sábado, 25 de abril de 2009

Roberto y los dulces...

Ese día había llovido obstinadamente toda la mañana ; el pavimento húmedo reflejaba en las calles un sol tímido. Allá arriba había una batalla campal entre las nubes blancas y las nubes negras por ganar espacio. Era mediodía y largas hileras de carros avanzaban lentamente por East Commercial Boulevard. La lluvia había provocado un pesado congestionamiento de tráfico. Al esperar un cambio de luz en el semáforo no pude evitar voltear: ahí estaba aquella clínica en donde murió Roberto Hernandez.

 

Lo conocí una mañana en la cafetería de Florida Atlantic University. Amigo y compañero de maestría de mi hijo Emmanuel, Roberto era un hombre cercano a los cuarenta años, alto, fornido, con la piel aceitunada, el pelo rizado y al oírlo hablar noté su acento caribeño.”De dónde eres?” pregunté. “Dominicano, pero viví anteriormente en Nueva York”, respondió.  Por esos mismos días, empecé a reunirme con Martha, Janet y Walteria,  estudiantes de posgrado, los lunes a mediodía, en un pequeño salón al lado de la cafetería del campus, para leer y comentar el libro Purpose Driven Life de Rick Warren. A este grupo se unió Roberto poco tiempo después; en nuestras sesiones empezamos a compartir nuestras alegrías, sueños y temores; ahí me enteré que a Roberto le habían diagnosticado cáncer en el estomago. Un día llegué a la reunión y le dije: “Roberto, voy a tu país; daré una plática en una campaña de prevención de adicciones y vamos a visitar algunas escuelas de enseñanza media en Santo Domingo”. “¿Qué escuelas visitarán?” me preguntó. “No me han dado la lista definitiva, pero una de ellas es el Centro Educativo Nuevo Renacimiento, recuerdo muy bien el nombre porque me pareció redundante” le dije entre risas. Vi que sus ojos se iluminaron al escuchar aquel nombre.

El viernes de esa semana recibí una llamada de Roberto: “¿Luis, podrías llevar un encargo para  mi madre? Ella vive a una cuadra del Nuevo Renacimiento; yo fui alumno de esa escuela, es una secundaria muy grande, con unos enormes ventanales llenos de luz, hay inmensos jardines, con árboles frondosos y verdes…”.  Esa misma tarde se apareció por mi oficina llevando dos bolsas de plástico con alimentos enlatados y un sobre dirigido para su mamá”. Al despedirnos,  abrió y sacó de la cartera su único billete. “Hazme otro favor, dale estos veinte dólares a algún niño de esa escuela, a alguien que veas en sus ojos necesidad…” me dijo y salió apresuradamente.

La visita al Nuevo Renacimiento ocurrió durante el segundo día de mi estancia en Santo Domingo. Muy temprano llamé por teléfono a la madre de Roberto. Ella me comentó que no podía ir personalmente, pero que enviaría a una sobrina a recoger el paquete. El Nuevo Renacimiento era una escuela populosa y sombría; los grandes ventanales habían sido cubiertos por tupidas barras de hierro y altas cercas de alambre de púas rodeaban la escuela, para protegerla de los ataques de las bandas de malvivientes, no había pasto ni arboles, sino un terreno árido y gris. Nos dieron acceso a un gimnasio y de pie, los alumnos escucharon nuestra presentación; nos dirigimos a la multitud de alumnos y no pudimos usar la vieja tarima de madera para tener una mejor visibilidad, porque estaba a punto de venirse abajo.  “La electricidad aquí va y viene, por lo que tampoco puedo ofrecerles un micrófono” dijo la directora.

Quedé casi afónico tratando de que me escucharan aquellos trescientos alumnos; veía los ojos de algunos adolescentes y observaba sus sonrisas francas a pesar de la pobreza de su indumentaria. Tenía muy presente aquel encargo de Roberto, y buscaba afanosamente en los ojos de aquellos niños para elegir uno, uno solo que tuviera ese aspecto de necesitar desesperadamente ayuda. Sin embargo me parecía que cualquiera de ellos los necesitaba, y no quería ser injusto y favorecer a uno solo. Al final de la presentación,  se quedaron solamente aquellos que tenían interés en hacer preguntas, el resto fue saliendo poco a poco, hasta quedar alrededor de unos cuarenta y cinco adolescentes quienes permanecieron unos quince minutos más. Terminamos sin que pudiera decidir a quién entregaría aquellos veinte dólares.

