“Deme dos metros y medio de esa tela que llaman Crema Batida”. Escondido entre los tubos de telas, oí la voz de mi madre, dirigiéndose a la empleada de Almacenes Esper, la única tienda de telas del pueblo; instantes después, oí el rasgueo de la tela al ser cortada. La tienda estaba cerca del mercado y vendían toda clase de material de costura: hilos, agujas, estambres, brocados y telas. A mí me gustaba acompañar a mi madre porque me perdía a propósito entre la multitud de carretes para sentir la suavidad de la textura de aquellas telas que olían a fragancias nuevas y misteriosas; aquella experiencia me trasladaba imaginariamente a lugares exóticos y desconocidos.“Vámonos, Luisito, ¿donde andas?” oí de nuevo la voz de mi madre, y salí apresuradamente. “Anda, vámonos que todavía tengo que ir a la casa de mi comadre Mine, a dejar esta tela para que me haga un vestido” dijo y me tomó de la mano; vi las uñas de sus manos y pies pintadas de color rojo carmesí, mientras caminábamos apresuradamente por la calle, llevándome en vilo. La casa de la comadre quien se dedicaba a “coser ajeno” estaba ubicada a unas cuantas cuadras del mercado, en el centro del pueblo. Mi madre y Mine habían estudiado juntas y cultivado amistad durante muchos años, hasta que la disputa por el amor de Pablo se interpuso entre ellas.
Mi madre era morena clara, grácil y de bello cuerpo; pechos turgentes, breve cintura, largo cuello, hombros delgados y brazos firmes; Mine en cambio, decía mi madre, era “blanca lechosa, de ojos verdes, cuello corto, escaso busto y había nacido bajo la ley del tordo: piernas flacas y culo gordo”. Mi padre había reído a carcajadas, cada vez que mi madre describía a su comadre; fueron grandes amigas hasta que un mal día, Mine le arrebató a su novio Pablo; “Al poco tiempo Mine salió encinta y se tuvieron que casar, para callar las habladurías del pueblo y así nació Minita, luego vino Lulú, después Cachita y finalmente tuvieron a Pablito, el único varón; cuando Pablito tenia cuarenta días de nacido, Pablo la dejó con sus cuatro hijos y se fue con una quinceañera de Xilitla” decía me madre “y desde entonces, se dedica a la costura, para dar de comer a tanta boca”.
Mi madre tocó la puerta de madera y escuchamos una voz que decía “Pásele, está abierto”. Al vernos entrar, Minerva interrumpió su costura y se levantó abriendo los brazos. “Comadre, que milagro” dijo y ambas se fundieron en un abrazo afectuoso. “Vengo a que me hagas un vestido blanco, igualito al que saca Maggie, en La gata sobre el tejado de zinc caliente” dijo mi madre. “Ay como no, si ya vi la película de Liz Taylor, que bonita se ve en la escena donde sale con ese vestido blanco tan escotado y le reclama al marido su desamor” dijo Minerva mientras sacaba la cinta métrica amarilla para tomar las medidas de mi madre y en un papelito de color sepia anotaba: 91-58-90; “Ay que bárbara, comadre, sigues teniendo la misma talla que tenias cuando eras una muchacha; lo quieres abajito de la rodilla, ¿verdad?” Mi madre asintió con la cabeza, mientras Mine agregaba: “¿ya leíste el ultimo numero de Life? Ahí viene en la portada Liz Taylor, con el nuevo esposo, Eddie Fisher, el que era marido de la Debbie Reynolds”. Mi madre suspiró profundo y respondió: “sí, ya vi la foto; pero no cabe duda que en esta vida todo se paga, comadre…” y no hubo más comentarios, ni de mi madre, ni de Mine; un silencio cortante se hizo pesado en aquella sala de costura; al despedirnos, escuché a mi madre decirle apresuradamente que necesitaba tener el vestido listo en dos semanas.
Para mi madre, Elizabeth Taylor fue su musa; encarnó siempre el estereotipo de belleza de la mujer de su época; alabó su gusto por sus cambios de imagen, por las suntuosas joyas y el sentido “avant garde” que la estrella de Hollywood tuvo de la moda; lo único que jamás le disculpó fue que le arrebatara el marido a su mejor amiga; aun así, recortaba las fotos que aparecían en revistas y las pegaba con esmero en un álbum que tenía sobre la artista; mi madre murió hace diez años; Liz Taylor falleció la semana pasada. Sabiendo el entusiasmo delirante de mi madre por la diva, no tengo dudas que haya estado pendiente para recibirla y para pedirle un autógrafo…