieza de Navarro de cincuenta y cinco mil dólares titulada "Ocio". Juan Verguez y Patricia Pearson, conocidos coleccionistas de Buenos Aires, descubrieron una escultura en forma de burbuja por veintisiete mil dólares del artista argentino Tomás Saraceno en el puesto de la galería danesa Andersen's Contemporary. En lugar de llevársela a casa, le dijeron al marchante de arte que preferirían encargar una escultura similar pero el "doble de grande".

Por mi parte, esa tarde me dediqué a mi pasatiempo favorito: observar a la gente, sus actitudes, movimientos, y pretensiones; viendo a los coleccionistas obsesivos expresar sus compulsiones en sus procesos de compra, imaginé tantas historias que uno de estos días, les contaré alguna, con la salvedad que es fruto de la arbitraria imaginación que me sigue y persigue por las calles en donde transito; disfruté también tomando fotos de varias de las obras expuestas, sonriendo hacia afuera y riendo hacia adentro, cuando los representantes de las galerías se acercaban para decirme el precio de la pintura o escultura que acababa de registrar con mi cámara, como si se tratara de comprar un kilo de tomates y uno debiera aprovechar lo barato de la temporada;  las cantidades iban desde lo inalcanzable hasta lo inimaginable; de cualquier modo, salí de la feria Art Miami 2009 relajado y feliz, por haber recorrido mundos imaginados de los nuevos propietarios de las obras adquiridas. Para seguir con la fiesta, me fui a cenar con Patrick y Ana, mis jóvenes amigos de Guadalajara, al Ceviche 105, el mejor restaurant peruano de Miami y pedí una cerveza Cuzqueña, un ceviche bañado en salsas de ají y un pescado “a lo macho” repleto de mariscos. Cuando iba a la mitad de la cena, la mesera se acerco a la mesa y me preguntó: ¿le traigo otra cerveza? “Claro, respondí de inmediato, deme dos…”

 

 

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