Salimos de la escuela, seguidos por el grupo de estudiantes; dejé a mis dos compañeros americanos que habían organizado aquella cruzada, conversando con ellos y me adelanté un poco,  para comprar una botella de agua en una tienda llamada “El peso grande” ubicada frente a la escuela. De pronto, avanzó hacia a mí a un joven haitiano que traía en sus manos un recipiente rojo lleno de dulces. “Llevo todo el día sin vender nada” me dijo en un lenguaje mitad creole-mitad español. “Cómpreme un dulce o un chocolate, señor”. Vi en sus ojos negros la desesperanza. “¿Cuánto cuestan todos esos dulces” le pregunté. “¿Todos? ¿Todos?” cuestionó en tono incrédulo. “ Cuestan unos 708 pesos dominicanos” respondió entusiasmado. “¿Cuánto es en dólares?” le pregunté.“Veinte dólares”, se apresuró a responder. Extendí el billete de veinte dólares que Roberto me había entregado y regresé con aquel grupo de jóvenes que nos seguía: “¿quieren dulces? Un ex alumno llamado Roberto que vive ahora en Estados Unidos se los regala”… Los cuarenta y cinco se acercaron apresuradamente y en pocos minutos el recipiente rojo quedo vacío. El joven haitiano lo recogió sonriendo y se fue feliz por la venta de aquel día.

 

El semáforo cambió de rojo a verde y finalmente pude avanzar. Volteé de nuevo a ver aquel hospicio y recordé la última vez que vi a Roberto Hernandez quien yacía en aquella cama, consumido por el cáncer. Extremadamente delgado, apenas pudo abrir  sus grandes ojos negros pero al verme sonrió generosamente. No podía andar, sus pies se habían hinchado y tampoco tenia energía para hablar conmigo. No hizo falta, le toqué el hombro y palmee su brazo. La piel cubría apenas aquellos huesos que el cáncer devoraba día a día. Regresé a verlo dos veces más, pero ya no pudo abrir sus ojos, se fue apagando hasta que se rindió con dignidad. -Roberto, aunque ya no estás, quisiera decirte que aquel encargo tuyo endulzó por un momento la vida de cuarenta y cinco jóvenes de tu escuela y que al mismo tiempo, diste esperanza a un vendedor de dulces;  deseo fervientemente que estés gozando del dulce sabor de la paz…

 

                                                                                                                         

 

 

   

 

 

 

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jueves, 16 de abril de 2009

Para conocer a Eli Goldratt...

Con su pantalón negro de lana, camisa blanca de algodón y su kipá,  parecía un rabino recién salido de la sinagoga. Escaso de palabras, Eli Goldratt me saludó, y con la vista esquiva, me hizo algunas preguntas sobre la dinámica de nuestra conversación que se transmitiría vía satélite a algunos países de América Latina. Sus preguntas eran frías, puntuales, concretas: “¿Cuántas preguntas responderé durante la entrevista? ¿De cuánto tiempo dispongo para responder a cada una? ¿Qué tecnologías se usarán para establecer nuestra interacción con la audiencia?” “¿Qué países estarán siguiendo esta transmisión?” . Miraba el reloj y hacia cálculos, se sentó y abrió su libro The Goal que había colocado estratégicamente en la mesita de centro, empezó a hojearlo y asumió una actitud de resistencia pasiva. Entrelazó sus manos y bebió un sorbo de agua; jamás perdió su postura de discreción y modestia extremas. No había arrogancia en Eli, pero tampoco había ganas de entablar una conversación que lograra romper el hielo entre nosotros. Se mantuvo silencioso y ausente durante quince minutos antes de iniciar. En punto de las doce del mediodía empezó nuestra charla, con un videoclip de su biografía:  Eliyahu M. Goldratt nace en Israel en 1948, obtuvo la licenciatura en Física en la Universidad de Tel Aviv, la maestría y el doctorado en Física , en la Universidad de Bar-Ilan y es el creador de la Teoría de las Restricciones, (TOC Theory of Constraints).

