viernes, 31 de julio de 2009

El viejo y el mar

Llegué a Key West con dos propósitos en mente: salir a pescar en las azules aguas de los cayos de la Florida y conocer la casa de Ernest Hemingway.  Junto con William Faulkner, Hemingway es la figura más relevante de la literatura norteamericana de la primera mitad del Siglo XX y tal vez mi escritor más influyente, por su estilo seco, preciso y asertivo. Leí su novela El viejo y el mar a la edad de quince años y su lectura marcó mi adolescencia: la historia de un viejo “perdedor” que lucha hasta lograr rescatar lo más preciado: la confianza en sí mismo. He aquí mi fragmento preferido: "El hombre no está hecho para la derrota –dijo el viejo. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado".

 

El primer borrador de El viejo y el mar fue concebido como un capítulo del extenso libro que Hemingway pretendía escribir sobre el mar. Su amigo Leland Hayward lo convenció de que lo publicara como un cuento. En Septiembre de 1952 apareció en la revista Life y ante el éxito inusitado fue publicado como libro por la editorial Scribner’s alcanzando la notoriedad mundial. El premio Nobel llegaría en 1954, para sorpresa de muchos, entre ellos, del mismo Hemingway.

 

Después de instalarme aquel sábado en Key West, me dispuse a salir de pesca con un grupo de amigos. El día era esplendido, había un oleaje y viento moderados, blancas nubes surcaban el cielo y contrastaban con el turquesa del mar. Navegamos mar adentro y lanzamos las canias esperanzados. Después de unas tres horas de faena, decidimos detener nuestro bote en un restaurant ubicado a la orilla del intercostal. Habíamos pescado cuatro pequeños Mahi-Mahi y pedimos al administrador del lugar que pusiera en la parrilla nuestro tesoro. El cocinero hizo una obra de arte en cada platillo: utilizó diversas hierbas aromáticas: tomillo, eneldo, jengibre y albahaca; asimismo experimentó con varias guarniciones para acompañar cada pescado; arroz silvestre, fetuccini, espinacas y brócoli. Por supuesto, al final llego la cuenta y nos salió más caro haber comido nuestros propios pescados que haber consumido la comida del restaurant.

 

Esa tarde, ya de vuelta en Key West, me liberé de mi grupo de amigos y me dispuse yo solo a cumplir mi segundo propósito: me bañé, me vestí y me eché a caminar por las calles del centro. Conseguí un mapa e inicie mi búsqueda hasta encontrar la esquina de las calles de Greene y Duval: ahí estaba el restaurant Sloppy Joe’s, en donde el escritor bebía su incontable dosis diaria de cervezas. Pedí una mesa y ordené sin ver el menú: un Key West Clam Chowder, la sopa preferida de Hemingway,  y una cerveza helada. Después continúe mi recorrido hasta llegar a la esquina de la calle Whitehead en donde se ubica la casa de Ernest Hemingway, una casa solariega, blanca de dos pisos, estilo colonial español, con pequeños ventanales de madera y grandes balcones. Pague el costo del boleto, doce dólares y caminé despacio por la planta baja: caminé por la sala, el comedor y la amplia cocina, lugares decorados con recuerdos de sus viajes y trofeos de caza y pesca. Sobresale entre los artículos de decoración, una bella pieza de cerámica, regalo de su amigo Pablo Picasso. En la plata alta están las habitaciones, y en su estudio, vi su máquina de escribir y la inmensa cantidad de libros y papeles.  Recorrí finalmente su jardín, amplio y frondoso, en donde aun corren más de cuarenta gatos, descendientes de las mascotas consentidas del escritor. Finalmente me dirigí al muelle a ver la caída del sol en el océano. Imaginé el deambular de Hemingway, en su búsqueda de amigos que jamás tuvo, y me dolió su depresión que finalmente le llevó al suicidio. El malvado Borges que nunca obtuvo el Nobel, dijo que el escritor norteamericano se quitó la vida, el día que finalmente se dio cuenta que era un mal escritor. Yo no he creído jamás en esa afirmación. A Hemingway le agradezco entre otras cosas, mi afán por escribir pequeñas historias cotidianas, y devolverles su sentido llano y simple. La moraleja de El viejo y el mar, me ha inspirado siempre; el férreo espíritu del hombre que lejos de ceder a la adversidad se mide ante ella y alcanza la victoria en medio de la derrota.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 25 de julio de 2009

