“Unfortunately, America's practical culture has never embraced intellectuals. The intellectuals' education and expertise are viewed as a form of power or privilege. Intellectuals are seen as a small arrogant elite who are pretentious, conceited, snobbish. Geniuses' are described as eccentric, and their talents dismissed as mere cleverness. Their cultured view is seen as impractical, and their sophistication as ineffectual. Their emphasis on knowledge and education is viewed as subversive, and it threatens to produce social decadence.”
Richard Hofstadter.
Obama llegó al poder, apoyado por una ola de entusiasmo popular que jamás había visto en los años que me ha tocado vivir en este país. De la noche a la mañana, un desconocido y literalmente “oscuro” político de Chicago se convirtió en Presidente de Estados Unidos, despertando la simpatía internacional y convirtiéndose instantáneamente en un héroe. Yo lo vi personalmente en Tampa, Florida a principios de Enero de este año: vi a un Obama casi invencible subirse al estrado con la energía del vencedor, para dirigirse a la multitud que lo vitoreaba, sintiéndose capaz de todo: de abordar la reforma de salud, de cortar las ambiciones de Wall Street, de fomentar una economía que viajaría a mas alta velocidad que los trenes bala, de vislumbrar una reforma migratoria; en resumen, de restablecer el sueño americano.
Cuando surgieron los primeros síntomas de que el cambio no fluía, que sus reformas se topaban con miles de obstáculos y que la situación económica exigía otras medidas, Obama, convertido ya en una estrella rutilante, persistió con desproporcionada confianza en sí mismo, con la seguridad de que el público acabaría entendiendo y rindiéndose ante la verdad. He continuado observando sus fotos que aparecen en los medios, durante los últimos meses: su sonrisa se ha ido haciendo forzada. Han continuado los “foreclosures” de viviendas y ha seguido creciendo el desempleo y la sonrisa de Obama ha dejado de ser la de un líder seguro y empieza a ser la mueca de un político arrogante.
La arrogancia de Obama ha sido motivo de crítica, muchas veces injusta, de parte de la derecha. El Tea Party ha explotado el “indiscreto encanto intelectual” de Obama -educado en Harvard- y de su Administración, como una prueba de su separación respecto al país real, a la América profunda. El rechazo hacia todo lo que huela a academia e intelectualidad es un fenómeno que personalmente he enfrentado en este país cuando inicié mis estudios de posgrado en 1980; hay en la sociedad norteamericana un desdén hacia los académicos, especialmente en contra de aquellos que tenemos un acento foráneo al hablar o un diferente color de piel. Parece como si el americano promedio se sintiera incómodo ante la presencia de “aliens” contra los cuales no se siente capaz de competir. Su crítica más común, es el escaso pragmatismo adjudicado a nosotros los escolásticos y nuestro afán de cuestionar la realidad, visto como un ejercicio contemplativo e inútil.
Pero, en el caso de Obama, esa crítica reposa sobre un sustrato cierto. Su intelectualismo es obviamente, una garantía de su solvencia, pero también es motivo de una actitud excesivamente conciliatoria y contemplativa ante los acontecimientos. Personalmente, -y tal vez por mi simpatía hacia él, creo que su arrogancia no es el fruto de una cuna privilegiada sino el producto de un éxito prematuro. Esa personalidad se ha visto reflejada en su política. Quizá el momento elegido no era el mejor para la reforma de salud, quizá tuvo que atender los primeros síntomas de malestar entre los ciudadanos. Pero lo que distingue a los gigantes políticos es su capacidad de acertar en las decisiones inmediatas. Obviamente, Obama no ha acertado. Me parecen magníficos algunos de sus logros y extraordinariamente nobles sus motivos. Pero la mayoría de los norteamericanos no lo cree y, debo admitirlo: el presidente no ha logrado conectar con los electores; esta semana, es evidente que los americanos han votado nuevamente por el cambio…
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