“¿Cómo surge su novela The Goal y por qué escribir en forma novelada conceptos técnicos sobre la Administración de la Manufactura?” pregunté de inmediato. “En 1982, yo era el Presidente de Creative Output, una compañía productora de un software de programación para la producción, llamado OPT (Optimized Production Technology). Este software, junto con sólidos equipos humanos de aplicación, intentaban dar un nuevo significado a la programación. Nuestros programas no eran simplemente tablas de tiempo de producción, sino que tenían tres características. Eran realistas (capacidad finita), aseguraban beneficios financieros (por medio de la entrega de pedidos a tiempo) y eran inmunes a la distorsión. Buscamos desde un principio aplicar en nosotros mismos el proceso de mejora continua. La famosa revista especializada Inc. Magazine nos catalogó como la sexta compañía de mayor crecimiento en los Estados Unidos; sin embargo enfrentábamos un obstáculo: un lento crecimiento de nuestra empresa, y dificultades para hacer crecer nuestro mercado. Viendo que la estrategia de ventas era fallida, decidí comunicar nuestras ideas y promover nuestro producto de una forma no convencional: a través de la escritura de una novela que expusiera las problemas comunes que enfrenta la manufactura. Esta idea fue recibida con poco entusiasmo por el grupo directivo de la empresa e incluso me fue difícil encontrar editorial dispuesta a publicarla. North River Press finalmente se decidió a apoyarme e hicieron una modesta edición de tres mil copias. A la fecha, hemos vendido cuatro millones de ejemplares y la novela ha sido traducida a mas de 25 idiomas”.

“Usted declaró que la restricción de la Mercadotecnia no está en el mercado, sino dentro de la misma empresa; a qué se refiere específicamente?” insistí: “La oferta del producto, las políticas de la empresa y la actitud tradicionalista de la dirección de ventas pueden reducir dramáticamente la habilidad para vender. Hay dos conceptos básicos para eliminar esta restricción: una rápida respuesta al cliente y mantener bajos los inventarios. Esta declaración y otras diferencias produjeron mi salida de  Creative Output y el inicio de AGI (Avraham Goldratt Institute) entidad comprometida con un elemento indispensable para la mejora continua: la educación, cuya meta es diseminar el conocimiento”.

“Finalmente, que recomendaciones daría usted a los administradores que comienzan su carrera en la empresa?” añadí para concluir nuestra charla: “Todos los gerentes que desean tener éxito en su trabajo deben cumplir dos requisitos básicos. Deben lograr los compromisos del corto plazo (presupuesto o cualquier otra iniciativa gerencial) y al mismo tiempo deben lograr el apoyo de su gente y mejorar sus capacidades para responder a los retos siempre crecientes. Estos dos requisitos no son negociables, pero parecen estar en conflicto. El conflicto es causado por los diferentes modos de operación que se requieren por parte de los gerentes. El primer requisito requiere acciones fijas e impuestas de corto plazo. El segundo requisito requiere involucrar a las personas, darles educación, entrenamiento y ‘empowerment’. Estos son dos estilos gerenciales fundamentales y diferentes, la autocracia versus un estilo más democrático. El enfoque autocrático corporativo de la fuerza bruta tiene sus propios méritos, pero en muchos casos tiene una gran deficiencia. En contraste, el enfoque opuesto está basado en el conocimiento y el consenso. Toma más tiempo al comienzo, y hay que hacer la tarea. Esto es para encontrar el problema correcto, para diseñar soluciones simples y prácticas y para lograr que las personas cuya colaboración se requiere compren la idea. Después, la inversión en el equipo y el lenguaje común se paga, a medida que el equipo es capaz de resolver los retos del futuro con mejor éxito.”