La gota fria

Acordate Moralito de aquel día
Que estuviste en Urumita y no quisiste hacer parada
Te fuiste de mañanita, seria de la misma rabia…

El avión de Taca aterrizó a las ocho de la noche en el aeropuerto de Barranquilla y un chofer me trasladó hacia Santa Martha, capital del departamento de Magdalena, una de las ciudades más antiguas de Colombia, en la región del Caribe. El trayecto tomó una hora y media, porque a petición mía, nos detuvimos a comprar agua de coco en las afueras de Barranquilla. Inmediatamente después de refrescarme con aquella agua diáfana, pedí a la mulata que atendía aquel puesto de frutas, que cortara el coco en pedazos. La mujer, una caribeña cuarentona, frondosa y desparpajada sonrió sin rubor alguno, mostrando la falta de varias piezas dentales y sacó enseguida un machete, lo cortó de un solo tajo, lo rebanó rápidamente, y lo empacó en una bolsita de plástico transparente; se acercó a la ventanilla del auto y me lo entregó con gran orgullo; en el camino disfruté comiendo cada pedacito de aquel coco tierno, dulce y jugoso como si no hubiera un mañana. El camino fue corto, aunque la carretera era angosta y sinuosa; al bajar la sierra vi las primeras luces de Santa Martha. El hotel tenía una ubicación envidiable: estaba frente a la playa El Rodadero. Eran casi las diez de la noche y a lo lejos, pude ver a varios jóvenes que andaban de rumba, tomando ron a la orilla del mar; un grupo de vallenato les cantaba la canción “La gota fría”; allá arriba, una luna grande y colorada les alumbraba la parranda. Me dieron ganas de dejar mi maleta en el cuarto y salir a caminar aprovechando la luz de níquel para disfrutar de la algarabía,  pero el cansancio me venció y además me acordé que tenía que levantarme al día siguiente a las cinco y media de la mañana, a planchar la guayabera blanca de alforzas y el pantalón de lino natural que usaría para dar mi charla en la Universidad del Magdalena. Cené en mi habitación con vista al mar; abrí el balcón, y oí a lo lejos aquella música en la playa, que inundaba la noche de Santa Martha…”pero cuando me oyó cantar, le cayó la gota fría”.

La canción “La gota fría” fue compuesta por el inolvidable Emiliano Zuleta Baquero, compositor y acordeonero de música vallenata. Conocido como “el viejo Mile” Emiliano nació en la Jagua del Pilar, una minúscula comunidad de la Guajira en 1912 y falleció en 2005. En 1938 escribió “La gota fría” canción que narra una disputa entre él y Lorenzo Morales, otro hábil acordeonista, oriundo de Guacoche. Es la narración versificada de una contienda; en “La gota fría”, Emiliano se erige ganador del duelo musical ante la “cobarde huida” de Morales que por alguna razón, evita tocar el acordeón frente a su rival. La estructura del relato describe la figura del juglar colombiano. “La parada “vocablo que aparece al inicio de la historia y que en versiones posteriores se ha cambiado en forma equivoca por “parranda” se refiere a que los juglares tenían la costumbre de recorrer pueblos cantando sus canciones, y de acuerdo con la tradición, debían esperar a que el acordeonero local del pueblo advirtiera la llegada del juglar viajero y accediera a hacer parada, para establecer un mano a mano musical. El titulo de la canción, “La gota fría” se refiere un fenómeno atmosférico, una depresión tropical de proporciones extraordinarias. La gota fría es “la maldición” que supuestamente le cae Lorenzo Morales, perdedor del duelo. En 1994, Carlos Vives, originario de Santa Martha, recopila y rescata canciones derivadas de la música vallenato, agregándole elementos de la música pop. La gota fría forma parte del álbum “Clásicos de la provincia”, que logra cruzar fronteras y alcanzar una divulgación internacional. Te invito a ver la liga de Youtube y a oir de viva voz de Emiliano y Lorenzo, sus protagonistas, los pormenores de su duelo, que después de varios años de enemistad, establecerían una relación de compadrazgo y complicidad que duraría toda su vida. Su canción La gota fría se ha convertido en el símbolo musical de Colombia, una nación bella y prodigiosa en donde lo único cierto es la imaginación sin límite.

http://www.youtube.com/watch?v=G4iJnAJTGgY

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 15 de julio de 2009

Un espejismo transitorio...

