Lorena había entrado a su corazón con la fuerza de un huracán a pesar de haberla conocido hacía tan solo dos meses; su recuerdo lo perseguía sin tregua: su piel era suave, su cabello castaño, largo y sedoso, volaba como pañuelo de adiós ante el menor soplo de viento; tenía una breve cintura y sus pechos eran redondos como cántaros de barro; sus ojos negros y esas “pestañas de aguacero” habían arrancado a Joaquín varias noches de insomnio. Había empezado a trabajar recientemente como diseñador grafico en un pequeño despacho de publicidad ubicado en el sur de la ciudad, cerca de Soriana Contry y con su primer sueldo la invitó al cine y a cenar. Lorena aceptó de buena gana aunque le puso freno al final de la cita, cuando Joaquín intentó besarla:”no estoy buscando novio” le dijo de frente. “Si quieres que salgamos de nuevo, no te quieras pasar de listo conmigo”. Y bastó esa declaración para que su herido orgullo de hombre le hiciera seguirla por dondequiera que iba: la seguía en Facebook, en Twitter, le enviaba textos y le llamaba casi a diario; algunas veces llegó a espiarla sin que ésta se diera cuenta, a la salida de clases.
Los rasgos faciales de Joaquín acusaban un origen indígena reciente: nariz prominente y anchos pómulos; dientes blancos y macizos, como granos de elote de una cosecha tardía, su piel achocolatada y su cabello era tan rebelde como una crin de caballo que intentaba amansar cada mañana con el gel más agresivo que encontraba en la Farmacia Benavides; sin embargo, tenía una buena estampa: amplio tórax, brazos musculosos, manos grandes y la cintura angosta de novillero que realzaba con ropa que compraba los fines de semana, cuando se asomaba al puesto de la Pulga Rio en donde trabajaba Martha, su hermana; a Joaquín le gustaba la ropa de marca, pero dados sus recursos limitados, buscaba esa ropa en versión “pirata”: tenía tres pantalones Rock&Republic, un par de tennis Diesel, varias camisetas Abercrombie y llegó a adquirir hasta una colección de relojes deportivos de marcas diversas: Tommy, Fossil y Adidas que combinaba con la ropa que usaba. Su cuidado aspecto físico le había hecho merecedor de un sobrenombre ante su círculo de amigos: le llamaban “la percha”.
Esa mañana al llegar a su oficina, Joaquín encendió su máquina, entró a Facebook y buscó como de costumbre el muro de Lorena. “Lorena prima, pásatela con madre”. “Feliz cumple, Lorenita”, “Que tengas un día lleno de apapachos y así…” “Lore, hermosa, feliz diaaaaa” eran algunas de las felicitaciones que aparecían minuto a minuto. ¿Por qué no me dijo Lorena que hoy es su cumpleaños? Pensó Joaquín con el estomago apretado por la rabia interna que empezó a subir por su cuerpo; de inmediato saco su teléfono y le texteó: “Feliz día, cumpleañera, ¿donde es el mole?” ; al no recibir respuesta de la joven, cinco minutos más tarde insistió con un segundo texto: “que la pases super, que onda, ¿en donde nos vemos para darte el abrazo?”. Instantes después, Lorena contestó lacónica: “yo te aviso”. Una sonrisa de alivio apareció en su cara pero se desvaneció de inmediato cuando Antonia, la jefa entró a la oficina; Joaquín se puso serio, guardó rápidamente su Blackberry, cerró la página de Facebook y entró a Google.
A las 12:10 de mediodía, el celular de Joaquín sonó con insistencia, era Lorena: “Nos vamos a reunir a las 2:30 de la tarde a comer en el Casino Royale; ¿quieres venir?”. Joaquín respondió entusiasmado: “a ver cómo le hago, pero allá nos vemos” y colgó. Obviamente no podía pedir permiso para ausentarse pero podría escaparse un rato durante su hora de comida, para llevar un obsequio a Lorena; abrió su cartera, tenía solamente $200 pesos; “apenas me alcanza para el taxi, de ida y vuelta ” y texteó a Martha su hermana: “Hoy es el cumple de Lorena; ¿me puedes fiar un osito de cuerda?”. “Claro, tonto” contestó Martha. “Iré en taxi a las 2 pm por él; te aviso cuando llegue” le escribió Joaquín. “OK” replicó su hermana. El taxi se detuvo a las 2: 35 pm en la Pulga Rio, Martha le entregó a Joaquín el osito envuelto en papel de china rosa y empacado en una bolsa de colores lila y verde limón. Joaquín llegó al Casino Royale a las 3:15 pm y buscó a Lorena; ahí estaba sonriente, rodeada de amigas, comiendo el menú del día: envueltos de picadillo, arroz a la jardinera y frijoles refritos. Eran las 3:20 pm cuando Joaquín la abrazó con ternura; aspiró su perfume de mujer bonita cuando de pronto oyó gritos allá a lo lejos, y vio salir corriendo a algunas personas apresuradamente, ante un estruendo, confusión, humo y caos. Inmediatamente agarró la mano de Lorena y al igual que el resto de sus amigas, corrieron al segundo piso del inmueble, buscando refugio, pero jamás imaginaron a ciencia cierta el infierno que sobrevendría.
Fueron los 2 minutos y 30 segundos más largos en la historia de Monterrey, dejaron 52 muertos y consternaron a toda una ciudad. Una semana más tarde el Gobierno de Nuevo León, presentó a cinco integrantes del grupo criminal de Los Zetas responsables de la matanza. Detrás de los acusados se observaron ocho automóviles, cuatro de los cuales aparecen en el video donde se vio a los criminales llegar al casino para luego prenderle fuego. Y frente a los delincuentes, que portaban chalecos con la leyenda de "Detenido", aparecieron las armas utilizadas -un rifle AK 47, algunas pistolas, y teléfonos móviles. No fueron golpeados. Fueron detenidos en pocos días. Han confesado que querían dar una lección a los dueños del casino, para que pagaran "derecho de piso".
Los cuerpos de Lorena y Joaquín quedaron irreconocibles pero se podía distinguir, según los rescatistas, que murieron una en brazos del otro; aunque Lorena no buscaba novio, Joaquín le siguió hasta donde pudo, y le acompañó a cruzar el portal, hasta llegar al otro lado de ese lado. Esa noche de la tragedia y al día siguiente, Martha, que era la única que sabia el paradero de “la percha” acompañó a su madre a buscarlo; llegaron finalmente al anfiteatro. Martha lo reconoció por la hebilla del cinturón Perry Ellis que ella misma le vendió; fue lo único que se distinguía con claridad en aquel cuerpo carbonizado; “ él es mama” dijo entre llanto. Las palabras de Martha entraron como el filo de una navaja delgada, que atravesó el corazón de Doña Tere su madre, quien cayó de hinojos y al gritar como animal herido, alcanzó a emitir una sola pregunta: ¿por qué?
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