Eli Godratt me mantuvo hipnotizado durante la hora exacta que duró la charla. Aquel hombre hosco, parco, silencioso y huidizo que se sentó en aquella silla, se transformó en un experto que exponía con gran entusiasmo y energía sus ideas. Concluí que no debemos dejarnos llevar por impresiones falsas: para conocer a Eli Goldratt  basta escarbar un poco y escucharlo, o aun mejor, leerlo. Sus ideas son producto de una agudeza analítica y persiguen una meta no negociable: lograr que desarrollemos nuestro “thoughtware”.

 

 

sábado, 11 de abril de 2009

Mundo distinto.

Gabriel mi hijo menor, tiene 20 años y puede estar haciendo tarea en su lap top, oyendo música con su I-Pod, enviando un “text message” a su novia, comiendo un trozo de pizza, y conversando con dos o tres amigos por msn. Yo en cambio, puedo hacer una sola cosa a la vez, aunque debo confesar que enviar textos aun sigue siendo un misterio y además, se me dificulta teclear. Gabriel está cursando la carrera de administración de pequeños negocios, y cuando estudia, busca a través de sitios en la web, y generalmente se las arregla para encontrar links de fotos, sonidos y videos; yo cuando requiero aprender algo, leo textos en un ambiente de silencio. A Gabriel  le gusta trabajar en grupos, planea iniciar su propia empresa con varios amigos con quienes se comunica las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana; yo jamás me he visto colaborando con socios, aprendí a ser individualista y mi tiempo de conexión e interacción con mis amigos es bastante limitado. Acostumbrado a viajar desde niño, Gabriel percibe el mundo como una aldea global;  ha recorrido más de quince países, tan lejanos como India y Nepal, o tan cercanos como Jamaica y Costa Rica. Yo recuerdo que mi primer viaje internacional fue a la edad de 25 años; cuando aterrizó el avión en Toledo, Ohio y vi la nieve, pensé que había llegado al fin del mundo. Mi hijo menor tiene un gran aprecio por el multiculturalismo y ha aprendido idiomas desde niño. Después de pasar una semana juntos en Ucrania, mi hijo Gabriel hablaba ruso con la gente en las calles, mientras que yo en el mismo lapso, aprendí una sola palabra en ese idioma y la repetía en cualquier oportunidad: spasiva, spasiva, spasiva (gracias). Entre Gabriel y yo hay varias generaciones de diferencia y nuestro repertorio de experiencias nos separan, como también nos dividen nuestros estilos de aprendizaje. Gabriel nació y creció con la tecnología y yo soy solamente un tardío inmigrante digital. Irremediablemente soy un “Baby Boomer” y Gabriel pertenece a la llamada “Net generation”. Sobre las diferencias en estas generaciones y sus implicaciones en el aprendizaje, se centro mi conversación con Diana Oblinger.

Diana Oblinger es la Presidenta y CEO de EDUCAUSE. Fue Vicerrectora de Recursos de Información en la Universidad de North Carolina y Directora Ejecutiva de Estudios Avanzados de Microsoft, así como Directora del Instituto de Tecnología Académica de IBM. Oblinger forma parte del comité de asesores de Ciber-Infraestructura para la National Science Foundation y ha publicado más de diez libros, entre ellos: What Business Wants from Higher Education, The Learning Revolution, y Educating the Net Generation.

¿Que aprendí en esa conversación sobre la generación Net? Según menciono, Diana Oblinger, para los jóvenes nacidos después de 1982:

1.       Lo real no es necesariamente realidad física. La virtualidad ha invadido y se ha fundido con lo real y difuminado las barreras entre el contacto físico y el contacto digital. Los negocios, el trabajo y hasta el amor se funden y confunden entre lo real y lo virtual.

2.       Hacer, es más importante que saber. La meta para la generación Net ya no es la acumulación de conocimientos, sino los resultados y las acciones.

3.       “Hypertasking” es su forma de vida, en respuesta a la saturación de medios tecnológicos.

4.       Teclear tiene preferencia que escribir a mano. La generación Net es generación digital.

5.       Estar conectado es esencial. Hay una proliferación de mensajeros instantáneos, redes sociales y sitios de alta interactividad.