Llegué a Tobago en un pequeño avión de cincuenta plazas de British West Indias Airways; fue un vuelo que duró apenas veinticinco minutos, procedente de Port of Spain, la capital de Trinidad, su isla hermana. Descendí por la escalerilla del avión y me deslumbró el azul del mar y el azul del cielo, y es que allá en Tobago el mar y el cielo se juntan y se reflejan en un espejo, enamorados.

A unos pasos del aeropuerto se encuentra la bahía. Caminé y me detuve a contemplar las gráciles palmeras cuyas  ramas se mecían acompasadamente bailando un vals como quinceañeras, guiadas diestramente por el viento, ese aire que sopla en la playa y que va siempre de viaje; vi a aquellas rocas que escalaban y esculpían el mar sin prisas; el sol inclemente allá arriba no tenia tregua y el calor como tigre me deshacía y me devoraba; las aguas de Tobago me ofrecieron la promesa de refrescar mi cuerpo en aquel espejo movedizo. No pude contenerme ante el hechizo y me zambullí para sentir aquel abrazo tembloroso del mar turquesa; me dejé envolver por sus ondulantes olas y me dejé llevar por el cauce desordenado y predecible de sus aguas. Ahí estuve por unos instantes, o tal vez por horas, sumergido en aquella vorágine hambrienta del mar abierto. ¿Dónde principia el mar y donde vierte? ¿Cuál es la prisa del mar y a donde va? No lo sé. Solo que allá en Tobago las olas llegan en forma de brazo que arrastra y al mismo tiempo, en cuestión de segundos se desmoronan y disipan. La vida es como el mar, tan solo un espejismo transitorio…

 

 

 

sábado, 11 de julio de 2009

El invierno del patriarca...

Apoyado por la Secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton, el presidente de Costa Rica, Oscar Arias Sánchez ha servido como "mediador" en las “conversaciones” entre Manuel Zelaya y Roberto Micheletti, con el fin de resolver la situación que vive Honduras como resultado del golpe de Estado encabezado por el Ejército hondureño el pasado 28 de junio.

El presidente Arias fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1987 por sus intervenciones para lograr la firma de los Tratados de Esquipulas en agosto de 1987 y así alcanzar la conclusión del conflicto bélico en Centroamérica. Junto a los presidentes centroamericanos de ese tiempo, Daniel Ortega en Nicaragua, Napoleón Duarte en El Salvador, José Azcona en Honduras, y Marco Vinicio Cerezo en Guatemala, Oscar Arias logró terminar oficialmente la guerra en Centroamérica que se extendió durante varias décadas y dejó cientos de miles de muertos en Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras. Desde entonces, el líder costarricense ha venido manteniendo un discurso internacional contra la lucha armada, oponiéndose a la proliferación del comercio de armamento, y manifestándose a favor de la reducción de las fuerzas militares de las naciones latinoamericanas y del mundo. Este pronunciamiento en contra del fortalecimiento armamentista que siguen varias naciones, fue un hecho que Arias resaltó en nuestra conversación ocurrida en el año 2000 e incluso mencionó orgulloso que “Costa Rica era el primer país en el mundo, en haber abolido oficialmente el Ejército Nacional en 1949”.

