lunes, 31 de agosto de 2009

Bahamas: recuerdos de lo que vendrá...

Salí del crucero y alce los ojos al límpido horizonte, una inmaculada nube blanca navegaba el cielo de norte a sur, prometiendo un rocío refrescante horas más tarde; una bocanada de aire hirviente empañó mis gafas de sol; allá a lo lejos, podía escuchar las notas de una música caribeña, esas flechas auditivas eran tal vez los vestigios del Junkanoo, la fiesta ancestral que los nativos celebran anualmente; crucé el edificio de administración portuaria y al doblar la esquina de Bay Street, palpé con mi cuerpo, el cuerpo de aquel día de verano ardiente. Agosto se baña en las islas del Caribe por treinta y un días seguidos para calmar su sed y cuando sopla el viento, se ahogan las estrellas. En ese minúsculo islote de tan solo 36 kilómetros de largo llamado Providence, se ubica Nassau y sus habitantes caminan por las calles abigarradas de transeúntes que por su afán de compras, se inmolan ante un calor agobiante y despiadado. Las gotas de sudor son astillas; la transpiración fluye como un río sonámbulo.

 

Para aliviar aquel calor insoportable me dirigí hacia la playa de la isla Paradise. Tomé una pequeña embarcación que me trasladó rápidamente hacia la isla vecina. Caminé durante unos minutos hasta alcanzar mi objetivo: empapar mi cuerpo y exorcizar el calor ardiente en las frescas aguas de Bahamas. Las arenas de Paradise tienen una sal incandescente que resguarda el cofre del tesoro repleto de turquesas y esmeraldas, esos intensos colores del mar que los insaciables piratas –Edward Teach, alias Barbanegra, Calico Jack, y otros buscaron arrebatar. Allá en Bahamas el mar “baja-más” -de ahí su nombre; el sabio mar de esas islas baja a más profundidad que otros mares, sabiendo de antemano que el verdadero tesoro que buscamos no está en la superficie, ni en el seno del puerto, sino en el fondo del mar. En Bahamas, aprendí que allá ocurre una magia irrepetible y única, en sus islas el día y la noche son infinitos, se han confundido el ayer con el mañana, se han mezclado la historia y la memoria, y los recuerdos de lo que vendrá…

 

 

 

 

sábado, 22 de agosto de 2009

La delgada cintura de América...

La cintura de América se encuentra en Panamá; inaugurado el 15 de agosto de 1914, el Canal de Panamá ha acortado la distancia y los tiempos de comunicación marítima; proporciona una vía de tránsito corta y a precio razonable entre dos grandes océanos y para construir el Canal, se removieron mediante excavación, mas de 180 millones de metros cúbicos de tierra.

Del océano Atlántico al océano Pacífico, el Canal mide 80 kilómetros de largo; tiene una profundidad de 12.8 metros en el Atlántico y de 13.7 metros en el Pacífico; el ancho va de 91 a 300 metros en diferentes áreas. Posee dos puertos terminales, uno en cada océano; tres juegos de esclusas gemelas, Miraflores, Gatún y Pedro Miguel, y uno de los mayores lagos artificiales del mundo, el Gatún, que cubre 425 kilómetros cuadrados y se formó por una represa de tierra construida a través del cauce del río Chagres.

Llegué temprano a las Esclusas de Miraflores, ubicadas cerca de la ciudad de Panamá; recorrí el Centro de Visitantes en donde se exhiben maquetas, modelos mecánicos a escala y objetos históricos relacionados con la historia del Canal; vi con atención un video sobre la construcción y el desarrollo del Canal. Poco después, subí hasta la terraza de las Esclusas; allá arriba un sol inmisericorde asaba la espalda a fuego lento de aquellos que como yo, aguardábamos el momento del tránsito de un barco. Había una gran cantidad de turistas expectantes; armados con minúsculas cámaras digitales, nos dispusimos a disparar el flash al empezar a ver a lo lejos aproximarse el primer barco. Fue una sucesión cronometrada de abrir y cerrar compuertas, de subir y bajar niveles de agua, hasta emparejar la superficie y permitir el tránsito de aquel barco repleto de pasajeros que eufóricos saludaban a los espectadores, compartiendo su júbilo al alcanzar “el otro lado de este lado”.

El 31 de diciembre de 1999 Estados Unidos entregó al pueblo de Panamá, la administración del Canal que había manejado desde 1914.  El pasado 15 de agosto el Canal celebro sus primeros noventa y cinco años de actividad con un ambicioso proyecto de expansión, pues su capacidad de transito original, se ha quedado corta. Aunque la ampliación del Canal representa un plan de inversión considerable que repercutirá en una gran generación de empleos, apoyara la construcción, desarrollara la vivienda, y repuntara la actividad comercial,  la realidad es que a pesar de estas declaraciones,  la economía del

pueblo panameño tiene una cintura cada vez más delgada…tristemente, Panamá es otro ejemplo de la contradicción de las promesas de modernidad latinoamericana.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 15 de agosto de 2009

Los cien días de Anna María...