6.       La línea entre creador y consumidor se está diluyendo. En un mundo de ‘copy-paste”, de “file-sharing” asumen que si un material está disponible en la red, es propiedad común.

7.       El acceso y la facilidad de búsqueda de información les han producido una independencia de juicio.

8.       Otorgan un altísimo valor a la red social, a la colaboración y a la innovación.

 

Lo único que me preocupa después de conversar con Diana, es la capacidad de nuestro sistema educativo tradicional para tratar a esta generación y apoyar su aprendizaje con  las herramientas adecuadas. ¿Podrá el sistema educativo medievalista y los profesores provenientes de generaciones anteriores ( Baby Boomers y la Generación X)  dar cabida y respuesta a la Generación Net? Vivimos en un mundo distinto y se requieren de respuestas distintas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

viernes, 3 de abril de 2009

Sincrodestino

Llegó puntual a la cita, vistiendo con variados tonos de color café; pantalón, camisa, saco,  cinto, reloj y zapatos. Sonrió y quebró la monocromía de su ropa y de su piel con la blancura de sus dientes. Estreché su mano y experimenté una sensación de energía y de gran fortaleza fisica. Deepak Chopra combina la poesía y la profecía, la ciencia y la filosofía, lo práctico y lo experimental, la sabiduría oriental y el pragmatismo occidental; Icono de la hibridez y pionero de la medicina mente-cuerpo, ha escrito hasta la fecha 28 libros traducidos a mas de 35 idiomas.

Aunque había tiempo para desayunar, Deepak rechazó amablemente mi invitación y pasamos directamente al estudio de TV para esperar cómodamente sentados en butacas de cuero negro el inicio de la transmisión; jamás perdió la sonrisa y me miraba con la profundidad de sus grandes ojos oscuros. En punto de las diez de la mañana, se encendieron las luces, iniciamos la entrevista y pregunte de inmediato: ¿Que es el Sincrodestino?  “Las coincidencias que ocurren en nuestras vidas son portadoras de mensajes sobre el potencial milagroso de cada instante y este concepto al que llamo Sincrodestino, trae nuevas formas de percibir y de vivir. Los milagros que nos rodean son como estrellas fugaces, tan poco frecuentes que parecen mágicos, sin embargo, cruzan el cielo de manera constante. No los notamos durante el día, porque estamos deslumbrados por la luz del sol, pero en la noche son visibles únicamente si volteamos al lugar correcto, en un cielo oscuro y despejado. Cuando vivimos valorando las coincidencias y sus significados, nos conectamos a un campo subyacente de posibilidades infinitas. Aquí empieza la magia. Este es un estado que denomino Sincrodestino, en el que es posible alcanzar el cumplimiento espontaneo de nuestros deseos. El Sincrodestino requiere que ingresemos a la profundidad de nuestro interior y al mismo tiempo que tomemos conciencia de la intrincada danza de coincidencias que hay afuera, en el mundo físico. Requiere comprender la naturaleza profunda de las cosas, reconocer la fuente de la inteligencia que las crea y aprovechar las oportunidades conforme se presentan.”

Deepak hizo una pausa y aproveche para comentarle: “me ha gustado escribir siempre, y cada vez que escribo, lleno una página en blanco, pensando con alegría que  el potencial es infinito, así como la combinatoria de signos que darán vida a las palabras; de igual forma, los seres humanos cuando niños, vemos el futuro como una hoja en blanco, con posibilidades de llenarla…”Efectivamente, respondió Deepak, las posibilidades son infinitas pero debemos aceptar que nuestras vidas están llenas de interrelaciones, investigar las causalidades de estas, descifrar los mensajes y entonces, el mundo se abrirá ante nosotros”.

Han pasado seis años de esa conversación con Deepak Chopra y hoy que intento rescatar este fragmento de mi memoria, me doy cuenta que este día visto con variados tonos de color café: pantalón, camisa, cinto, zapatos  y hasta el extensible de mi reloj Tous lleva el mismo color café. ¿Coincidencia? ¿Sincrodestino? Procurare sonreír para quebrar la monotonía, pero lo más importante es que esta noche tendré que beber tinieblas con los ojos, para buscar descifrar este misterio.