Esta vez, el resultado de las “mediaciones” de Arias ha sido un fracaso; Zelaya llegó a Costa Rica determinado a restablecerse como presidente de Honduras; Micheletti por su parte, arribó señalando que no se retiraría de su cargo y abandonó el país, sin sentarse a dialogar con Zelaya. La conversación entre ambos líderes fue dejado en manos de emisarios: la delegación de Zelaya está encabezada por su ex canciller Patricia Rodas. El grupo que representa a Micheletti es liderado por Vilma Cecilia Morales, ex presidenta de la Suprema Corte. Después de largas horas de “dialogo”ambas facciones decidieron tomarse un descanso durante el fin de semana. La pregunta obligada es: ¿Valdrá la pena seguir con esta conversación? Lo dudo, este es un diálogo entre sordos.

Curiosamente Arias hizo en Costa Rica lo que Zelaya no pudo hacer en Honduras: sentarse por segunda vez en la silla presidencial, aunque hubo un lapso intermedio de dieciséis años, entre su primera y segunda administración. Tal parece que América Latina está lleno de caudillos y patriarcas cuya aspiración es seguir sentados o volverse a sentar en la silla presidencial, aunque para esto tengan que enmendar constituciones y utilizar argucias para disfrutar del poder, no solo hasta su otoño sino hasta que llegue el invierno…

                                              

 

 

 

domingo, 5 de julio de 2009

México lindo y que rico!

Grabé en la penca de un maguey tu nombre
Unido al mío, entrelazados
Como una prueba ante la Iey del monte
Que allí estuvimos enamorados…

 

La voz de Vicente Fernandez y las notas del mariachi me empujaron hacia adentro. Una luz colorada hizo que mis ojos voltearan hacia arriba; una constelación amarilla y roja de estrellas volantes de vidrio colgaban del techo, prendidas de la rueda de una carreta antigua. Las paredes eran anaranjadas, y en vez de sillas, había equipales de cuero natural; en las esquinas había torres de velas, en colores ocres, claros. Pedí una mesa y me sentaron junto a la barra, atestada de mezcales, aguardientes y tequilas. Del techo de aquella área, colgaban canastillas de mimbre que suavizaban la luz. El “virtus” de México se metía por osmosis en mi piel, en mis ojos, en mi olfato, en mis oídos.

Eran apenas las 9 de la mañana y pedí la carta. -Santos, ¿cual es el mejor platillo para desayunar, el que más pide la gente? Pregunte al mesero. “Pida el Veracruz, es el más vendido” dijo aquel diminuto mesero cuya prominente nariz y ojos oblicuos evidenciaban su origen maya. “De acuerdo, tráeme el Veracruz” respondí, sin aclarar la descripción del platillo. De inmediato regresó con dos jarras de barro,  humeantes y me preguntó: “¿cafecito? ¿leche? Asentí apenas y dos chorros salieron disparados directamente hacia mi tosca taza. “Déjeme traerle panecito” . Trajo un canasto de pan y venían una concha de azúcar y una oreja, envueltas en un mantelito de algodón impecablemente blanco, con minúsculas flores rojas y amarillas bordadas. No tuve remordimiento alguno y saboree pedazo a pedazo aquellas piezas de pan dulce acompañadas por el cafecito fresco y aromático. La experiencia sensorial me remontó a mis años azules en mi pueblo.

“Con cuidado, señor, porque el plato está caliente” dijo Santos. El Veracruz era una obra de arte hecha a mano: venían tres tortillas rellenas de huevos con chorizo, bañadas generosamente con una salsa hecha de frijoles negros, con queso freso y crema encima, y de guarnición, unos plátanos fritos; enseguida Santos me trajo un vaso de jugo de naranja exprimida seguramente unos segundos antes, pues el zumo de aquel cítrico había rociado el borde del vaso de vidrio soplado y su fresco olor era inconfundible.

Desayuné con fruición, sintiendo que volvía a México aunque no estaba en México, sino en Guatemala. México Lindo y que Rico es el nombre de este restaurant, franquicia de un restaurant mexicano fundado en 1994 en la capital mexicana. De ellos heredaron el menú, la decoración del lugar y el sabor exquisito de sus platillos. Mi breve estancia en Guatemala me recordó la hermandad entre nuestros países y la influencia generosa entre nuestros países latinoamericanos. En esos días en Guatemala, me sentí de regreso a casa…