Llegué por primera vez a Estados Unidos en 1980, sin hablar el idioma, con mi esposa y un hijo de 14 meses en los brazos; antes de aterrizar, desde la ventanilla del avión recuerdo haber contemplado los techos nevados de las casas de aquella remota ciudad de Ohio y sentí que había llegado al fin del mundo. Era una noche fría y nevada de principios de Marzo cuando salimos del aeropuerto de Toledo; rentamos un apartamento sin amueblar y los primeros días dormimos en el suelo, hasta que finalmente pudimos comprar una cuna y un colchón así como el mobiliario básico para sobrevivir aquella experiencia; aunque contaba solamente con una beca de 700 dólares al mes, llegué lleno de optimismo para estudiar un curso intensivo de Ingles que una vez aprobado, me iba a permitir aspirar y solicitar una beca en alguna universidad americana, para estudiar la maestría en Comunicación. Jamás pensé que a diferencia de una maestría en Computación, esta especialidad requería que yo dominara todas las habilidades del idioma extranjero: hablar, escribir, leer, argumentar y en síntesis, defenderme y competir ante el resto de compañeros que hablaban Ingles como primer idioma.
Obtener la maestría en Comunicación sin el dominio completo de la lengua, fue un proceso que excedió mis límites: desarrollé humildad reconociéndome incapaz de comunicarme correctamente, y a la vez fortaleció mi tenacidad, mi habilidad para vencer obstáculos y sobre todo para lograr asimilar una cultura competitiva e individualista como es la cultura norteamericana. Han pasado treinta años de mi llegada y aun no acabo de asimilarla ni comprender del todo las intrincadas motivaciones del alma norteamericana. Aun batallo para entender y justificar muchas de sus acciones; aquí van algunas de las lecciones aprendidas en este lapso:
1. El americano es amigable pero difícil llegar a establecer una verdadera y profunda amistad con él. Hay una línea que jamás se borra, un abismo intangible e innegable. Mis relaciones de amistades auténticas siguen siendo con extranjeros como yo.
2. El estadounidense no muestra sus emociones fácilmente; llorar o evidenciar sentimiento implica una debilidad de carácter. Yo vivo de mis pasiones; rio a carcajadas y lloro cuando hay que hacerlo sin que me cause rubor ni vergüenza.
3. Hay un individualismo exacerbado que le lleva al americano a establecer rígidas agendas y estructuras que le incapacitan para vivir con flexibilidad. En cambio, “A mí me gusta andar de pelo suelto” y no me quita el sueño carecer de la agenda del día siguiente, ni tampoco me estresa llegar tarde a una cita.
4. El americano cree firmemente que Estados Unidos es el mejor país del mundo y que lo que ocurre o sucede aquí, debe regir “necesariamente” y aplicarse en el resto del universo. He conocido 59 países distintos a éste y sé perfectamente que hay otras geografías atractivas, desarrolladas y tecnológicamente avanzadas y que la visión americana aplica solamente aquí.
5. Teniendo acceso a una cantidad exorbitante de información, el habitante de Estados Unidos está mayormente desinformado en cuanto a geografía, conocimiento de idiomas extranjeros e incluso tiene temor de viajar fuera de su país. Usualmente a los extranjeros nos preocupan las líneas limítrofes, tuvimos que aprender al menos otro idioma; y hubo que dejar país, amigos, familia, zona de confort y vencer los fantasmas del “no se puede”.
6. El norteamericano cree sin dudar que su país está regido por la democracia, la igualdad y la libertad; considera que esta es una tierra de oportunidades y que si se trabaja arduamente, a pesar de la recesión aun es posible alcanzar el sueño americano. Sigo pensando que el sueño americano es una utopía destinada exclusivamente para aquellos que sueñan en Ingles, tienen una piel clara y carecen de acento cuando hablan.
He ejercido profesionalmente en México y Estados Unidos y a lo largo de este tiempo he aprendido tres cosas concretas:
1. La pasión sigue prevaleciendo en mí. “I will never settle down”.
2. Busco siempre vislumbrar y enfocar con la mayor precisión posible el camino; la pasión por sí sola no me llevaría a ningún lado.
3. Lucho por ver una foto grande y por establecer una visión; Sin visión, la pasión enfocada me llevaría solo al presente…
En síntesis, he vivido aquí y allá, de este lado y del otro lado del rio; aunque inevitablemente he asimilado valores y adoptado creencias de ambos países, jamás he ignorado la fuerza de la pasión que habita en mí y aprecio sobremanera el factor humano, ese toque personal con el que busco impregnar diariamente a mi trabajo; pienso que las razones que sostienen las decisiones profesionales y personales no son necesariamente lógicas, sino producto de seres humanos falibles y subjetivos por muy individualistas o colectivistas que parezcan…