lunes, 10 de mayo de 2010

Tiempo de cosecha.

 

Vivo un otoño pleno, emerjo de mí mismo, en plenitud de presencias y de nombres; sigo en mi desvarío, camino a tientas por los corredores del tiempo, subo y bajo sus peldaños y sus paredes, palpo y no me muevo; vuelvo a donde empecé, y sigo buscando el rostro de la vida verdadera.

 

“Las estaciones del año son: Primavera, Verano, Otoño e Invierno; en la Primavera es la siembra y en el Otoño, la cosecha” dijo la maestra Natalia, mi profesora de segundo año y yo le pregunté con la ingenuidad de mis ocho años: “maestra, que se cosecha?” “se cosecha lo que se siembra, si siembras maíz, recogerás elotes” me dijo con una sonrisa.

 

El viernes pasado me levanté con la alegría del sembrador, que se levanta temprano una vez que ha llegado el tiempo de madurez del fruto y es momento de cortarlo. Me bañé y afeité, y elegí un traje azul marino, una camisa celeste y una corbata de cuadros azules y guindas; en punto de las nueve de la mañana estaba sentado en las gradas del auditorio. Abrí el programa impreso y busqué afanosamente su nombre: sí, ahí estaba; era el primero en recibir el grado doctoral, porque su apellido empieza con A.

 

Cuantas imágenes recorrieron mi mente, como en cámara rápida; recordé sus primeros días de escuela; sus pequeños triunfos escolares y también sus fracasos; aquellos días en que había que llevarlo a la escuela y no se apuraba para estar listo, su dificultad para comer, los pleitos con sus hermanos, los amigos que invitaba para estudiar y que comían como si no hubiera un mañana; recordé sus primeras amigas, las primeras fiestas, las novias, su boda, su búsqueda de empleo, el nacimiento de su hija, su mudanza, y ahora sus viajes de regreso a casa.

 

El maestro de ceremonias de la universidad pronunció con dificultad su nombre: Doctor Emmanuel Alvarado. No pude captar el momento en que le imponían la capa doctoral y le entregaban su diploma; una nube viajera de esas que cargan agua invadió mis ojos.

 

Hoy disfruto del Otoño pleno; he vivido intensamente, esquivando la quietud y buscando el movimiento; he deshojado los pétalos de cristal de los relojes que marcan los meses y los días. Ahora observo que el mundo se ha despojado de sus máscaras y veo la vida con más transparencia. Será porque esta vez vivo un tiempo más tiempo: el tiempo de la cosecha…

 

 

 

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