lunes, 2 de julio de 2012

El catrin

Ayer seguí con gran detenimiento la cobertura noticiosa de las elecciones de mi país. El resultado no me sorprende: ganó “el catrín” Enrique Peña Nieto. Muchos y muy difíciles son los desafíos que el flamante presidente tiene por delante para sacar a Mexico de su postración: desactivar la violencia causada por el narcotráfico, reducir la brecha entre ricos y pobres, reformar la educación, dinamizar la economía y profundizar la democracia. Pero hay una tarea que ya no puede esperar: terminar con los monopolios. El nuevo presidente tiene que fomentar la competencia, apertura y transparencia en la industria petrolera, donde hoy hay monopolio estatal no sólo en la prospección y explotación del petróleo sino en la distribución de combustibles; y debe hacerlo también en otros oligopolios privados, como las cervezas, el cemento y por supuesto, en los medios de comunicación.

Tal vez valdría la pena esbozar un perfil de quién es y de donde sale “el catrín”: Nacido en Atlacomulco, Estado de México, en 1966, Enrique era un niño muy bien acicalado, de buenos modales. Licenciado en derecho por la Universidad Panamericana, vinculada al Opus Dei, su carrera política ha sido corta e intensa: fue gobernador del Estado de México, y ha gastado millones en promover su imagen televisiva. Viudo de su primera mujer, cuya muerte fue objeto de múltiples especulaciones, siempre desmentidas por él mismo, padre de cinco hijos, dos de ellos fuera del matrimonio, y mujeriego confeso, su segunda boda con la actriz de telenovelas Angélica Rivera, La Gaviota, contribuyó a alimentar su imagen de galán de telenovelas. Su tropezón más estrepitoso ocurrió en la Feria de Guadalajara, donde, a preguntas de un periodista, no fue capaz de mencionar otro libro distinto a la Biblia y confundió títulos y autores atribuyendo al historiador Enrique Krauze una obra de Carlos Fuentes.

Su error trascendió fronteras e incendió las redes sociales pero no enfrió su ventaja en las encuestas. Supo esquivar el escándalo de corrupción de Humberto Moreira, gobernador de Coahuila y presidente del PRI, cuya dimisión en diciembre pasado supuso un gran alivio para “el catrín”. Sorteó la investigación a tres ex gobernadores priístas de Tamaulipas por supuestos nexos con el crimen organizado. Pero la piedra en el camino hacia la presidencia le estaba esperando el 11 de mayo en el lugar más insospechado, la Universidad Iberoamericana de México, adonde acudió para participar en un diálogo con estudiantes y acabó arrinconado por una sonora protesta de estos jóvenes. La imagen del candidato refugiado por fuera de un baño mientras se trazaba una ruta de escape, reproducida inmisericordemente en Youtube, y su insistencia en atribuir el incidente a un complot de alumnos “porros” fue el inesperado parte aguas de la campaña. Y la gota de indignación necesaria para impulsar el movimiento estudiantil Yo Soy 132, surgido en principio como grupo apolítico y posteriormente claramente identificado en contra del “catrín”.

Para bien o para mal, la suerte de Mexico está echada: personalmente yo no grito “Buena con el catrín!”. En un país en donde “hasta el más pelón se hace copete” Peña Nieto tiene que demostrar que más que una cara bonita, tendrá que cumplir con sus promesas y demostrar que el regreso de su partido al poder no significa el triunfo de la lotería priista.

 

 

 

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