I can see the sunset in your eyes

brown and grey and blue besides…

Oh baby I love your way! everyday…

 

Llegaste a mí hace tan solo unas semanas, pero has transformado el peso del tiempo. Tu mirada ha traído sol a mis días, y en las noches, cuando sonríes, hay estrellas brillantes que se aposentan en casa ; tus grandes ojos de almendra y tu boca pequeña de fresa dulce me cautivan y tu piel tersa, sonrosada tiene la textura un durazno tierno cortado en abril; día a día te estrecho entre mis brazos y siento palpitar tu corazón cerca del mío; al cargarte sonríes, alzas tu cabeza y dejas que te muestre el mundo. Prendes tu mano a mi dedo pulgar y juntos recorremos la casa; los objetos inermes y sombríos a tu lado cobran vida y se pintan de colores inusitados. A ti te permito todo: que me mojes, que manches mis camisas y corbatas, que me despiertes de mi siesta dominical, que interrumpas mi sueño, que me rasguñes la cara, que me tires los lentes y te digo despacito, para que nadie nos oiga, que “te quiero mucho, que eres la cereza del pastel y que puedes hacer conmigo lo que tú quieras…”

Este martes te irás por un largo mes a Europa; a tu regreso volarás a Tennessee para reunirte con tu padre, que se ha mudado hasta allá hace unos días. Ignoro cómo será no tenerte a mi lado, porque jamás me preparé para tu ausencia. ¿Dónde podré quejarme sobre lo injusto de la vida? ¿A quién le preguntaré cómo serán las semanas, los días y las horas sin ti? ¿Qué reemplazará la dulzura de regresar a casa, después de un día de trabajo y verte? No lo sé; pero sé que será difícil ver tu habitación con ese letrero que dice: “Princesa”  y asomarme a tu cuna vacía; no sé si volveré a encender tu cajita musical y oír las notas que arrullan tus dulces sueños de niña; me dolerá ver tu columpio inmóvil, tu muñeca con los brazos abiertos, tus sonajas calladas, quietas, y ese primer bolso de mano que compré para ti; aun no lo sabes, pero ahí adentro te reservé una sorpresa: he colocado un cepillo para tu pelo, un espejo mágico y esta carta que ahora escribo. Aunque eres muy pequeña, debes saber que en un bolso entre otras cosas, se atesoran recuerdos. Annamaria, fueron solo cien días, pero hay una cadena entre nosotros que nadie podrá romper. Lleva contigo, en tu maleta de viaje, nuestras memorias y una parte de mi corazón, déjame el resto, para seguir viviendo y esperar tu regreso, porque tengo aun muchas historias que contarte…

 

 

Tu abuelo.

 

 

 

jueves, 6 de agosto de 2009

Atalayas...

He caminado por los diversos países latinoamericanos en busca de elementos comunes que nos unan, más que con la idea de encontrar factores que nos diferencien para crear abismos. Soy un firme creyente en las relaciones entre personas, organizaciones e instituciones y siempre he optado por las alianzas y las sinergias, buscando sumar en vez de restar, confiando en multiplicar más que en dividir. Con esa idea he pisado las baldosas de varias ciudades coloniales: Cartagena de Indias en Colombia; el Viejo San Juan en Puerto Rico; Campeche, en el sur de México y la ciudad vieja de Panamá;  En las cuatro joyas citadinas, he encontrado antiguas murallas, vestigios de un periodo novohispano que buscaba prevenir la invasión del enemigo en su territorio conquistado; usualmente frente a los muros de esas ciudades se encuentra el mar, como un espejo azul y luminoso, evidenciando en contraposición, un horizonte infinito y sin barreras. Las fortificaciones urbanas constituyeron siempre una estrategia para la defensa del territorio. El objetivo fue en todos los casos proteger a los centros urbanos en donde se asentaban los poderes de la colonia, especialmente en aquellos lugares estratégicos donde se concentraban los intercambios económicos, el ir y venir de barcos, el intercambio de mercancías y por ende, el establecimiento de grupos oligarcas de dominación hispánica.

Caminar por las callejuelas adoquinadas, subirme a diligencias estiradas por caballos, contemplar los balcones en donde doncellas y matronas se sentaban a esperar la llegada de los navegantes y deambular por los cascos amurallados, ha sido mi fascinación por años, especialmente en aquellas ciudades ubicadas frente al mar. La ciudades de Panamá, Campeche, San Juan y Cartagena son sitios de incalculable valor histórico, ciudades al aire libre que comparten el mismo rasgo: siempre habrá un castillo edificado en la parte más alta de la superficie, fortificación vigía cercada por murallas amparando a la ciudad vieja, y en las esquinas de las murallas, garitas edificadas con vista al mar; durante la época colonial, en cada garita se refugiaba un atalaya que fungía como vigilante para resguardar e informar mediante el toque de trompeta la llegada del enemigo.

Hoy la construcción de murallas trascendió fronteras y se movió hacia el norte. Estados Unidos decidió construir una muralla para “proteger” su región, marcando un abismo entre la potencia y el resto de países latinoamericanos en un intento por mantener fuera a los “indeseables”; en vez de atalayas, hay patrullas fronterizas, policías y perros que detienen, abusan y maltratan a la gente que en su éxodo, busca construir un sueño legitimo: encontrar un trabajo que les sustente. Día a día espero y exijo que la Reforma Migratoria prometida por el Presidente Obama acabe con garitas y atalayas despiadados, que busque integrar a la población, más que dividir familias y deportaciones que en nada ayudan. Aunque yo no voté por él,  como ciudadano del mundo elegí a Obama, porque creí con determinación que era indispensable cambiar la limitada visión de Bush y sus colegas, así como establecer una transformación drástica en la relación de Estados Unidos con el exterior, especialmente hacia Latinoamérica,  territorio de gente ansiosa de oportunidades y dispuesta a trabajar pero en condiciones humanas y dignas.